Una antigua pared de Pompeya en un yacimiento recién excavado.

Una antigua pared de Pompeya en un yacimiento recién excavado.

Ciencia

Descubren el secreto de los albañiles romanos para hacer un hormigón milenario: "Se llama mezcla en caliente"

Este descubrimiento es una cápsula del tiempo que documenta el trabajo de los albañiles romanos y lo avanzado de sus técnicas.

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Las claves

Un estudio en Pompeya revela el uso de la "mezcla en caliente" para preparar morteros y hormigones romanos, añadiendo agua a la cal viva y puzolana justo antes de aplicar el material.

Las excavaciones muestran un sistema ordenado de reutilización de recursos, con materiales volcánicos, tejas y cerámicas listas para ser reaprovechadas en la obra.

El análisis microscópico identifica clastos de cal porosos y agrietados, evidencia de una reacción exotérmica que favorecía la durabilidad y el autocurado del mortero romano.

El estudio demuestra que en Pompeya coexistían varias "recetas" de mortero, utilizando cal viva para estructuras y cal apagada para reparaciones y acabados, según la función de cada construcción.

En Pompeya, la erupción del Vesubio del año 79 d. C. suele contarse como una historia de final abrupto y en negativo: ceniza, ruinas y silencio. Pero una nueva investigación invita a mirar el desastre desde otro ángulo: también dejó intacta una escena de trabajo, una casa en plena reforma con materiales amontonados y muros a medio hacer, como si la obra se hubiera pausado de golpe.

Ese detalle —una construcción "congelada" en la Regio IX (Domus IX.10.1)— permite entender con más claridad cómo se preparaban los morteros y el hormigón romanos en la práctica cotidiana, no sólo cómo han resistido con el paso de los siglos.

El estudio parte de un contexto histórico clave: Pompeya llevaba años reparándose tras el gran terremoto del 62 d. C., y en esa última fase de reconstrucción abundaban las reformas domésticas, los refuerzos estructurales y las “puestas a punto” decorativas.

En la casa estudiada, las excavaciones documentan un sistema ordenado de reutilización de recursos: montones de piedra volcánica y caliza, fragmentos de tejas, cerámicas comunes y ánforas reservadas para volver a usarse.

Incluso aparecen marcas en las paredes (números y símbolos) interpretadas como pistas de planificación —ritmos de obra, recuentos, presupuestos—, además de un pequeño “inventario” de herramientas: desde una pesa de plomo que podría servir para medir proporciones, hasta plomadas para asegurar verticales en los muros.

Una obra congelada

Lo verdaderamente jugoso llega cuando los autores comparan tres tipos de evidencias tomadas del mismo lugar: muros ya construidos, muros en construcción y pilas de material “en crudo” (mezclas secas listas para hidratarse).

El resultado “cierra” una discusión que llevaba años moviéndose entre textos clásicos y análisis de laboratorio: en esta obra pompeyana, la cal viva se premezclaba en seco con puzolana (ceniza/arena volcánica) y otros componentes; el agua se añadía después, justo antes de aplicar el mortero.

Es decir: evidencia directa de la llamada“mezcla en caliente”, un procedimiento que genera una reacción exotérmica durante el amasado.

Esta deja una firma microscópica: los famosos “clastos de cal”, esos fragmentos blanquecinos que durante mucho tiempo se interpretaron como impurezas o mezcla mal hecha.

El estudio los analiza con un arsenal de técnicas (petrografía, SEM-EDS, Raman, difracción de rayos X, FTIR e isotopía) y describe clastos porosos, agrietados y ricos en calcio, coherentes con la hidratación violenta de la cal viva.

El propio texto recuerda que, en condiciones localizadas, el proceso puede producir “puntos calientes” muy altos, y que esa dinámica favorece que parte de la cal quede como inclusiones reactivas dentro de la matriz.

A partir de ahí, la historia se vuelve casi "biográfica": el mortero no es un material muerto, sino un sistema que evoluciona.

Los autores se detienen en los bordes de reacción alrededor de los agregados volcánicos (pómez y vidrio volcánico) y muestran cómo los iones de calcio, liberados por la disolución progresiva de esos clastos, migran y vuelven a mineralizar el entorno.

En el camino aparecen fases amorfas y distintos polimorfos de carbonato cálcico (incluyendo calcita y aragonito) que van rellenando poros y oquedades, reduciendo la permeabilidad y ayudando a frenar la propagación de microgrietas: una base mecanística —con huellas químicas— para hablar de autocurado en morteros hidráulicos romanos.

Los investigadores también matizan un punto que a menudo se pierde en los titulares: no todo era una sola “receta romana”. Los datos isotópicos y microestructurales apoyan que en Pompeya convivían usos de cal viva y cal apagada, según la función.

Los autores plantean que la cal apagada podía emplearse para reparaciones y acabados (por su trabajabilidad), mientras que la mezcla en caliente dominaría en morteros estructurales y en la preparación de pilas secas listas para hidratar.

Eso encaja mejor con una ciudad en reconstrucción continua tras el 62 d. C. y, de paso, abre una vía práctica: usar este tipo de firmas o huellas como herramienta diagnóstica para mapear técnicas en otros puntos del imperio.

Recetas múltiples

Lo cierto es que este descubrimiento es una cápsula del tiempo que documenta el trabajo de los albañiles romanos y lo avanzado de sus técnicas. Además, el haber encontraron grandes pilas de ingredientes ya mezclados en seco, esperando agua y mano de obra, subraya la idea de que los clastos porosos facilitan el “viaje” del calcio que termina sellando fisuras.

Este tipo de trabajos también se alimenta del momento arqueológico que vive Pompeya actualmente, especialmente en la Regio IX, donde las excavaciones recientes están ampliando el foco: no solo cómo morían, sino cómo vivían —y cómo se organizaban.

Este mismo año, por ejemplo, se anunció una gran instalación termal privada en una vivienda de élite, descrita como una de las más grandes halladas en una casa pompeyana: un complejo pensado para bañar, sí, pero también para negociar, exhibir poder y cuidar alianzas en torno a banquetes.

Y en esa misma zona, el parque arqueológico comunicó el hallazgo de una megalografía dionisíaca (un friso casi a tamaño real) en una sala de banquetes: bacantes, sátiros, símbolos de iniciación y un programa visual diseñado para impresionar a invitados, igual que hoy una casa enseña “estatus” a través del espacio y la estética. Ese contraste —la obra sin terminar y el comedor concebido para deslumbrar— ayuda a entender la importancia de este antiguo mortero reconstruye economía doméstica, logística y cultura material con un grado de detalle excepcional.