La actitud que ha tomado el Gobierno central con la huelga de transportistas es impropia de un ejecutivo que se ha demostrado como un verdadero funambulista sobre el alambre desde que en noviembre de 2019 Pedro Sánchez ganó unas elecciones generales con apenas el 28,3% del voto de los españoles. Pero como en otros problemas a los que se ha enfrentado anteriormente, todavía estar por ver el desgaste que sufrirá ante los comicios de 2023.

¿De 2023? Esa es otra. Parece que Sánchez tenía claro que quería agotar el mandato, igual que Ximo Puig en la Comunidad Valenciana, seguramente confiando en la escasa memoria de los españoles cuando los fondos europeos de la reconstrucción inunden las Administraciones públicas.

Pero el dinero es finito y seguramente la crisis inflacionaria y la crisis energética que se han acelerado con la invasión rusa sobre Ucrania pone en jaque esos planes de inversiones comunitarias en la economía española y valenciana. Y el votante no es muy proclive a votar por lo que se ha hecho, bueno o malo durante los últimos cuatro años (pandemia incluida), sino por la capacidad para gestionar los cuatro años siguientes. El voto no ideologizado es un voto de expectativas, no de recuerdos.

Hoy el campo alicantino, junto con del resto de España, se manifiesta en el centro de Madrid. "Comeremos tierra", reza el cartel que los regantes del trasvase han colocado en la plaza de Sol de Madrid. Esas son las expectativas. De que el votante se las crea o no dependerá su sufragio en poco más de un año.

Puig debería estar haciéndoselo mirar. A su propio desgaste suma el de su principal socio, Compromís, con una líder (Mónica Oltra) investigada en los juzgados por su turbia actuación ante los abusos sexuales de su exmarido a una menor a la que su Conselleria debería tutelar. También el desgaste de Podemos, que ni están ni se les espera. Puig ni siquiera llegó al 28% en 2019, se quedó en un 23,8% (3 de cada 4 votantes no confiaron en el presidente de la Generalitat).

En el lado contrario, la recuperación del PP en su crisis interna con el 'golpe de Estado' contra Casado, el único líder legítimamente elegido por las bases en primarias, ha sido asombrosa. En un mes ha dado la vuelta a la tortilla. El CIS de Tezanos, nada sospechoso de connivente con el PP, ya ha certificado el crecimiento de los de Feijoo.

No pretendo hacer predicciones. La política española y en la Comunidad Valenciana es tan "liquida" que cualquier proyección a medio o largo plazo resulta imposible. Pero es vez no se trata de peligros coyunturales, parecen estructurales para el bolsillo de los ciudadanos. No es una pandemia ni un volcán con fecha de caducidad.

Esta vez nos amenaza una crisis económica de largo recorrido y un caldo de cultivo idóneo para el populismo, como no hemos visto antes en España. Nada que ver con el ascenso de Podemos hace una década. Esta vez el cabreo no es el de los desheredados, es el de las clases medias (mucho más amplias), los que antes votaban a los partidos mayoritarios y cuando el "centro" que podía ejercer de fiel de la balanza está en vías de desaparición.