Trump

Trump

Hermano mayor

Publicada

Es un escenario común en las casas que el hermano menor se encuentre divirtiéndose con un videojuego; en un momento dado, la partida torna especialmente compleja y no sabe cómo proceder. Entonces, caído del cielo, aparece el hermano mayor, quien agarra los mandos y procede a aplicar una ley marcial que implica la aniquilación del contrincante.

Pocos seres más infames han pisado la Tierra que el arquetípico primogénito, heredero del desastroso desempeño videojugabilístico de su consanguíneo, que destruye ensañadamente al rival. Aunque el pequeño estuviera perdiendo un partido en el extinto FIFA por cuatro a cero, no duden que el encuentro terminará en un rimbombante 4-10, edulcorado con los lloros de la otredad filtrados por el chat de voz.

Estados Unidos se ha acostumbrado a ser el águila imperial de la geopolítica. La historia de los siglos XIX y XX ondeó la bandera norteamericana: la nación de las barras y las estrellas vestía el siempre peligroso hábito de fungir como la policía del mundo.

Su poder en las pasadas décadas adoleció de un cariz imperialista, mas no tendente hacia un expansionismo anexionista como el del Imperio Romano (EEUU ya atravesó esa convulsa etapa en el siglo XVIII), sino, más apropiadamente, propenso al sembrado de su influencia en lugares estratégicamente valiosos a lo largo y ancho del globo.

Siguiendo una lógica territorialista, la superpotencia angloparlante actúa de manera divergente a otros colosos imperiales de la historia: no ejerce como Roma cuando romanizaba o como la Corona española cuando evangelizaba con fines humanísticos además de comerciales. Opera por el contrario con el objetivo de establecer su dominación subrepticia sobre el resto de continentes.

Si lo encuadramos en la terminología de la psicología analítica, Estados Unidos es la sombra que se nutre desde la profundidad de la caverna de otras representaciones políticas. La sombra, como señalaba Carl Jung, no es ni negativa ni positiva, pero siempre existe e influye. En el ámbito internacional, el tío Sam ha fungido como el sempiterno dominador de todos sus aliados y como el azote de sus enemigos.

Tras ser manumitidos de las ataduras que representó el equilibrio estratégico que nació tras la Segunda Guerra Mundial y se consolidó después de la Guerra Fría, multitud de países con gran capacidad de crecimiento económico se han convertido en jugadores habilidosos del tablero geopolítico ecuménico.

Los purasangres árabes de las petromonarquías de Oriente Medio se saben millonarios más allá de las apreciaciones más imaginativas, alfiles estratégicos y previamente controlados por la esfera occidental como Brasil o Sudáfrica se hallan revoloteando por la tarima económica (acostándose cara al sol que más calienta), las escoradas y personalísimas torres de Irán y la India sacuden con bruscos movimientos el mundo gracias a su valencia demográfica, geológica e iterativamente extremista.

Por último, el comportamiento de la zarina y del emperador chino hace recrujir los chillidos del águila americana, que hogaño no avizora el tablero desde la comodidad de las alturas. Ahora ha de volver a bajar a mancharse sus garras de barro y sangre.

No obstante, a pesar de que la necesidad que detenta el país de Lincoln de regresar al ruedo y reafirmar su papel como primera fuerza mundial, los métodos de reacción pueden resultar variados.

La administración demócrata que quedó entronizada a finales de 2020 optó por una propuesta de cuidados intensivos. EEUU se mantuvo próximo a sus aliados e intentó no dar demasiados pasos en falso en un teatro geopolítico que le resultaba asaz hostil.

Esto, por supuesto, no llevó a buen puerto. Los escarnios se multiplicaron y la deflagración del águila nos dejó varias instantáneas con una impronta imperecedera (como aquella en que los últimos soldados americanos abandonaban apresuradamente Afganistán).

De nada sirve la mano izquierda cuando se es el capitán de un barco rodeado por una tempestad, salvo que se pretenda exudar debilidad y vulnerabilidad, lo que suele redundar en un motín. Joe Biden fracasó y, francamente, en su partida particular de FIFA iba perdiendo por un margen importante.

Sus caídas y su imagen avejentada no transmitían señales de vigorosidad en una sociedad por lo demás obsesionada con la imagen y las proyecciones. El cambio de gobierno se encontraba escrito y el sucesor había cincelado sus nombres y apellidos.

A pesar de los constantes esfuerzos que el conglomerado mediático progresista realizó en 2020 para destruir la reputación de Trump, el magnate es el candidato preferido en la circunstancia en que se precisa de ese referente que solvente las asperezas de un nivel duro. Con una política arancelaria que no entiende de amigos, el antipolítico ha hecho de la ausencia de piedad su marca personal.

Es posible estar en desacuerdo con sus métodos, mas, cuando se quiere ganar la partida, no se puede culpar a un pueblo decadente por llamar al hermano mayor.