Como ocurrió hace años con la energía, la logística o la automoción, hoy son los centros de datos los que prometen marcar un antes y un después en el tejido económico e industrial de la región. Una transformación imparable que ya está en marcha.
Los centros de datos no son sólo enormes instalaciones repletas de servidores que almacenan y procesan información. Son, en realidad, la infraestructura crítica sobre la que se sostiene nuestra sociedad digital. Todo lo que hacemos —desde enviar un mensaje, ver una película en streaming, realizar una compra online o entrenar una inteligencia artificial— pasa, de una forma u otra, por uno de estos centros. Son la energía invisible que alimenta la economía del conocimiento, son el “estado del arte” de la tecnología.
Para entender el potencial que esto supone para Aragón, basta con mirar hacia el otro lado del Atlántico. En el estado de Virginia, especialmente en el área de Ashburn (conocida como “Data Center Alley”), se concentran más de 200 centros de datos que canalizan aproximadamente el 70% del tráfico de internet global. Allí, esta infraestructura ha generado miles de empleos directos e indirectos convirtiendo al estado en uno de los principales polos de atracción de inversión tecnológica del mundo.
La historia de Virginia es la historia de cómo una apuesta por la conectividad, la estabilidad energética, la disponibilidad de suelo y una fiscalidad favorable puede convertir a un territorio sin un pasado tecnológico especialmente brillante en un referente mundial. Empresas como Amazon Web Services, Google, Microsoft o Meta han asentado allí su columna vertebral digital “arrastrando” talento, innovación, emprendimiento y progreso social.
Lo más interesante es que Virginia no es Silicon Valley. No es un territorio con una historia centenaria ligada a la informática. Lo que la ha transformado ha sido su visión estratégica, su capacidad para crear condiciones óptimas y una voluntad clara de convertirse en epicentro del mundo digital.
En muchos sentidos, Aragón hoy se parece a la Virginia de hace dos décadas. Cuenta con grandes extensiones de terreno industrial a precios competitivos, con una elevada disponibilidad de energías renovables —una de las claves para las empresas tecnológicas en su lucha por la descarbonización— y con una localización estratégica que conecta Madrid, Barcelona y el sur de Francia. Además, posee una administración ágil y una apuesta política decidida por atraer inversión tecnológica como núcleo central de mejora de las condiciones y calidad de vida de los ciudadanos.
Y, lo más importante, Aragón está empezando a construir su propio relato en torno al dato. La instalación de grandes centros de datos por parte de compañías como Amazon o Microsoft no es una anécdota. Porque cada centro de datos no es una isla: es un nodo que requiere de cientos de proveedores, infraestructuras auxiliares, servicios especializados, ingenieros, técnicos, especialistas en mantenimiento, en ciberseguridad… En otras palabras: es una industria con todas las letras.
¿Pero todo es positivo e idílico? Seguro que no, nada lo es. Los centros de datos también plantean preguntas importantes sobre el consumo energético, la integración en el entorno o el modelo de empleo que generan. No son una solución mágica, sino una oportunidad que debe gestionarse con inteligencia y visión de largo plazo.
No basta con atraer inversiones: hace falta gobernarlas, alinearlas con los intereses del territorio y garantizar que el progreso tecnológico sea también social. Si no se acompaña con políticas públicas valientes y con una participación activa del ecosistema local, el riesgo es que el valor añadido se escape por las redes de fibra, dejando solo ladrillos y ventiladores.
Pero es una gran oportunidad. El dato, como la energía o la logística en su momento, puede ser el catalizador que redefina la identidad industrial de la comunidad.
El verdadero reto no es atraer centros de datos, sino construir alrededor de ellos un tejido económico vivo. Y aquí Aragón parte con ventaja si sabe jugar sus cartas. No se trata de replicar el modelo de Virginia, sino de adaptarlo a nuestra realidad, con nuestra gente, nuestras empresas, nuestras universidades y nuestras fortalezas como territorio.
En pocos años, podríamos mirar atrás y ver 2025 como el inicio de una transformación estructural. Quizá dentro de una década, cuando se hable de los grandes hubs digitales europeos, el nombre de Aragón resuene con la misma fuerza que hoy lo hace Virginia. No porque hayamos imitado a nadie, sino porque supimos interpretar las señales del tiempo.
Convertirnos en un territorio del dato no es una promesa utópica, es una realidad en marcha. Aragón ha sido históricamente un cruce de caminos, un territorio de pruebas, comienzos y finales. Hoy tenemos en nuestra mano un comienzo que puede marcar nuestro futuro dando un salto cualitativo hacia la economía del siglo XXI. No estamos ante una moda tecnológica, sino ante la fundación de una nueva industria. Una industria que no sólo genera riqueza, sino que define el tipo de sociedad que queremos ser.
Virginia nos recuerda que los grandes cambios comienzan con una decisión, la de imaginarse como algo más de lo que se es hoy y trabajar por ello.
*Félix Gil, presidente del clúster de empresas de tecnología de Aragón, Tecnara, y CEO de Integra Tecnología