Las Bardenas Reales en Navarra.
Las Bardenas Reales
En el sureste de Navarra, donde la tierra se resquebraja bajo el sol y el viento da forma a cerros solitarios, se extiende uno de los paisajes más sorprendentes y singulares de la península ibérica: las Bardenas Reales.
Este paraje semidesértico, de aspecto casi lunar, es mucho más que un espacio natural de formas caprichosas. Es una tierra cargada de historia, habitada por la memoria de pastores, marcada por antiguos derechos comunales y envuelta en leyendas que aún se cuentan al calor del fuego.
El nombre de "Reales" no es casual. Desde el siglo IX, estas tierras fueron propiedad de la Corona de Navarra, que las cedió a ciertos pueblos con el derecho de uso —no de propiedad— a cambio de fidelidad y servicios. Con el tiempo, se conformó una comunidad singular: la Comunidad de Bardenas Reales, formada hoy por 22 municipios navarros, el Valle del Roncal y el Monasterio de la Oliva, todos congozantes del uso tradicional del territorio.
Este sistema comunal, que aún se mantiene, ha permitido durante siglos el aprovechamiento colectivo de recursos: pastos para el ganado, madera, agua y caza. El pastoreo trashumante marcó profundamente la relación entre el ser humano y este paisaje seco, duro y generoso a su manera.
El territorio bardenero —más de 42.000 hectáreas— se divide en tres grandes zonas, cada una con características propias:
La Bardena Blanca: la más famosa y fotografiada. Aquí se encuentran los paisajes más áridos y erosionados, con formaciones como Castildetierra, que se ha convertido en símbolo de la Bardena. Es una tierra de yesos, arcillas y formas imposibles.
La Bardena Negra: más elevada y húmeda, con vegetación de pinos, carrascas y matorral mediterráneo. En esta zona los cabezos están cubiertos de monte bajo, y la presencia humana ha sido menos intensa.
El Plano: una extensa planicie agrícola en el norte, usada tradicionalmente para cultivo y pastos. Su aspecto contrasta con el de las otras dos zonas, mostrando la variedad paisajística de la misma.
El visitante que recorre las Bardenas, se encuentra con lugares de belleza y extrañeza poderosa. Algunos de los parajes más conocidos —y otros más secretos— componen un catálogo natural que parece salido de otro planeta:
Castildetierra: formación icónica, con su cima puntiaguda y su base erosionada, símbolo de la erosión y la resistencia del paisaje bardenero.
Piskerra y el Rallón: zonas de montes con vistas espectaculares, verdaderos laberintos naturales.
El Vedado de Eguaras: un pequeño oasis verde en medio del desierto, donde antaño se alzaba el castillo de Peñaflor.
El Paso: un corredor natural usado durante siglos por ganados y caminantes.
La Punta de la Estroza: una formación rocosa que se alza solitaria sobre el terreno, sirviendo de referencia visual y punto de observación privilegiado del entorno.
Cada uno de estos rincones guarda algo más que belleza: son fragmentos vivos de historia, geología y memoria popular.
Durante siglos, las Bardenas fueron cruzadas por pastores trashumantes, que venían desde el Pirineo siguiendo las cañadas reales. En chozas de piedra o madera pasaban largas temporadas cuidando del ganado. Su vida era austera, guiada por la tierra, el clima y la tradición.
Aún hoy, aunque con menor intensidad, se mantiene esta actividad. Cada año, en septiembre, el Paso de las Bardenas, recuerda esa herencia: miles de ovejas bajan desde el Roncal hasta los pastos bardeneros, en una de las manifestaciones vivas de la trashumancia en España.
Las Bardenas también son territorio de leyenda. Su aspecto misterioso ha dado pie a historias que mezclan lo real y lo fantástico:
Se dice que bandoleros y contrabandistas se escondían en sus barrancos, aprovechando su orografía para huir de la justicia.
No faltan relatos de luces extrañas, apariciones o ecos que no tienen dueño, especialmente en noches cerradas o tormentas eléctricas.
Estas historias, transmitidas de generación en generación, forman parte del alma secreta del lugar.
Las Bardenas Reales fueron declaradas Parque Natural en 1999 y Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 2000. A pesar de su aspecto inhóspito, son hogar de una rica biodiversidad, incluyendo aves rapaces como el alimoche, el búho real o el águila real.
Hoy, este espacio sigue vivo: pastores, agricultores, senderistas, ciclistas, naturalistas y curiosos conviven con un entorno que, aunque parece eterno, es tan frágil como valioso.
Las Bardenas no se entienden solo como un paisaje natural. Son también un paisaje humano, histórico y simbólico. En sus barrancos y cabezos se guardan siglos de vida, de esfuerzo y de imaginación. Quien recorre sus caminos no solo atraviesa un desierto, sino que camina por una memoria compartida entre naturaleza, historia y leyenda.
Y me acuerdo de la jota:
Cuando miro a la Bardena,
la emoción abre mi pecho.