Wiston Churchill afirmaba que "uno nunca debe dar la espalda a un peligro amenazante y tratar de escapar de él. Si haces eso duplicaras el miedo. Pero si lo enfrentas de inmediato y sin titubear, reducirás el miedo a la mitad. Nunca huyas de nada. ¡Nunca!". Va acabando julio y a día de hoy cuando leemos un periódico o escuchamos un noticiario no esperamos nada bueno. Se repiten de forma monótona las mismas cantinelas que son éxitos para unos y fracasos para otros, o se reiteran fieros males que no dejan de existir pero que a veces no son tan fieros y que se siguen con tanta minucia que ocultan otros más importantes, y por supuesto no se propone nada atractivo o esperanzador que anime a los ciudadanos. Hace pocos años los telediarios abrían emitiendo deshaucios, cifras del paro, el aumento de la luz, pero hoy con record de deshaucios, paro y precio de la luz no se emite ya nada. Por si faltará algo para variar ahora nos ponen más bozal, más angustia, más inflación, más tipos de interés y más incendios. Guerra de Rusia aparte.

Esto y muchas cosas más explican el extraño fenómeno de que el amplísimo descontento dominante, que tiene pocas excepciones, se presente acompañado de la frecuente sensación de que las cosas van a seguir como están, o lo que es lo mismo mal o peor, lo cual no es muy comprensible cuando se vive en un mundo a la deriva sin patrón que lo gobierne. La gente va a la farmacia vacía con mascarilla obligatoria y nada más salir se la quita y se mete en una cafetería fresquita y llena de gente. Ahí estamos mientras aumentan los contagios y vamos por no se sabe que variante.

Acabamos el mes con un viento de proa que dificulta el avance. Vientos procedentes de todas las orientaciones. Ya no vale el consuelo de que cuando los pueblos están psicológicamente sanos se crecen ante las dificultades, pues éstas les sirven de estímulo para dar de sí. Ya no queda nadie sano, por lo que la convicción de que las cosas no tienen solución, de que no se puede hacer otra cosa que la que se está haciendo, nos está empujando a pensar que la vida pública está escapando de los ciudadanos y el estado ya no cuida de ellos.

Miguel de Unamuno, un ejemplo de persona y de vida, amante de su familia y de los niños, además de la sabiduría, recorrió las mismas calles que algunos podemos pisar todos los días, centró su vida en llevar a cabo misiones variopintas cuyo fin no era otro que el de mejorar la sociedad española. Todas tenían como epicentro a la siguiente: "procuro ejercer la decimoquinta obra de misericordia, esto es: despertar al dormido"..

Los muchos que si se sienten representados en su interior dudan y otros no ven que la conducción de los asuntos ofrezca nada atractivo. La tibieza con la que se proponen una sí y otra también soluciones que parece no modifican nada sino van a peor, produce en los españoles una sensación de que las cosas van a seguir así largo tiempo y ello engendra hastío e indiferencia. La forma peor de la resignación. Cuando se llega a la convicción de que hay que elegir entre posibilidades no deseables, en todo caso no deseadas, hay peligro de que se elija por inercia o por el método de cara o cruz. Es decir, que no se elija, con lo cual la democracia se vacía de contenido. Incendios y catástrofes varias el prescidente sigue haciéndose fotos y campaña a la espera de irse de vacaciones, dejando un país sumido en una crisis económica profunda, además de política y social.

Los que sobrevivimos a la era glaciar de los setenta, a las lluvias ácidas de los ochenta, al agujero de ozono de los noventa, a las crecidas de nivel del mar del milenio y a otras cuantas profecías apocalípticas seguiremos aguantando. Cuando éramos pequeños los peones camineros asfaltaban y parcheaban a cuarenta grados y más con su pañuelico en la cabeza. Hacía calor porque era verano. Un padre de antes no se ponía pantalón corto ni sandalias, aguantaba con su americana y su corbata, no se quejaba del calor. Un padre de antes aguantaba trabajando más de doce horas sin aire acondicionado ni ventilador. Las lloronas de ahora nos dicen que las sanciones a Rusia consisten en que nos muramos de frío, planchemos de madrugada, paguemos la gasolina a tres euros, nos coma la inflación y que encima aplaudamos nuestra ruina y el Covid que nos remate. Toca reflexionar.