Si algo cabe destacar de los balances políticos de fin de curso de Pedro Sánchez y Pablo Casado es el abismo que separa sus respectivas visiones de la actualidad. Un abismo sobre el que pocos puentes parecen existir y que representa el principal palo en la rueda de la recuperación económica, pero también política e institucional, de la España posterior a la Covid.
Por un lado, escuchamos a un presidente del Gobierno que trufó su discurso de triunfalismo, que alabó su gestión de la pandemia y que atacó sin medias tintas a un líder de la oposición al que responsabiliza de la imposibilidad del diálogo y de incumplir la Constitución.
Por el otro, asistimos a las palabras de un Casado que acusó a Sánchez de finiquitar "la soberanía nacional", de gobernar con "mentiras" e "incompetencia" y de mostrarse incapaz de entrar en razón y sentarse a negociar. Casado también acusó a Sánchez de incumplir la Constitución (y los deseos de la Unión Europea) en relación con la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
España necesita una verdadera apuesta por los pactos de Estado y que PP y PSOE dejen la confrontación partidista de lado. La España de las mayorías absolutas quedó atrás y el fuego cruzado únicamente refuerza al populismo y al nacionalismo, y alimenta la crispación social y parlamentaria.
Porque la alternativa a los grandes pactos de Estado entre PP y PSOE no es una hipotética mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados de alguno de los dos partidos, sino pactos en forma de trágala con Podemos, Vox y los partidos nacionalistas.
Un elemental realismo político debería llevar tanto a Sánchez como a Casado a darse cuenta de ello y tomar decisiones al respecto. Decisiones con visión de Estado a largo plazo.
Ni euforia, ni depresión
España no es el jardín del Edén que presenta Sánchez, pero tampoco el territorio de tinieblas que pregona Casado.
Es cierto que los últimos datos económicos son esperanzadores. La Encuesta de Población Activa revela que se han creado 465.000 empleos más en el segundo trimestre del año, impulsados por la campaña turística. Las previsiones de Moncloa y el FMI apuntan además a un crecimiento superior al 6% en 2021.
Un crecimiento que irá de la mano de la exitosa campaña de vacunación (con un 65% de españoles con al menos una de las dosis inoculada), de la llegada de la primera remesa de fondos europeos y de las provechosas condiciones de financiación establecidas por el BCE.
Pero las buenas noticias no pueden cegar al Ejecutivo ante las nubes negras que asoman en el horizonte: un altísimo déficit estructural, una deuda pública desmesurada, un desafío nacionalista latente, una crisis demográfica que compromete la sostenibilidad del sistema de pensiones y una tasa de desempleo superior al 15% (del 38% entre los menores de 24 años, la mayor de toda Europa).
Pactos de Estado
Las piedras en el camino arrojadas por Sánchez y Casado no animan a la concordia. Ambos harán bien rebajando la tensión y tomando buena nota del pragmatismo italiano. Al menos en los asuntos que no deberían entender de doctrinas de partido.
En concreto, es difícilmente justificable que el Consejo General del Poder Judicial lleve dos años y medio actuando en funciones por la incapacidad de acordar su renovación.
EL ESPAÑOL ha defendido en distintas ocasiones la postura del PP y la necesidad de volver al sistema que el PSOE abortó en 1985. Es decir, el sistema que defienden la Constitución, la mayor parte de los jueces y la UE. Pero la renovación del CGPJ empieza a demorarse más allá de lo razonable y un elemental pragmatismo político recomendaría encontrar un terreno intermedio entre ambas posturas.
No hay razones, en fin, para el triunfalismo sanchista. Tampoco para el pesimismo desmesurado de Casado. Lo verdaderamente urgente para el futuro de España es que ambos retomen el carril de la centralidad y abandonen el frentismo y la radicalidad de sus aliados para acometer de una vez por todas grandes pactos de Estado. La paz social y la sostenibilidad económica del país dependen de ello.