El borrego Ibérico Pata Negra

El Dioni/ Wikimedia Commons

El Dioni/ Wikimedia Commons

Por Miguel Lázaro, (profesional del Turismo, escritor y blogger), @miguel_lazaro_

Todo empezó un día cualquiera siendo yo pequeño todavía; corría el mes de septiembre del año 1989 y escuché en las noticias, que habían localizado por fin al Dioni en Brasil. Cuando escuché ese nombre, pensaba que era un torero… no sabía de qué iba el rollo y le pregunté a mi padre: "no hijo, ese señor no es un torero. Se ha hecho famoso por robar un furgón blindado y huir con el dinero". Según tengo conciencia, esa fue la primera vez que en mi vida, me di cuenta del valor mediático de ciertas acciones, con sus consecuencias sobre el cerebro colectivo de la población.

A todo esto y como anécdota, recuerdo también “al del mechero” y su famoso #LaMierdaLaSole, que bien podría ser hoy Trending Topic; a un tal Antonio Guerra (hermano de), que hicieron su show gracias al humor de Alfonso Arús, en Al Ataque y El Chow. No me imaginaba que años después, la repercusión social de lo que nos pintaban como un chiste, sentaría las bases del germen borrego ibérico, que en dos décadas, ha quedado implantado como un patrón social ¿de éxito?

Todo empieza siendo un chiste, una gracia de listos… y acaba creando escuela. Sinceramente, aquí la lucha de clases, que pretenden plantear algunos atascados pre-constitucionales, no es la de ricos contra pobres: la verdadera lucha de clases es la de los listos contra los que trabajan, o contra los que se esfuerzan.

Paisanos de mentes blandas sin iniciativa, terminan generando a una clase de asilvestrados y listos impunes, que se creen con más derechos que los demás. Porque claro, si el borrego ibérico no les cediera el paso, no estarían donde están. Aquí se sigue premiando lo malo por conocer, que de eso saben y mucho los fieles votantes del PPSOE y del populismo más rancio de matón de instituto, libertario de sofá y con antecedentes. Supongo que para que cambien las cosas, hay que seguir apelando a la inteligencia de la población, para despertarla entre otras cosas. Demostrado está, que usamos la inteligencia y el instinto o ambas, cuando no nos queda más remedio por pura supervivencia.

Llego a la conclusión de que nos gusta mirar las burradas que hacen los demás, que somos primates apretabotones, que se dejan guiar por luces que brillan, siempre y cuando salgan de una pantalla táctil; pero que sea una pantalla ¡ojo! si no, no vale. Porque si no sale antes por TV, y no ha sido previamente aplaudido por alguien, parece que no es verdad. No me puedo sacar del frasco, no debo hacerlo.

Si me erigiera más sabio que el resto, empezaría a creerme de la clase superior, que se concibe más lista: los Dionis, los Bárcenas, los Barberás, los Chaves y los Griñanes, los Messi, los Mas y los Puigdemont, los Pujoles & cia que se creen que los territorios y los capitales les pertenecen… y que los impuestos y justificar cuentas, es algo que solo debe hacer la clase de los tontos, o sea, los que trabajamos. Yo como trabajo, debo ser tonto.

Desde luego, si lo que ven en esta generación y las siguientes, entre Mediaset y su GH, la vieja política de la soldadura al asiento bañada en corrupción, y demás estrellas mediáticas, que viven del “no sé qué”, toda esta religión del plasma, les supone algún modelo de comportamiento, solamente pueden llegar a la conclusión de que trabajar es de imbéciles.

La única forma de no alimentar más a esta clase de asilvestrados impunes, es negarles el sustento: negarles la audiencia, la fama y el voto. Eso depende de nosotros y solo de nosotros, ya que ha quedado demostrado, que las personas solamente cambiamos en caso de necesidad. Solo así evolucionamos. Ante su falta de empatía, no basta con aquello de que el mejor desprecio es no hacer aprecio, ya que nuestra pasividad puede ser instrumentalizada como consentimiento… y así no hay quien baje del burro a los y a las que se afianzan con soldadura a su asiento, como si no hubiera un mañana.

Dicen que somos lo que comemos. También somos lo que votamos.