Aunque durante varias semanas hemos estado repasando algunas cuestiones surgidas las pasadas fiestas, lo prolongamos en estas líneas, con una cuestión que se ha venido reiterando en las últimas décadas, sin que los diferentes equipos de gobierno municipales -ya que desde dichas instancias donde debería tratarse con las comisiones afectadas- hayan revertido de manera concluyente.

Me estoy refiriendo a la importancia que alberga la ocupación del espacio urbano en cada edición de junio. Hablamos de una de las cuestiones más sensible; la incidencia -y las molestias- que nuestras celebraciones ocasionan cada junio a la ciudadanía -otra relacionada sería el ruido generalizado-. Una circunstancia que tiene una especial incidencia -como sucede en todas las grandes fiestas del país- en el centro de Alicante y, por lógica, más accesibilidad en zonas más amplias, despejadas y residenciales.

Hay varias consideraciones al respecto, en la que en muchas ocasiones llaman más las excepciones, que el conjunto. Un ejemplo. En Alicante hace bastantes años que la plantà de las hogueras en determinados distritos -no llegan a la decena-, en líneas generales de categorías no muy elevadas provocan una sensación generalizada de molestia, que se podría revertir sin grandes problemas.

Una planificación suficientemente preventiva, acordando con las comisiones implicadas y ofreciéndoles alternativas, con rapidez evitaría ese justificado rechazo de buena parte de la ciudadanía, al contemplar como se realizan cortes en vías de tráfico de enorme tránsito, dejando libre las mismas con acuerdos de fácil planteamiento y ejecución.

Por otro lado, es de justicia destacar los avances potenciados institucionalmente y asumidos por numerosas comisiones, de cara a acrecentar la accesibilidad en la ‘conllevanza’ con los diferentes sectores de nuestra sociedad -personas de avanzada edad, afectadas por diversas enfermedades con limitaciones…-. Esa apuesta por la sensibilización colectiva, es una muestra más de la implicación y adaptación del mundo foguerer a unas conquistas justas que todos entendemos y asumimos.

Bien es cierto que las limitaciones antes señaladas, no existe en hogueras e instalaciones festivas plantadas en zonas urbanas de creación más o menos reciente, diseñadas con una mirada más actualizada y muy alejadas a las características marcadas en el centro y barrios más o menos tradicionales.

En cualquier caso, no hace muchas semanas escuché un muy interesante debate radiofónico que hablaba de medidas encaminadas al futuro cercano de les Fogueres -como ya avancé, bastante olvidadas llegada la canícula veraniega-.

Dentro de las diversas conclusiones generadas -una de ellas, muy estimulante, el compromiso ratificado por la concejalía de Fiestas de aumentar el importe de las subvenciones, en especial a las que comprenden la categoría especial-, surgió la peligrosa conclusión, asumida entre los asistentes, que de alguna manera justificaba un determinado grado de exceso en la utilización del espacio público, caso de que esa actuación quizá invasiva y generadora de excesivas molestias, fuera dirigida a plantar una foguera de las más altas categorías.

Se trata de algo en lo que disiento por completo. Todo ha de tener un límite. No todos los emplazamientos tienen las mismas posibilidades, ni las instalaciones festeras han de dejar de estar exentas de límites razonables. Esa ruptura entre fiesta y ciudadanía ha de ser razonablemente revertida intentando conciliar posturas, y esta vertiente concreta supone una auténtica piedra angular en ese enunciado.