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La encrucijada en el actual Matrix español
El declive, salvo catástrofes, viene despacio... hasta que, como avalancha, gana velocidad. Con los desastres, es vertiginoso.
El Covid, La Palma, la DANA o la amnistía; otros no tan al completo, como la rapiña continua de dinero y leyes, aunque todo se entremezcla y va dejando al ciudadano sin reacción ante cualquier suceso imprevisto.
Nunca es más verdad que hay ciudadanos de primera y de segunda: con un solo sueldo es casi imposible sobrevivir o comprarse una casa para la clase baja; otros compran chalets de millones sin que se pregunte de dónde.
El aumento de ministerios y el justificar su trabajo lleva a la inflación de leyes e hipercontrol. ¿Quién nos iba a decir que para tener un perro tendríamos que pasar un examen de la Administración? La engordará aún más.
Que un autónomo se deje la piel desde el minuto cero, sin ganar un euro, o que las inspecciones de Hacienda generen miedo, con pluses por denuncias, hace que el Estado, en parte, sea, sencillamente, confiscatorio. Y con eficiencia. Y no sólo legalmente, pues la corrupción también es confiscatoria para el que la sufre, bien en mayores costos en el mantenimiento, o en su abandono progresivo, como en el caso del gran apagón o el AVE, que ha desarrollado miedo a salir del nido, o, mejor dicho, a llegar a cualquier parte. Que la Administración no ponga ni una botella de agua, que quienes han visto el desastre sean quienes lo hayan hecho, es un clamor. Y, por supuesto, aumentando las "ayudas para el mínimo vital” que, con otra política, no serían necesarias…
Eso del "cambio climático antropogénico sobrevenido", moda mundial, tan bulo eso de negarlo… diviértase escribiendo "sequía 1718" en Google...
Y todo esto no se hace por maldad pura y dura (aunque a veces lo sea), sino también por una mezcla letal de psicología del poder, ingeniería social y pasividad ciudadana inducida. Un cóctel que se retroalimenta.
Porque uno de los mecanismos más potentes —y peligrosos— que opera bajo la superficie es el adormecimiento progresivo de la conciencia crítica.
Al principio, los cambios llegan como cosas absurdas pero anecdóticas: que si se prohíbe decir ciertas palabras porque pueden "ofender”, que si no se puede fumar en el coche, menús infantiles obligatorios en comedores escolares... Se introducen restricciones absurdas que acostumbran al ciudadano a aceptar decisiones externas sobre su vida diaria, bajando la resistencia a imposiciones más serias. Se ríe o comenta. Forma parte del juego.Y la saturación de lo absurdo hace que lo grave pase desapercibido. Así, al paso, se instala la obediencia sin resistencia.
La gente convive con la farsa: votaciones irreales, leyes para la foto, políticas públicas que nunca llegan. Mientras, las catenarias se rompen. Se engorda la Administración para mayor control con formularios imposibles de cumplimentar, en parte para justificar la (poca) ayuda prestada. Los periodistas, repiten al dictado. La palabra "servicio público” se vacía de contenido, sustituida por control, protocolos automatizados y buzones de voz.
Todo diseñado para que el ciudadano se canse antes de tiempo: pedir una cita, reclamar una subvención, entender una ley, acceder a una vivienda, se convierte en un obstáculo. Y al final uno desiste. No porque no tenga razón, sino porque el sistema está hecho para eso: para desgastar, agotar, desalentar. Lo más perverso es que muchos acaban creyendo que la culpa es suya. No es cierto. El sistema está diseñado para que fracases. Y aun así, te culpas. Porque te han educado para obedecer, no para cuestionar.
Con manipulación del lenguaje y eufemismos, propaganda encubierta y desinformación o polarización, se induce a la sociedad al fatalismo.
Es un totum revolutum todo esto: incluso la señora von der Leyen dice que: "La libre expresión es como un virus. Y que la censura es su vacuna". En inglés, para que parezca más inteligente, de autoridad: vamos, que en todos sitios cuecen habas 2030, que no sólo somos nosotros.
Reconsiderando todo esto, la sociedad civil debe estar en pie de guerra (y en parte lo está, pero siempre es poco), para que las estructuras partidistas y de poder omnímodo no devoren la libertad básica del individuo. No nos engañemos: dichas estructuras sí están en guerra con nuestro sentido común, a menos de pertenecer mentalmente a los avestruces .
La Historia es cíclica: se lucha contra la tiranía, se "disfruta" de la democracia, se relaja la vigilancia, vuelve la tiranía...
Hay que abandonar la masa social amorfa y mantenida en un sueño perverso. La sociedad civil, o despierta, o, como tal, desaparece esclavizada como apéndice de tiranos.
Y no, la solución no es "no votar": todos tenemos una elección que hacer, y no hay excusas.
Deja de mirar hacia arriba, y mira a tu alrededor, infórmate, busca opciones si quieres, que las hay, y elige la píldora: roja o azul. No hay otras opciones: despierta u obedece.