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    No, no todos son sanos

    Los yogures tienen una fama de alimento saludable que la ciencia se ha encargado de desmontar con el paso del tiempo. En realidad, resulta injusto generalizar, ya que no ocurre con todas las variedades. El yogur natural, el que encontramos en los supermercados sin azúcar añadido, es un alimento que tiene beneficios para nuestro organismo. Distintos estudios han demostrado que es un excelente aliado en la prevención del síndrome metabólico, la diabetes tipo 2, o de la obesidad central. Eso sí, en este último caso ocurre siempre y cuando no sustituyamos la fruta por este popular lácteo. 

    En los últimos años, la industria del yogur ha exagerado sobremanera las propiedades de un alimento ya de por sí sano y ha creado todo tipo de variedades que se han popularizado muchísimo en los supermercados. Estas variedades, que a menudo incluyen unas bacterias probióticas distintas a las que utiliza el yogur tradicional (Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus), prometen mejorar nuestras defensas, reducir el colesterol, tener un contenido bajo en grasa o, simplemente, proporcionarnos un sabor muy distinto al amargor habitual de los yogures naturales, suelen ser desaconsejada por muchos dietistas-nutricionistas. ¿El problema? Van hasta arriba de azúcar.

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    Yogur natural con mermelada

    En los últimos años, distintos estudios científicos han demostrado que la mayoría de los yogures contienen una cantidad excesiva de azúcar. En 2018, un trabajo publicado en la revista BMJ Open apuntaba que los que podemos encontrar en los supermercados tienen un contenido excesivo de azúcar. De hecho, el trabajo sólo salvaba a los griegos. Este mismo año, otro estudio publicado en la revista Nutrients, en el que se analizaron 1.000 yogures distintos, comprobó que sólo un 15% son bajos en azúcar. 

    Así, de entre todas las variedades que podemos comprar en los establecimientos en España, el yogur natural con mermelada de fresa es uno de los peores. Tal y como recoge sinazucar.org, el proyecto visual que denuncia el azúcar que esconden los alimentos, uno de estos dulcísimos inventos lácteos contiene 26 gramos de azúcar (6,5 terrones) en 125 gramos. La OMS establece un límite de unos 25 gramos al día en una persona que ingiere alrededor de 2.000 kilocalorías.

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    Yogur 0% grasa

    Los yogures 0% grasa triunfan en el ‘súper’ por un viejo mito: el de que las versiones enteras de los lácteos son perjudiciales para el organismo. En realidad, no es así. Un importante trabajo científico elaborado sobre una muestra de 120.000 participantes de 21 países volvió a desmontar el año pasado este mito. Los lácteos enteros están asociados con menores tasas de enfermedad cardiovascular y mortalidad. Como lo leen. En realidad, no es el único estudio que apunta en esta dirección y tira por tierra que la leche desnatado o los yogures sin grasa sean mejores para la salud. 

    Marián García (Boticaria García), farmacéutica y dietista-nutricionista, aborda la cuestión de los yogures 0% en su libro El jamón de York no existe (La Esfera de los Libros, 2019). "Los yogures 0% grasa suelen ser el gran truco del almendruco porque a menudo les añaden los ‘polvitos mágicos’. O sea, azúcar. En el fondo los yogures tienen que estar buenos para que los sigamos comprando y algo tan sencillo como añadir azúcar puede mejorar el sabor de un yogur sin grasa, aunque, claro, deja de ser un producto saludable", escribe la experta. 

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    Yogur líquido

    El yogur líquido es otro de esos inventos de la industria láctea cuyas propiedades han sido elevadas por encima de sus posibilidades gracias a unas potentes campañas de marketing. Cuando uno piensa en esta variedad suele imaginarse un envase en el que aparecen frutas como la fresa, el limón o el plátano. En realidad, si atendemos a la etiqueta de cualquiera de estas botellas, podemos ver que la fruta no la han visto ni en pintura, y que, al contrario de lo que nos quieren hacer creer, no son tan saludables como parecen. 

    Así lo denuncian el dietista-nutricionista Julio Basulto y el pediatra Carlos Casabona en el libro Beber sin sed. Guía para elegir lo que bebes (Paidós, 2020). "En los envases revisados de una marca que lleva estampados unos trozos de plátano y una fresa, el porcentaje de fruta es de 0,8% y 1,3% respectivamente. En otra presentación con arándanos volando por el cartón y preciosas frambuesas, la composición no deja lugar a dudas, llamándonos, subrepticiamente, inocentes: leche rehidratada, leche deshidratada, leche semidesnatada, azúcar, zumo de granada (1%) y pulpa de arándanos a partir de concentrados [...]", escriben los expertos. "¿Crees que las vitaminas y los minerales que aporta son necesarios, o más bien es para que no se te abran los ojos como platos cuando leas que el contenido de fruta no supera el 2% y que lleva dos tipos de azúcares añadidos?", añaden. 

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    Entonces, ¿cuál es el mejor?

    Así, lo preferible en el caso de los yogures es elegir siempre las variedades naturales. Es decir, el yogur clásico de toda la vida, que tiene un sabor amargo y cuyo contenido en azúcar es reducido. "Un buen yogur sigue la regla del 3-4-3", explica la farmacéutica y nutricionista Marián García en 'El jamón de York no existe'. "Esto significa que aproximadamente tiene un 3% de grasa, 4% de azúcares, y 3% de proteínas". 

    El yogur griego, pese a tener un mayor porcentaje de grasa, también es una opción recomendable siempre y cuando tenga una cantidad pequeña de azúcar. Su alto aporte de proteínas (alrededor de los 5 gramos por cada 100 gramos en función de la marca) y de grasa hará que tenga también un mayor poder saciante.