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    Ultraprocesados , obesidad y enfermedades.

    Un estudio llevado a cabo por la Dra. Leigh A. Frame, investigadora de la Universidad George Washington (EEUU), concluye que los hábitos nutricionales que priorizan la comida ultraprocesada, por ser más barata y cómoda, están directamente relacionadas con la epidemia de obesidad que sufre el mundo industrializado y sus enfermedades derivadas, como la diabetes o las cardiovasculares.

    Las carencias en consumo de legumbres, vegetales y fruta van también en ese sentido, algo que se relaciona con una pobre ingesta de fibras alimenticias y un aumento en la ingesta de aditivos de efecto obesogénico, como los emulsificantes o las gelatinas.

    Los emulsificadores se han relacionado en pruebas in vitro con alteraciones del microbioma intestinal, lo que eleva la glucosa en sangre en ayunas, causa hiperfagia -aumento descontrolado del apetito-, incrementa el peso corporal y la adiposidad, e induce la esteatosis hepática.

    En ese mismo sentido, las comidas ultraprocesadas se relacionan con los marcadores bioquímicos de la inflamación, el colesterol, y con una ingesta más compulsiva de la comida.

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    Patatas fritas.

    El acompañamiento habitual de los locales de comida rápida fue definido por departamento de nutrición de la Universidad de Harvard (EEUU) como "una bomba de más de 500 calorías repleta de almidón". Según el artículo que publicaron, no se deberían tomar más de seis patatas fritas por comida, cuando un estadounidense consume unos 52 kilos al año. Nutricionalmente, la patata aporta carbohidratos de forma más saludable que otros alimentos procesados, pero poco más; y si se toma frita, estamos consumiendo un 30% de grasa.

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    Bebidas azucaradas.

    Las bebidas y refrescos endulzados con azúcar son una de las principales causas de obesidad, pero no se limitan a echarnos kilos encima: en Francia, por ejemplo, se conoce al hígado graso como "la enfermedad de la soda".  Las bebidas azucaradas se relacionan con la hiperactividad, el aumento del riesgo de ataque cardíaco, diabetes e hipertensión, fragilidad ósea, cáncer de páncreas y próstata, debilidad, parálisis muscular y hasta perjuicios neurológicos.

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    Carnes rojas y procesadas.

    Las carnes procesadas y rojas han estado en el objetivo desde que en 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) las calificó de "probablemente carcinógenas", aunque también juegan un papel fundamental en la epidemia de obesidad. Un embutido como el salchichón que encontramos en el supermercado es una bomba calórica 454 kcalorias por cada 100 gramos. Contiene, además, grasas saturadas cuyo consumo solo es recomendado ocasionalmente; a cambio la carne roja aporta minerales importantes, como el hierro. Se puede recurrir a la carne blanca cuyo consumo puede ser más habitual.

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    Harinas refinadas.

    El pan blanco, en sus diversas encarnaciones (pan de molde, pan de hamburguesa...), es uno de los responsables de la epidemia de obesidad más ignorados: se asocia con un alimento tradicional, cuando en realidad es un procesado. La harina que conserva las propiedades del grano no es la refinada sino la integral, con el salvado o 'cascara' rico en nutrientes como la fibra alimentaria, y con un menor índice glucémico -la tasa a la que se absorbe la glucosa en sangre- que previene tanto la ganancia de peso como la diabetes.

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    Postres y dulces.

    El problema de la bollería y pastelería es que tiende a ser elaborada con harinas refinadas, cuyos inconvenientes acabamos de repasar, e incorpora azúcares añadidos, incluso cuando emplea ingredientes "naturales" como la miel. Según la OMS, el consumo de azúcares debería suponer menos de un 10% de la ingesta calórica total. En una persona que tenga un consumo de 2.000 kcal al día, supondría no superar nunca los 50 g de este tipo de azúcares e idealmente, consumir menos de 25 g al día. En la práctica, un postre como un yogur azucarado ya nos colocaría en el limite.

P.F.