En este país luchar por la democracia se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en una batalla ciudadana por preservar lugares donde no alcance la política. Cajones remotos, altillos con llave y bien altos, atrios laicamente benditos donde poder gritar aquella consigna medieval de “estar en sagrado” para conseguir asilo del agotador debate ideológico diario. Cada vez quedan menos lugares donde escondernos.

El afán colonizador de los políticos es tan insaciable como inservible. Para la política, todo es política; justo al contrario que para el ciudadano. Más aún en verano. Uno de esos espacios, hasta ahora seguros, protegido por pañuelos y camisetas de colores, son las fiestas patronales. Compadreo, alegría, excesos y bailes abrazados a cualquier vecino en el segundo pase de la orquesta. Días interminables donde el pueblo o la ciudad solo se divide en peñas y forasteros. Durante las fiestas no hay crispación, ni oposición, ni ideologías. Hay ganas de disfrutar juntos, orgullosos del lugar que normalmente habitamos con bastante menos entusiasmo. Quizá solo por eso merezcan la pena.

Las fiestas comienzan siempre con un pregón y un pregonero. Es un ritual que suele poner nervioso al elegido, a pesar de que nadie escuche nunca un contenido que también tiene su costumbre: loas al municipio trufadas de anécdotas de la infancia, recuerdos nostálgicos y pellizcos de identidad. El pregonero suele ser un nacido en la localidad o alguien con una intensa relación con la misma que merezca un homenaje ciudadano compartido. En Medina del Campo, este año, el equipo de gobierno ha nombrado pregonero de San Antolín a José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid.

Dejad los pregones en paz, aunque sea firmando en Change.org, como era moda hace no tanto. Hay 364 días al año para actos políticos. El día del pregón no es día de mitin. Quizá les resulte atractivo, por una vez, tener un público entregado. Esta decisión parece un intento burdo del alcalde de Medina del Campo por ganar enteros en su partido. En comunicación política suele decirse que una decisión difícil de explicar no es una buena decisión. Elegir a Almeida, referente del PP y sin vinculación estrecha con el municipio, en el actual contexto político es realmente complicado de explicar. Contamina ese ambiente fraternal y sagrado, que deben promover las fiestas. Vender la elección por sus raíces y compromiso rural, gobernando el agujero negro de oportunidades que supone la capital de España para todos los territorios cercanos, complica si cabe el argumento.

Para que no vuelva a suceder, el PSOE de Medina propone elaborar unas bases reguladoras para la elección de pregoneros. Anda emperrada la izquierda últimamente en regularlo todo para que nada se escape de su moralidad sectaria. Ellos quieren, también, la llave de ese altillo. Dejad los pregones en paz y que las fiestas continúen siendo ese último lugar sagrado. Simplemente hace falta sentido común. Sentido para defender lo común y pensar en lo común. Y un buen chupinazo.