Desinfección de un vehículo a la salida del Centro de Investigación en Sanidad Animal (IRTA-CReSA) de Barcelona.

Desinfección de un vehículo a la salida del Centro de Investigación en Sanidad Animal (IRTA-CReSA) de Barcelona. EFE/ Enric Fontcuberta

Ciencia

De lejía caducada al 'Chernóbil biológico': cómo escapan los virus de laboratorios de alta seguridad como el de Barcelona

Aunque no son frecuentes, la fuga de virus, bacterias y otros microbios de laboratorios de todo el mundo han dejado, en más de una ocasión, un profundo impacto en la salud humana.

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Las claves

En 2019, una fuga de brucelosis en un laboratorio de Lanzhou, China, afectó a más de 10.500 personas debido al uso de productos desinfectantes caducados.

En Cataluña, la proximidad de jabalíes muertos por peste porcina africana a un laboratorio de alta seguridad ha generado sospechas de una posible fuga del virus.

Expertos destacan que, aunque los laboratorios de bioseguridad tienen estrictos protocolos, los escapes pueden ocurrir por errores humanos y fallos en las instalaciones.

A lo largo de la historia, se han producido varios escapes de patógenos, como el brote de fiebre aftosa en Reino Unido (2007) y el incidente de ántrax en Ekaterimburgo, Rusia.

En noviembre de 2019, decenas de personas comenzaron a reportar síntomas como fiebre, fatiga y dolores musculares en una ciudad del noroeste de China. Posteriormente se supo que fue la mayor fuga de un patógeno desde un laboratorio de la historia.

Es posible que le suenen de algo los hechos pero, antes de lanzarnos a teorías de la conspiración, conviene aclarar que se trató de un brote de brucelosis, una enfermedad que se transmite de animales a humanos y, aunque no suele ser mortal, sí puede dejar secuelas.

Se inició en la ciudad de Lanzhou, en unas instalaciones para la producción de vacunas contra bacterias del género Brucella.

Ciertas áreas fueron desinfectadas con productos caducados, lo que permitió que bacterias viables alcanzaran los sistemas de ventilación y se expandieran a las áreas cercanas.

La investigación posterior identificó 10.528 personas que dieron positivo al patógeno. Se considera el mayor escape de laboratorio de la historia y, afortunadamente, no hubo que lamentar ninguna muerte directamente causada por el patógeno.

La reciente crisis de la peste porcina africana en Cataluña se ha visto alimentada por una polémica no prevista.

La cercanía de los jabalíes encontrados muertos a las instalaciones de un laboratorio que investiga con el virus, el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (IRTA-CReSA), hizo levantar las sospechas de una posible fuga desde el centro.

Si bien al principio se daba más veracidad a la 'hipótesis del bocadillo', el Ministerio de Agricultura anunciaba poco después una investigación complementaria, apuntando al Instituto.

El silencio en que se ha mantenido el IRTA desde entonces no ha ayudado a disipar las sospechas, que recuerda al mutismo de las autoridades chinas sobre el origen del SARS-CoV-2.

Aunque la fuga de laboratorio se incorporó al arsenal de teorías conspiratorias sobre la Covid, lo cierto es que la historia de la microbiología está salpicada de accidentes de este tipo, si bien ninguno de ellos —que se sepa— ha provocado una pandemia.

"No hay riesgo cero"

Los expertos consultados por EL ESPAÑOL sobre el tema aseguran que, aunque laboratorios como el IRTA tienen altos niveles de bioseguridad que hace extremadamente raro que un patógeno pueda escapar, "no existe el riesgo cero".

"Los escapes de patógenos de laboratorios de bioseguridad se pueden producir por diferentes razones", apunta Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca.

"A veces, son cuestiones multifactoriales ligadas al personal: fallos de protocolo, deterioro de las instalaciones o algún imprevisto, pero normalmente no hay un único factor".

Una revisión reciente sobre infecciones adquiridas en el laboratorio y escapes de patógenos en las primeras dos décadas del siglo XXI concluyó que los errores de procedimiento eran la principal causa de estos accidentes.

Con todo, el número de infecciones tras un pinchazo accidental seguía siendo alto. Son varios los pioneros del estudio de microbios y las vacunas que murieron tras un accidente de este tipo.

Los autores del trabajo, publicado en The Lancet, encontraron 309 casos de infecciones asociadas al trabajo de laboratorio y 16 fugas de patógenos entre los años 2000 y 2021.

Algunas de estas fugas ocasionaron sonados brotes como el de fiebre aftosa en Reino Unido en agosto de 2007, que obligó a sacrificar a centenares de vacas y a suspender las exportaciones de ganado, carne y leche durante tres semanas.

Un informe concluyó que el virus salió de un laboratorio cercano a las granjas de Surrey donde se detectaron los casos.

Había llegado a través de las alcantarillas: los investigadores observaron tuberías rajadas, raíces que se agrietaban el sistema de cañerías y pozos abiertos.

Unas precipitaciones intensas y la presencia de vehículos de construcción que iban y venían de una obra cercana hizo el resto.

Los patógenos más asociados a escapes de laboratorio son los incluidos en el grupo 3, que indica un riesgo individual alto pero bajo para la población.

Entre ellos está el de la polio (ha habido tres escapes procedentes de fábricas de vacunas en India, Bélgica y Países Bajos), la gripe aviar H5N1 (en Georgia, EEUU, en 2014), brucelosis, el primer SARS (en Singapur, Taiwán y China entre 2003 y 2004), carbunco (todas, en EEUU) e incluso la viruela.

En julio de 2014, la limpieza previa a una mudanza de un laboratorio de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda (EEUU) encontró muestras congeladas de Variola.

Seis viales de uno de los virus más mortíferos de la historia habían pasado décadas (se estima que fueron creados entre 1946 y 1964) olvidados en una nevera del centro de investigación.

Los viales acabaron siendo destruidos por el Centro de Control de Enfermedades del país norteamericano bajo estricta observación de la OMS.

En esa ocasión no hubo que lamentar accidentes, pero Variola es uno de los virus que más víctimas ha causado entre los investigadores.

De hecho, la última persona en morir de viruela en el mundo fue la fotógrafa médica Janet Parker, que falleció en 1978 tras contagiarse en un laboratorio de la Universidad de Birmingham, Reino Unido.

El médico que trabajaba con esas muestras se quitó la vida al entender lo que había pasado.

Por las mismas fechas ocurrió el accidente más trágico que se recuerda. En Ekaterimburgo, una de las ciudades más pobladas del interior de Rusia, un total de 66 de personas murió por un brote de carbunco, enfermedad causada por la bacteria Bacillus anthracis (y que muchos conocen como ántrax por influencia del inglés).

En su momento, las autoridades soviéticas achacaron el brote al consumo de carne infectada con la bacteria.

Pero desde un principio hubo sospechas de un escape procedente de instalaciones militares cercanas, donde se investigaba la bacteria como potencial arma biológica.

Tras la caída de la URSS, un biólogo molecular de la Universidad de Harvard, Matthew Meselson, fue invitado a visitar el área e investigar el incidente.

En 1994, dos años después, Meselson publicó sus conclusiones en la revista Science: el brote había sido causado por una fuga de esporas en aerosoles desde la instalación militar que había sido transportada por el viento hasta la ciudad.

Se empezó a hablar de un 'Chernóbil biológico', en alusión al accidente nuclear ocurrido en Ucrania en 1986 en el que murieron de forma directa 31 personas y más de 100.000 tuvieron que ser evacuadas.

En 2016, otros investigadores lograron secuenciar muestras del ADN de la bacteria procedente de dos de las víctimas. Se pensaba que los soviéticos habían manipulado la cepa para hacerla resistente a antibióticos o vacunas.

No era así: la Bacillus anthracis encontrada en sus cuerpos era perfectamente normal. Aun así, acabó con la vida de más de medio centenar de personas.