
El presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa, en la sede del PSOE en Ferraz. Europa Press
La carta de la (des)vergüenza
En un ejercicio que oscila entre la audacia y el descaro, Pedro Sánchez ha dirigido una misiva a su militancia que bien podría titularse “la carta de la desvergüenza”.
Presentada como un bálsamo para calmar la "indignación" y el "dolor" de sus bases, el texto es en realidad un manual de supervivencia política que evita cualquier asunción real de responsabilidad en la trama, presuntamente, criminal que ha puesto en jaque la credibilidad del partido y del Gobierno.
Es la carta de un líder que se presenta como ajeno a los tejemanejes de sus más cercanos.
Mientras el foco mediático y judicial se centra en la presunta red corrupta formada por figuras de su círculo de confianza como José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García, Sánchez elabora un relato en el que el Partido Socialista es una víctima más.
Habla de "compañeros que ocuparon altas responsabilidades" que traicionaron la confianza, pero evita mentar a la bicha, obviando los nombres y apellidos que están en la mente de todos los españoles. Esta omisión deliberada no es un detalle menor; es la piedra angular de una estrategia de evasión.
El secretario general se envuelve en la bandera de la ignorancia, ganándose a pulso el apelativo de Pedro Sánchez "el Ignorante". Su carta defiende la "salud democrática" del país basándose en que el ejecutivo no conocía el informe de la UCO antes de su publicación.
Este argumento es un insulto a la inteligencia ciudadana. Pretende que la opinión pública crea que una trama de tal calibre, perfilada, según se comenta, hasta en los asientos de un Peugeot, se gestó y operó a espaldas de quien nombró y mantuvo en sus puestos a los presuntos implicados. La misiva pide creer en la ingenuidad de un presidente cuyo deber es, precisamente, saber y controlar.
La carta proclama que el PSOE ha actuado "con contundencia", que "expulsa a quienes fallan" mientras que "otros, los protegen". Este maniqueísmo ramplón busca desviar la atención hacia el adversario político, una táctica tan vieja como ineficaz cuando la corrupción mancha la propia casa.
Se presenta la denuncia de la corrupción no como una exigencia de salud democrática, sino como un "intento deliberado de la derecha para derribar a un gobierno legítimo" y una "operación de demolición moral". Es la huida hacia adelante de quien, acorralado por la podredumbre interna, opta por culpar al mensajero y tildar de conspiración la labor de la justicia y la prensa.
Sánchez pide perdón "por lo que representa" el escándalo, una disculpa etérea, sin destinatario ni responsable concreto. Un perdón que no asume la culpa por omisión, por la falta de vigilancia, por la confianza ciega depositada en quienes, presuntamente, usaron sus cargos para lucrarse.
En definitiva, esta carta no es un acto de contrición, sino de reafirmación desafiante. Es el documento que prueba que, para el presidente, la vergüenza es un sentimiento ajeno y la responsabilidad, una carga que siempre debe recaer en otros.
Lo bueno, y triste, es que su actitud, y descaro, ya no sorprenden a ningún ciudadano español con un mínimo de dignidad e inteligencia, tanto dentro como fuera de las filas de un PSOE, inmerso en un escándalo político, mediático y judicial.