La inseguridad y la presión nos llevan siempre a mal puerto

La inseguridad y la presión nos llevan siempre a mal puerto Pixabay

Salud

Estos son los 5 temas de conversación a los que siempre recurren las personas con pocas de habilidades sociales

Todos vivimos situaciones con silencios que resultan incómodos, pero llenarlos con comentarios superficiales puede delatar inseguridad y limitar la conexión con los demás.

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Casi uno de cada tres jóvenes en España presenta niveles significativos de ansiedad social. Así lo revela un estudio publicado en el European Journal of Education and Psychology, que cifra en un 29,7% a los adolescentes afectados. En la población adulta los porcentajes son menores, aunque también se traducen en dificultades para entablar una conversación natural.

En este contexto es muy común que a lo largo del día escuchemos esas frases de compromiso tan manidas como “qué calor hace hoy” o “vaya tráfico”. Son recursos que sirven para llenar un silencio, pero que también ponen de manifiesto una falta de soltura social. Funcionan como muletas conversacionales que raramente generan una conexión auténtica.

La Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés explica que las habilidades sociales son conductas aprendidas que permiten iniciar, mantener y cerrar interacciones. Cuando no se entrenan, la conversación se reduce a un repertorio mínimo y repetitivo, lo que acaba produciendo inseguridad y distancia interpersonal.

Investigadores españoles han documentado la estrecha relación entre ansiedad social y déficit comunicativo. El psicólogo Vicente Caballo, en publicaciones como Behavioral Psychology, ha demostrado que las personas con mayor ansiedad suelen tener menos recursos conversacionales. Esto provoca respuestas cortas, cambios bruscos de tema y dificultades para mantener el hilo de la charla.

Los temas “comodín” más habituales

Los psicólogos especializados en habilidades sociales coinciden en que, cuando falta confianza, se recurre a recursos sencillos y poco arriesgados. Estos temas no comprometen al hablante ni requieren demasiada implicación, pero limitan la posibilidad de un intercambio más cercano.

Uno de los ejemplos más frecuentes es hablar del tiempo. Frases como “parece que va a llover” o “menudo calor” no requieren conocimientos previos ni implican emociones, aunque se agotan rápidamente si no se conectan con otros asuntos.

Otro recurso común es comentar lo visible. Señalar la decoración de una sala o elogiar una prenda resulta sencillo, pero no abre la puerta a un diálogo más profundo ni compartido.

También son habituales las preguntas cerradas, como “¿has venido en coche?” o “¿trabajas cerca?”. Estas fórmulas mantienen el control, pero solo admiten respuestas breves. Los expertos sugieren reformularlas en preguntas abiertas, que inviten a contar experiencias o dar opiniones.

A veces el recurso pasa por hablar solo de uno mismo. Este patrón aparece con frecuencia en personas con ansiedad social, que temen quedarse en blanco si ceden la palabra. Sin embargo, el resultado suele ser percibido como falta de interés hacia el interlocutor.

Otro de los hábitos señalados por la psicología es la negatividad constante. Convertir las conversaciones en una sucesión de quejas sobre el tráfico, el trabajo o el clima genera desgaste. Más que empatía, produce rechazo y alimenta la sensación de pesimismo.

Las conversaciones se pueden mejorar

La buena noticia es que estas carencias se pueden trabajar. Entidades e instituciones, como el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid desarrolla programas prácticos donde se entrenan la escucha activa, las preguntas abiertas y la expresión de opiniones sin imponerlas.

La eficacia de este tipo de intervenciones está avalada por la evidencia. Una investigación de la Universidad del País Vasco comprobó que el entrenamiento en habilidades sociales mejora la conducta social y la inteligencia emocional de las personas, en especial, en los jóvenes, con efectos que se mantienen a lo largo del tiempo.

Algunas recomendaciones hacen hincapié en ampliar el repertorio de temas. Hablar de cultura, viajes, cine, gastronomía o deportes abre espacios compartidos y menos previsibles. También se aconseja practicar la escucha activa, mostrar interés genuino y evitar monopolizar la charla. Regular la profundidad de los temas, reservando los más polémicos o íntimos para contextos adecuados, ayuda a evitar choques innecesarios.

La Asociación Española de Psicología Clínica y Psicopatología insiste en que las habilidades sociales no son innatas, sino aprendizajes que se pueden entrenar y reforzar con práctica supervisada. Mejorar estas competencias implica identificar los temas que conviene evitar y aprender a redirigir la conversación hacia otros más enriquecedores.

Además, es importante que recordemos que una buena charla no consiste en llenar silencios, que, a veces, son mejores que decir cualquier cosa. Al fin y al cabo, se trata de construir vínculos reales, capaces de generar interés, confianza y un terreno común donde las relaciones personales y profesionales puedan crecer de forma saludable.