Los discursos de los principales líderes mundiales reunidos en la Cumbre de Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP26) de Glasgow estuvieron cargados de palabras que, de haber nacido de los ecologistas más presurosos de los noventa, se habrían asumido como estrambóticas. Pero los tiempos y la realidad han cambiado. Y la evidencia científica, abrumadora, apremia a adoptar medidas inaplazables.

Las previsiones del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, que estima que si mantenemos el ritmo actual la temperatura del planeta se elevará en 2,7ºC de aquí a final de siglo, encienden las alarmas y arrinconan a los escépticos que siguen relativizando incomprensiblemente sus consecuencias.

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, manifestó que “no queda tiempo” para la discusión entre países, y el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, empleó un tono más grave para pedir que dejemos de “cavar nuestra propia tumba” y para denunciar la disparidad de brío entre países.

Produce angustia y preocupación que, mientras Europa y Estados Unidos redoblan esfuerzos para combatir el cambio climático, Beijing y Moscú relegan los objetivos acordados en los Acuerdos de París y airean sus desprecios a la propia cumbre. Una verdad irrefutable a la luz de los hechos.

Ni el presidente chino, Xi Jinping, ni el presidente ruso, Vladímir Putin, asistirán a Glasgow, a pesar de representar a dos de los cuatro países más contaminantes del mundo. Sus ausencias envían un mensaje que no se puede pasar por alto y complican gravemente la suerte de las políticas destinadas a mitigar las secuelas del desastre.

Poco fiables

No es sólo que, mientras la Unión Europea se propone reducir sus emisiones en un 55% en 2030 (en línea con Estados Unidos, Corea del Sur o Canadá), China presuma que alcanzará su pico de contaminación en 2030 y que su neutralidad se demorará a 2060. Tampoco que Rusia prometa rebajar un 80% sus emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2050.

No es sólo, en fin, su falta de ambición. Es, fundamentalmente, el peso de los precedentes, que invitan a desconfiar de sus promesas y a recelar del valor de sus hojas de ruta, tan opacas como sus regímenes.

Último minuto

Poco importa que la ONU se comprometa a sancionar a las empresas más contaminantes, o que Bruselas y Washington estén inmersos en un profundo proceso de transformación industrial y energética, si Rusia y China hacen su liga aparte. Al tiempo que se benefician, por supuesto, de un esfuerzo que empeña miles de empleos y cientos de millones de euros en nuestros países.

El trabajo de los líderes políticos reunidos en Glasgow debe dirigirse en este sentido. No hay acuerdo que valga si no implica a China y Rusia. El calentamiento global no entiende de fronteras y, como dijo el primer ministro británico, Boris Johnson: “Falta un minuto para la medianoche”.