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Ricardo III

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En una época como la actual donde la diferenciación es esencial a la hora de ofertar cualquier producto, El Pavón Teatro Kamikaze, más allá de la, evidente, calidad, de sus propuestas y la elaborada selección de su programación, ha definido los perfiles de su oferta, identificándose con el teatro contemporáneo. Eso no quiere decir que no pasen por su escenario los clásicos, como Hamlet o Antígona, pero siempre lo harán con una perspectiva del hoy, hablando al espectador de las cosas que le suceden en su día a día, en pleno siglo XXI.

Y la llegada hasta las tablas de Ricardo III, en versión de Miguel del Arco y Antonio Rojano, con dirección del primero, supone un ítem más, hasta el punto de poder afirmar que no se trata de una actualización del texto de Shakespeare, sino de la demostración empírica de que en nuestro mundo, en nuestra actualidad, nada es nuevo. Y que en pleno siglo XV, en la lejana Inglaterra respecto de la, entonces, católica España del momento, ya existía la corrupción, la manipulación de la información, incluso las “fake news”, las traiciones, las muertes interesadas en función de quien ejerciera el poder, y la subordinación del interés general a los intereses propios, alimentados por la ambición.

De tal modo que en este Ricardo III se nos hacen presenten los perfiles, de Donald Trump, Bolsonaro, Boris Johnson o Salvini, incluso vemos a Francisco Franco camino de su exhumación, identificando argumentos verbales que resuenan a Vox, pero también al soberanismo catalán más recalcitrante, aliñados, los unos y los otros, de sus periodistas de cabecera, en formato “Sálvame de Lux”.

Reconocemos al ex-comisario Villarejo reinando en sus cloacas, y retumban las palabras de Corinna o Juan Carlos de Borbón, a medio camino de sus safaris, recitando éste: “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Mientras se recrea a Margarita de Anjou con los tics de Carmen Polo, es 1485, Ricardo III, de la casa de los Gloucester, tiene algo menos de los 35 años con que murió, pero nos imaginamos fácilmente lo que ocurre a su alrededor, ya que los hechos que suceden quedan referenciados por hitos de éste primer cuarto del siglo XXI.

Ricardo III y los líderes políticos de nuestra actualidad quedan unidos, no solo por su afán de poder, sino por la ausencia de una consistente razón sobre para qué lo ambicionan. ¡Se quiere el poder, únicamente, para poseerlo!, no hay otra cosa tras su anhelo, antes igual que hoy …y como siempre, el camino para alcanzarlo se sedimenta en mentiras, traiciones, falsedades y manipulación.

La versión de Miguel del Arco y Antonio Rojano, del clásico texto, solo tiene un pero: lo pegada que ésta a nuestro momento vital, lo cual significa que en otra época, alguna decena de años adelante o simplemente un par de temporadas teatrales más allá, puede quedar superada por la rabiosa actualidad de otro momento, por si mismo, diferente.

La dirección de Del Arco es irreprochable, con un ritmo vibrante y asentada en una sencilla escenografía de Amaya Cortaire, que recibe al público a la vista, sin telón, como ya es casi hábito, con un sillón tapizado en piel, en mitad del escenario, con su única presencia resaltada por la hábil iluminación de David Picazo, con unas cortinas al fondo que recogerán sobre sí, durante toda la trama, las videoproyecciones de Pedro Chamizo, diseñadas para constituirse en parte esencial del montaje. Con buenas aportaciones de Ana Garay en el diseño de un contemporáneo vestuario, como no podría ser de otra manera; Sandra Vicente en el diseño sonoro y Arnau Vilá como responsable musical.

En Israel Elejalde reconocemos algunas de las características, y giros interpretativos, que le hemos observado en sus últimos trabajos, habiendo desarrollado un perfil propio que sientan estupendamente a éste Ricardo III, dotándole de perfiles a medio camino entre un Caligula y un bufón.

Junto a Elejalde, destacan los trabajos de Manuela Velasco como Isabel, Verónica Ronda como Ana, esposa de Ricardo, y Cristobal Suárez en su recreación de la reina Margarita, pero todo el elenco raya a gran altura, completado por Alejandro Jato, Chema del Barco y Álvaro Báguena.

La dupla de Miguel del Arco e Israel Elejalde nos ha brindado grandes satisfacciones en la escena teatral, con mención especial para aquel Misántropo, sencillamente inolvidable, y éste Ricardo III es una nueva prueba de su talento. Quizás excesivamente pegado a la contemporaneidad, pero dotado de la misma fuerza brutal y avasalladora con que fue escrito por Shakespeare hace más de cuatro siglos. Un montaje imprescindible dentro de esta temporada 2019/2020, en el que se habla de lo de siempre, de lo de toda la vida: del poder, sus cuitas y sus miserias para conseguirlo. Es Ricardo, pero podrían serlo muchos otros a los que usted y yo conocemos bien de cerca, y no hablo solo de política, que también. Usted ya me entiende.