Donald Trump junto a Robert Kenndy Jr., secretario de Salud de los Estados Unidos, durante un mitin.  (Archivo)

Donald Trump junto a Robert Kenndy Jr., secretario de Salud de los Estados Unidos, durante un mitin. (Archivo) Reuters

Salud

Ni vacunas ni paracetamol: por qué todavía estamos lejos de conocer el origen del autismo a pesar de lo que diga Trump

Grandes estudios internacionales han identificado cientos de genes asociados, sin hallar un único 'gen del autismo'.

Más información: Los expertos desmontan a Trump: vincular el paracetamol con el autismo genera "una alarma totalmente infundada"

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Al poco de tomar posesión de su cargo como director del Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos, Robert F. Kennedy Jr. —conocido por las siglas RFK— anunció una investigación sobre la causa del autismo

La investigación duraría medio año y en septiembre anunciaría los impactantes resultados. Mientras tanto, se dedicaba a minar la confianza de los ciudadanos estadounidenses en las vacunas

Septiembre llegó y hasta el propio Donald Trump disparaba las expectativas este domingo, apuntando que iba a ser "uno de los anuncios médicos más grandes de la historia del país": nada más y nada menos que "una respuesta al autismo". 

Este lunes, Donald Trump ha sido el encargado de anunciar los resultados de la investigación. Las vacunas (obvio) no aparecen por ningún lado y solo se habla de una supuesta —y muy dudosa— relación con el consumo de paracetamol durante el embarazo.

Nada en este anuncio es nuevo. El autismo lleva investigándose durante décadas, sin grandes anuncios ni parafernalia publicitaria, por numerosos médicos y científicos en estrecho contacto con las personas afectadas y sus familias. 

La conclusión a la que ha llegado la comunidad científica está muy alejada de la simplificación extrema del tándem Trump-RFK. 

No hay un único autismo, sino que cada paciente presenta manifestaciones distintas, relacionadas con dificultades sociales y comunicativas, así como con comportamientos repetitivos y estereotipados. 

De ahí que los expertos prefieran hablar de trastorno del espectro del autismo (TEA). 

La Sociedad Española de Neurología Pediátrica (SENEP) apuntaba, con motivo del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo del pasado 2 de abril, que "no se trata de una enfermedad, sino de neurodiversidad". 

Con tan amplia variabilidad recogida dentro de un único concepto, no es de extrañar que no haya un origen claro del trastorno. 

Aunque hay más incógnitas que certezas, los especialistas consideran que existe una parte relacionada con la genética y otra con factores ambientales. No está claro el peso de cada una. 

"El autismo es un trastorno del neurodesarrollo complejo y multifactorial, en cuyo origen intervienen diversos factores genéticos y ambientales", explica Alfonso Amado, miembro del grupo de Neurodesarrollo de la SENEP.

"Existe una predisposición genética sobre la que pueden actuar noxas [factores] ambientales en periodos clave del neurodesarrollo", entre el año y los tres años de vida, cuando los niños empiezan a deasrrollar "la intención comunicativa, la interacción con sus iguales, la atención compartida", etc.

El trastorno se tiende a dividir en tres niveles de gravedad pero Amado advierte de que no hay una foto fija e inamovible "sino un proceso dinámico en el que los niños van cambiando con el tiempo", que se puede mejorar con terapias e intervenciones precoces.

El 1% de la población española está afectada por un TEA: en torno a 450.000 personas lo padecen en nuestro país. Las cifras son similares en otros países de nuestro entorno. 

En aproximadamente el 52% de los casos se trata de una condición heredada, lo que implica un componente genético. Pero no existe un 'gen del autismo'. 

Sí hay un buen número de genes que se ha asociado a los TEA con mayor o menor probabilidad. ¿El problema? Que algunos estudios apuntan a un centenar de variantes, mientras que otros señalan más de 1.000. 

El cromosoma X

Un estudio publicado en 2022 en la revista Cell identificaba 134 genes asociados con el trastorno. Se basaba en la comparación de genomas completos de más de 5.000 personas con autismo y los de 6.000 familiares directos (hermanos y padres). 

Sin embargo, el trabajo, realizado por profesionales del Hospital for Sick Children de Toronto (Canadá), hallaba relaciones genéticas con el autismo solo en el 14,5% de los casos. Había un 85% de casos sin causa genética aparente

En otro estudio, esta vez publicado en la revista Science en 2019 por investigadores de la Universidad de California en San Francisco, se señalaban 1.391 genes implicados en los TEA. 

El minucioso trabajo explicaba cómo estas alteraciones afectaban al desarrollo de distintos tipos de células cerebrales: desde neuronas excitadoras tipo L2/3 hasta astrocitos protoplasmáticos, pasando por células de la microglía, que protegen a las neuronas. 

Durante el desarrollo del embrión y el feto, unas pocas alteraciones desencadenarían una reacción en cascada que acabaría dando forma a la afección. 

La genética también ofrece una posible clave para explicar por qué el autismo afecta a los niños tres veces más que a las niñas. 

Se ha especulado que tener dos cromosomas X confiere a las mujeres cierto efecto protector frente a algunas enfermedades, pues al disponer de dos copias de cada gen es más fácil compensar los que pudieran estar afectados. 

Un estudio publicado a finales del año pasado parecía confirmar, en parte, este hecho, al identificar variantes de ciertos genes presentes en el cromosoma X asociadas a la prevalencia del autismo. 

Con todo, la genética por sí sola no explica el origen del autismo. A lo sumo, representaría una predisposición, y harían falta otros factores desencadenantes para desarrollar el trastorno

Numerosos estudios han analizado la exposición a distintos factores durante el embarazo y el posterior desarrollo de TEA —la media de edad al diagnóstico es de cuatro años—. 

Desde la salud mental de la madre (ansiedad, estrés, depresión) y ciertas afecciones médicas, hasta la contaminación atmosférica, el consumo de alcohol o tabaco, infecciones víricas e incluso el déficit de ciertas vitaminas. 

Antiepilépticos y antidepresivos

Estas relaciones suelen basarse en estudios observacionales. El problema de estos es que no es posible eliminar los posibles sesgos; como mucho, se puede aspirar a controlarlos. Por eso, los investigadores son muy cautos a la hora de establecer relaciones de causa-efecto. 

Aun así, se han realizado estudios de gran calidad sobre algunos factores como los medicamentos. El consumo de fármacos es una variable más clara que otras, como los trastornos mentales (muy dependientes de si son diagnosticados o no) o la contaminación. 

De ahí que la Administración Trump haya optado por señalar a un fármaco tan común como el paracetamol como responsable de la supuesta 'epidemia' de autismo en EEUU. 

Sin embargo, un estudio publicado en la revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA) el año pasado desmentía la relación entre el popular medicamento y los trastornos del autismo, la hiperactividad y otros. 

Con datos de 2,5 millones de niños nacidos en Suecia entre 1995 y 2019 —de los cuales 186.000 estuvieron expuestos a paracetamol durante la gestación—, se observó un ligero incremento de diagnósticos de TEA. 

No obstante, al comparar con los datos de hermanos para controlar posibles sesgos del entorno familiar, este pequeño incremento desapareció, por lo que los autores descartaron la relación entre paracetamol y autismo. 

Otras relaciones parecen más sólidas, a pesar de que ni Trump ni RFK las mencionaran. Un estudio publicado en 2022 en JAMA Neurology, con datos de 4,5 millones de niños de Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia, encontraba asociaciones "robustas y dependientes de la dosis" con dos fármacos para la epilepsia

Se trata del ácido valproico y el topiramato. El primero de ellos, de hecho, ha sido objeto de una profunda revisión en los últimos años, pues se ha asociado a malformaciones congénitas en más de 400 niños en Francia. 

En el trabajo, los autores recomendaban a los médicos evitar la prescripción de ambos fármacos a menos que fuera estrictamente necesario. 

Aunque no de forma tan rotunda como los anticonvulsivos, otro trabajo identificaba cierta relación entre el consumo de antidepresivos y el desarrollo de TEA. 

Publicado en 2016 en JAMA Pediatrics, analizaba los datos de 145.000 recién nacidos en la provincia canadiense de Quebec, de los cuales 4.700 habían estado expuestos a antidepresivos durante la gestación. 

Después de ajustar los resultados según la presencia de depresión materna (que podría sesgar las conclusiones), los investigadores observaron que el uso de antidepresivos durante el segundo y el tercer trimestre del embarazo se asociaba a un riesgo "levemente incrementado" de padecer TEA. 

Esta relación se daba, sobre todo, con un tipo de antidepresivos conocidos como inhibidores de la recaptación selectiva de serotonina (ISRS), grupo al que pertenece el famoso Prozac. 

En los estudios sobre la relación entre diversos fármacos y el autismo, sin embargo, hay una relación que ha sido ampliamente desmontada: la de las vacunas.

El último varapalo a esa relación ha venido hace apenas dos meses: un estudio que analizaba su efecto en más de 1,2 millones de recién nacidos en Dinamarca descartaba asociación alguna entre vacunas y autismo.

Tanto los factores innatos como las diversas exposiciones ambientales pueden explicar una parte de los casos de trastorno del espectro del autismo, pero todavía estamos lejos de encontrar una respuesta definitiva sobre sus orígenes. 

Con todo, como explicaba la neurocientífica Beatriz Rico en una entrevista en EL ESPAÑOL, los padres juegan un papel crucial para generar un entorno que proteja a los bebés de la afección. 

"El cerebro en desarrollo es muy plástico y la estimulación puede facilitar una mejora", apuntaba. "Aunque tengas una base genética, si vives en unas condiciones normales, no tendrías por qué desarrollar un trastorno".

Leucovorina como tratamiento

Además de ligar el paracetamol con el trastorno, el anuncio de Trump y RFK ha incluido su solución: la leucovorina, una forma activa del ácido fólico que no está comercializada en España.

Estudios recientes han sugerido que su uso puede mejorar algunos de los síntomas más comunes asociados al autismo, como los problemas en el habla.

Un trabajo publicado en 2024 evaluaba su uso en 40 pacientes y lo comparaba con otros 40 que tomaron placebo. Tras un seguimiento de 24 semanas, los que tomaron el fármaco notaron una mejoría mayor en la Escala de Clasificación del Autismo Infantil (CARS): 3,6 puntos frente a 2,4.

Se trata de unos resultados interesantes que tienen que ser confirmados en estudios con un mayor número de participantes para discernir el alcance de la potencial mejora.

Alfonso Amado apunta que la leucovorina "no es un tratamiento para el autismo sino una intervención dirigida a una patología específica que afecta a un subgrupo de individuos" con una deficiencia de folato cerebral e incluye síntomas simliares a los de pacientes TEA.

"Hay evidencia de que el déficit de ácido fólico se relaciona con espina bífida y otras alteraciones del neurodesarrollo, y este es el motivo por el que se recomienda suplementar a las embarazadas, e incluso antes de la gestación".