Hace veinte años, un día aparentemente normal se transformó en uno de los más oscuros de la historia reciente de España. Era apenas un niño de diez años cuando el terror se desató en los trenes de Madrid, un acto perpetrado por Al Qaeda que sacudió al mundo entero. Recuerdo llegar del colegio, y ver en el televisor imágenes que, en aquel momento, no podía comprender del todo. Eran escenas de caos, dolor y pérdida, impresas en la memoria colectiva de nuestro país.

El ataque del 11 de marzo dejó una cicatriz en el corazón de Madrid y, a su vez, cambió la manera en que España y el mundo entero enfrentan y comprenden el terrorismo. Fue un bofetón brutal sobre la realidad de los conflictos globales, demostrando que nadie está completamente a salvo de sus garras. Sin embargo, en medio del dolor y la devastación, emergió una historia de resiliencia y unidad. La sociedad española, en su diversidad y pluralidad, se unió con una fuerza sin precedentes, demostrando que el espíritu humano puede prevalecer incluso en las circunstancias más sombrías.

Hoy, dos décadas después, es nuestra responsabilidad recordar. Recordar a quienes perdimos, recordar el dolor que sentimos y, sobre todo, recordar la fuerza con la que nos levantamos. Pero este acto de memoria no debe ser solo un ejercicio de nostalgia; debe servir como un recordatorio vital para las nuevas generaciones. Deben conocer esta parte de nuestra historia, no sólo como un capítulo oscuro, sino como un momento que definió la resiliencia y unidad de nuestra sociedad ante la adversidad.

Para los jóvenes que no vivieron aquel día, las imágenes y relatos pueden parecer distantes, casi como una ficción. Sin embargo, es fundamental que comprendan la importancia de este evento en términos de su impacto inmediato y por cómo ha moldeado nuestras políticas, nuestra seguridad y nuestra percepción del mundo. Deben saber que, aunque el tiempo pasa y las heridas pueden cicatrizar, la memoria de aquellos que perdimos y las lecciones aprendidas permanecen.

En este vigésimo aniversario, hagamos un pacto colectivo para no olvidar. No sólo para honrar a las víctimas y a los héroes de aquel día, sino también para asegurarnos de que las generaciones venideras hereden un mundo más seguro, más unido y más consciente. Que la memoria del 11 de marzo sirva como un faro de esperanza y determinación, recordándonos la importancia de la solidaridad, el respeto a la diversidad y el valor de la PAZ.