
A Ainhoa Castaño le diagnosticaron autismo con 17 años, aunque en la primera prueba le dijeron que era falso positivo.
Ainhoa Castaño, la joven con autismo que está a un paso de ser ingeniera: "La psicopedagoga me dijo que era tonta"
Estudia el último curso de un doble grado, además de divulgar en redes sociales sobre autismo y mujeres en el mundo de las TIC para "ser una referente".
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"A sus 15 años, Christopher Boone conoce las capitales de todos los países del mundo, puede explicar la teoría de la relatividad y recitar los números primos hasta el 7507 pero le cuesta relacionarse con otros seres humanos". Así comienza la sinopsis de El curioso incidente del perro a medianoche, el libro con el que Ainhoa Castaño Martos comenzó a tener sospechas, a sus 11 años, de que era autista, como el protagonista de la novela de Mark Haddon.
Aunque tiene "una pequeña obsesión" con los números primos, en lo que más se vio reflejada en Christopher era que a ella también le costaba relacionarse con otras personas; especialmente, con sus coetáneos: "En el colegio, no entendía cómo socializar con la gente de mi edad porque sus intereses eran muy distintos a los míos. Prefería estar sola en el patio", recuerda en conversación con EL ESPAÑOL, con motivo del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo que se celebra este miércoles 2 de abril.
Con el tiempo, dice que se las apañó a la hora de socializar. El problema seguía estando en que "no entendía a los demás", para lo que Ainhoa pone dos ejemplos. El primero, el de la sonrisa: "El resto de personas que no son autistas parecen asociar el sonreír a estar feliz. Yo no lo hago. Cuando estoy feliz, me muevo mucho o doy saltos, pero no necesariamente estoy sonriendo".
Tampoco mira a los ojos si tiene que prestar atención a alguien porque le genera "distracción". Por ello cuando le sucedía al contrario, la miraban fijamente y sonreían, "paraba de hablar de golpe", se iba y eso le "hacía sentir aislada". Estas diferencias no las percibió cuando acudía de Sardañola del Vallés, el municipio en el que vive desde los tres años, a Barcelona para acudir a eventos de anime y música en los que había personas con autismo (se estima que en España hay unas 500.000).
Para entonces, a ella aún no se lo habían diagnosticado pese a que en la primera prueba el resultado había sido positivo. La psiquiatra le dijo que iba a considerarla "un falso positivo" porque "hacía contacto visual y vestía de forma femenina". El segundo especialista que la vio sí que confirmó el diagnóstico y le comentó que su autismo era el que se suele presentar en mujeres: "No tenemos problemas para socializar, pero nos quema mucho el hacerlo". Ella, aunque puede acudir a eventos, al día siguiente se lo tiene que pasar en la cama porque está "agotada. Es como si corriera un maratón".
Relacionarse de forma distinta
La llegada del diagnóstico le sirvió para cambiar las etiquetas que tenía antes ("rara, diferente o poco sociable") por la de autismo. "No entiendo que haya quien esté en contra de que se diagnostique en adultos", comenta, "ya que a mí me ha ayudado a saber que no es que sea borde, me relaciono de una forma distinta". Le ha valido para sentirse más tranquila y más relajada, además de que le ha ayudado mucho con la depresión por la que empezó a ir al psicólogo a los 15.
Aunque el peor momento llegó un par de años después, cuando coincidió el diagnóstico con el cambio de ESO a Bachillerato. El método que se sigue durante esta etapa ("sentarse a memorizar para hacer un examen") le supuso "una gran presión" a Ainhoa, quien no estaba a gusto "en la educación obligatoria" porque le hacían aprenderse muchas cosas que o bien ya sabía o simplemente no le interesaban.
En el instituto, tampoco recibió el apoyo que esperaba: "La psicopedagoga me dijo que no era autista, que era tonta y que no fuera a la universidad". Ainhoa no sólo no le hizo caso, sino que se matriculó en el Doble Grado de Ingeniería Informática e Ingeniería Electrónica en Telecomunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Su sorpresa fue que con el servicio de psicopedagogía de la facultad no tuvo ningún problema. Todo lo contrario, está "encantadísima", al igual que con los profesores, que están pendientes de que Ainhoa siga las clases. Aunque la mayor dificultad la tiene en los exámenes: "No entiendo lo que se me está preguntando porque me expreso distinto y no haría la pregunta de la misma forma". Por ello lo que hace es estudiar cómo pregunta el profesor, ya que la teoría se la suele saber solamente por estar en clase.
En el primer curso universitario, como le costaba socializar y hablar en público, decidió apuntarse al Consejo de estudiantes de la Escuela de Ingeniería, en el que formó parte de la Junta directiva. A raíz de ahí, fue compaginando los estudios con otras actividades que le llevaron a que la universidad le propusiera como candidata, en la categoría Estudiante TIC, a los Premios DonnaTIC 2023. "Me sorprendió ganar, no así a mi entorno", dice desde el otro lado del teléfono. Este año, ha sido reconocida por el Colegio de Ingenieros Informáticos de Cataluña con el Premio Talento Joven.
Una experiencia sensorial diferente
Ainhoa entendió, una vez que recibió el diagnóstico, que no sólo su experiencia social no era la misma que la de los demás, sino que la sensorial también era distinta. Para ella, de hecho, es la que más dificultades presenta: "Cuando voy a cenar con mi pareja, lo paso mal porque no puedo centrarme en la conversación. Es como si mi cerebro no filtrara la información relevante de la que no la es". También le cuesta mucho tener que coger el transporte público por "las luces intensas", "el que esté lleno de gente que me esté toqueteando" y "el pitido infernal de las puertas".
Confiesa que ahora, a pocos meses de convertirse en ingeniera, ha decidido tomarse un respiro de todas las actividades que venía realizando y se ha centrado en el Trabajo de Fin de Grado, con el que precisamente quiere intentar realizar un ensayo clínico para comprobar si los algoritmos de reducción de sonido pueden mejorar la escucha y la atención de las personas que viven con un trastorno del espectro del autismo (TEA).
Le está interesando tanto el tema que, aunque no sabe a qué se dedicará en un futuro, sospecha que estará relacionado con la ingeniería aplicada al ámbito de la salud. Sí que tiene más claro que quiere convertirse en la referente que ella nunca tuvo. Por un lado, para que las próximas generaciones —y en especial, las niñas— encuentren interesantes las conocidas como carreras STEM. Cree que este fomento no debe ser forzado, en el sentido de "faltan mujeres, métete", sino desde el punto de vista práctico: "Puedes enseñarles cómo se hace un robot para que vean que mola mucho".
A ella misma le surgió el interés por la ingeniería al acompañar a su abuelo (frigorista, como su padre) al taller los sábados. "De cómo funciona una nevera pasó a cómo funciona un ordenador o una radio". Es en la familia, en parte, donde se esconde el otro motivo por el que Ainhoa quiere convertirse en esa referente que nunca encontró: "A mi familia le dio miedo cuando empezó a buscar sobre este tema. Mi abuela pensó que era una enfermedad degenerativa".
Los mitos del autismo
"Parece", prosigue, "que cuando reciben el diagnóstico de autismo se les está condenando a su hijo a que no vaya a poder hacer nada con su vida y quiero que vean que siéndolo puedes hacer cosas muy interesantes". Para ello, creó una cuenta en redes sociales (entre Instagram y TikTok ya tiene casi 5.000 seguidores) en la que divulga sobre autismo y mujeres en el mundo de las TIC.
Tras casi cuatro años como divulgadora, ha podido comprobar que aún existe la imagen estereotipada de que una persona autista es "un niño pequeño que está en una esquina balanceándose". Hay quienes están "empeñados" con que miente en su diagnóstico: "Parece que como soy mujer autista, tengo que ir vestida cómoda, no me puedo arreglar y debo ser tímida. Pero es que yo soy todo lo contrario. Este estereotipo es bastante dañino", concluye.