El papa León XIV, durante su primera misa oficial.

El papa León XIV, durante su primera misa oficial. Claudia Greco Reuters

De los arcángeles y el "Principio del bullying"

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Ahora que vivimos tiempos neopapales y la Iglesia católica vuelve a centrar las miradas del mundo, muchos cómicos han cometido la osadía unilateral (nada osada para los receptores, más bien bastante común) de parodiar los ritos, mitos y haceres cristianos.

Sin ningún género de duda cualquier lector habrá podido atisbar una tendencia especialmente incisiva eclosionante de los sectores más desenfadados de la televisión, la radio o los periódicos a burlarse de la religión crística. Esa inclinación, por descontado, no se replica en lo atinente a otros credos: estos humoristas no se atreven a reírse críticamente del islam o del judaísmo. Ello no es porque estas doctrinas carezcan de puntos susceptibles de ser desopilantes, sino porque el comedimiento y el palpable terror a las consecuencias de estos cómicos los invita a repudiar públicamente, paradojas del destino, solo a la religión más tolerante en la actualidad de toda la rama abrahámica.

¿Son, pues, la Iglesia de san Pedro y su vicario un León cuya cola puede ser pisada con frecuencia sin que existan repercusiones? ¿Por qué existe este fenómeno y por qué no encuentra homologación relativa a religiones alternas? Todo se explica desde el cambio filosófico eclesiástico y aquel que he bautizado como el "Principio del bullying".

Tomemos como mártires del presente ejemplo a los arcángeles. Estos seres etéreos forman parte de la pirámide celeste y, aunque su número y representación puede variar dependiendo del tipo de cristianismo que uno se encuentre tratando, siempre ostentan un papel determinante en el desempeño de la historia si miramos a través de la óptica de las escrituras. Pertenecientes al octavo círculo y al tercer grado de la jerarquía angélica establecida por Pseudo Dionisio Areopagita, la Santa Sede católica reconoce tres entidades: Gabriel, Rafael y Miguel. Cada uno de ellos guarnecido con atributos quasi-omnipotentes y, sobre todo, revestido de la capacidad extrema, solo adherible a monarcas apoteósicos de inconmensurable presencia, de causar parálisis y horror.

Sí, la palabra "horror" no es en nada inadecuada. Los arcángeles de tradición testamentaria no coinciden forzosamente con las representaciones exentas de oscuridad y severidad que artistas y artesanos de doctrina romana han transmitido en el transcurso de los siglos. Gabriel, considerado la mano izquierda de Dios, se revela como el mensajero de todos los tiempos. Cada aparición del arcángel emisario provoca estupefacción y un sentimiento de solemne, augusta y profunda conturbación en aquellos, sin importar su rango o posición, que reciben su visita. Daniel retrata la irrupción de Gabriel como "asombrosa". Zacarías describe la voz del embajador cósmico como un "clamor", no un susurro ni una sugestión: un vociferante clamor que cala en los huesos como el hielo congelaría los dientes de leche de un niño.

La relación que la iglesia evangélica canónica establece entre los seres divinales que descienden de las esferas apoteósicas para comunicarse con los humanos no es menos jerárquica que la que puede tener un niño al presenciar los terrores de lo insondable en total soledad; la substanciación de los arcángeles se intuye benévola, mas también imponente.

Miguel era el guerrero. Según tradiciones textuales, era un ser capaz de castigar a los infieles y de lidiar con las potencias del infierno en completa individualidad. Su nombre es sinónimo de poder en estado bruto y de justicia ciega, perseguidora de los pecadores sin importar su estatus en el insulso organigrama terrenal.

La sensación que inocula en los espectadores su presencia es pareja a la que sintió el príncipe Próspero cuando vio que alguien de entre sus invitados había acometido la bravuconada de asumir el atuendo de la "muerte roja". En la narración de Poe, ese sentimiento se describe con la siguiente elocuencia: "incluso para los espíritus más liberales, para los que la vida y la muerte son solo un juego, hay cosas con las que no se puede jugar".

El cristianismo, en su afán de tolerancia ideológica, ya no causa miedo. Es una religión menos arcangélica (en el sentido escritural del término) y más humanista. La Iglesia ya no "clama", sugiere, susurra y aconseja. La Iglesia ya no blande flamígera espada, pastorea sus decrecientes siervos. La sociedad mediática, encabezada por la artillería cómica, la juzga inofensiva.

Jamás atacarían al islam: podría costarles la cabeza. Ni al judaísmo, dado que su poder mediático ortodoxo es sin par. Solo van en manada a por el miembro más débil y tolerante, demostrando el ejercicio de dos fenómenos: 1) la réplica del comportamiento del bullying en los colegios (solo agreden al más débil y no al que puede defenderse) y 2) la demostración de que para cosechar respeto, no sirve ser inofensivo; hay que ser poseedor de poder, no obstante decidir motu proprio no utilizarlo.