Teresa Fernández, la mujer más longeva de España.
Teresa, la mujer más longeva de España con 112 años y un hijo de 93 años: "Sólo toma una pastilla al día"
La hija de Teresa apunta que tiene un cuerpo que aguanta mejor de lo que sugiere el DNI, con el desgaste más visible en la memoria.
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En Zambroncinos del Páramo (León), la escena que más desconcierta no es que Teresa Fernández Casado haya llegado a los 112 años. Es que, en un país donde la vejez suele ir acompañada de pastilleros con compartimentos para cada día de la semana, ella presume de un botiquín mínimo: una sola pastilla diaria, la del colesterol.
Y, como si la vida quisiera rizar el dato, su hijo mayor ronda los 93 años: una familia donde la palabra “mayor” se estira como un chicle.
La noticia, validada por LongeviQuest (una organización especializada en verificar edades extremas y colaboradora de Guinness World Records), no se cuenta desde un hospital, sino desde la normalidad rural: tomar el fresco, conversar con una amiga centenaria, y hasta ese detalle costumbrista de añadir unas gotas de orujo al café tras comer.
La hija de Teresa describe un cuerpo que aguanta mejor de lo que sugiere el DNI, con el desgaste más visible en la memoria, “la cabeza” empezando a fallar de forma intermitente.
Ahí es donde entra la “pastilla del colesterol”, que en España suele significar un fármaco hipolipemiante, normalmente una estatina, recetado para bajar el LDL (el colesterol que más se asocia a la formación de placas en arterias) y reducir el riesgo de infarto e ictus.
No es una píldora para vivir más años, al menos no de forma directa: es una herramienta para bajar probabilidades de ciertos eventos que, a partir de cierta edad, se convierten en la amenaza número uno para la independencia.
Lo que dicen las guías para mayores
La evidencia fuerte de ese "bajar probabilidades" viene, sobre todo, de ensayos clínicos y grandes meta-análisis. Uno de los más citados, el de la Cholesterol Treatment Trialists Collaboration, publicado en The Lancet, analizó datos de 28 ensayos y encontró que la reducción de LDL se traduce, en conjunto, en un 21% menos de eventos vasculares mayores por cada 1 mmol/L de LDL reducido; y ese efecto aparece en todos los grupos de edad, incluyendo mayores de 75 (aunque este grupo era minoritario en los ensayos).
La letra pequeña importa: no es lo mismo usar estatinas para alguien que ya ha tenido un infarto (prevención secundaria) que para alguien sin antecedentes (prevención primaria).
Las guías europeas de prevención cardiovascular lo reflejan de manera bastante clara: en mayores de 70 con enfermedad cardiovascular aterosclerótica, las estatinas se recomiendan “igual que en personas más jóvenes”; pero iniciar tratamiento en prevención primaria en mayores de 70 queda como un “puede considerarse” si el riesgo es alto, valorando comorbilidades, fragilidad, polifarmacia y preferencias del paciente.
Por eso el caso de Teresa tiene un ángulo interesante: su “una pastilla” no solo suena a disciplina, también suena a baja carga farmacológica, algo que en geriatría se cuida mucho por el riesgo de interacciones y efectos adversos.
Las propias guías recomiendan empezar con dosis bajas si hay deterioro renal o posibilidad de interacciones, precisamente para adaptar el tratamiento al cuerpo real (y al resto de medicación) de cada persona mayor.
Y luego están los miedos habituales, especialmente el de “me duelen los músculos” o “me va a afectar a la cabeza”.
Los datos más sólidos dibujan un panorama menos alarmista de lo que sugiere la conversación popular: análisis de ensayos randomizados señalan que los síntomas musculares atribuibles al fármaco son mucho menos frecuentes de lo que parecen en la práctica diaria, donde el efecto nocebo (esperar efectos secundarios y, por ello, notarlos más) pesa bastante.
En cuanto a cognición, revisiones recientes tienden a encontrar neutralidad o incluso asociaciones protectoras en estudios observacionales, sin señales claras de que las terapias hipolipemiantes “apaguen” el cerebro.
Ahora bien, reducir la historia de la longevidad a una caja de pastillas sería tramposo. La investigación en longevidad insiste en que la genética influye, sí, pero no escribe el guion completo.
Un trabajo en BMJ Evidence-Based Medicine con datos del UK Biobank sugiere que hábitos saludables pueden amortiguar buena parte del “riesgo genético” de vivir menos, y que el entorno y el estilo de vida pesan muchísimo. En paralelo, estudios genéticos a gran escala han identificado variantes asociadas a vivir más, aunque con efectos modestos y muy dependientes del contexto.
España, terreno fértil para llegar a los 100
España es un escenario especialmente fértil para estas historias porque, estadísticamente, es uno de los países con mayor esperanza de vida de la UE. Eurostat situó a España entre los primeros puestos en 2023, y la Comunidad de Madrid lideró a nivel regional con cifras muy altas de esperanza de vida al nacer.
Ese “suelo” demográfico —sanidad, hábitos, dieta, redes sociales, condiciones de vida— ayuda a entender por qué aquí aparecen más casos de longevidad extrema que en otros lugares.
La pastilla del colesterol de Teresa no es el talismán que explica los 112 años, pero sí un recordatorio de cómo la medicina moderna se mezcla con vidas antiguas.
Una mujer que aprendió a moverse con la lógica del campo y del pueblo, y que hoy convive con un fármaco diseñado para un enemigo silencioso (la enfermedad vascular) sin convertir su rutina en una farmacia ambulante.