Qué lástima que no viva Cela hoy para hacerle un soneto cachondón a Anna Gabriel, con su cabeza de playmobil, con su teoría antimalthusiana del niño comuna, con sus salidas del tiesto y su proyección en la política internacional en lugares y en fregados a los que no llegará ni la mejor Bibiana Aído. Gabriel tiene un no sé qué de Teresa Rodríguez pero en esbozo, en embrionario, en geométrico y en estilo manga.

De la asamblea de Sabadell a la ONU, pasando por su feminismo raro y sus camisetas que reivindican algo, ahí está Anna Gabriel reclamando que el pequeño salvaje, que el niño, se críe en una comuna para aprender los valores morales de la colectividad, limpios del vicio de la Iglesia y de esa imposición burguesa que llaman familia. Gabriel propone, en el día de San Camilo José Cela, que los hijos se tengan en colectivo, en común, que la patria potestad sea de la tribu y del colocón.

Cuando el simbólico niño de Gabriel llore porque quiere teta, le responderá un coro al unísono, como en La Verbena de la Paloma. Cuando el niño pregunte por papá verá bongos, rastas, esteladas, un perro lisérgico con barretina. Cuando el niño quiera papilla, la comuna le machacará espinacas. Cuando el niño tenga insomnio, lo acunarán titiriteros de trapo con las hazañas de Durruti.

Que no viva Cela, Dios mío, para ver a Anna Gabriel y su modelo de familia donde los padrinos se multiplican hacia el infinito, y se bautiza al bambino con cerveza de litrona en un campamento con fogatas en el Somorrostro. Porque bien argumenta Gabriel, prodigio de la nueva política polaca, que tener un solo padre y una sola madre es una rémora carca, "conservadora"; que lo bueno para el recién nacido es que un día le dé de mamar una activista de Sabadell, pasado una yayoflauta nacionalista de Salou, y el viernes, quién sabe, quizá Puigdemont haciendo méritos y agradeciendo los servicios prestados y curándose de tocar lo social.

En la CUP papá no existe, papá son los otros, papá es una torre entera de castellers con rastas. Mamá, en cambio, son las amables compañeras que remiendan medias naranjas y cultivan un huerto colectivo en días alternos.

Arguye Gabriel que el niño comuna será feliz al amparo del amor asambleario, pero esto ya lo promovió la Biblia con los apóstoles, y acabó la cosa como acabó. Gabriel podría abrir un consultorio ginecólogico, sexual, con cartas que expliquen posturas, con posturas que expliquen cómo hacer del Kamasutra un libro prohibido o un panfleto ácrata, dependiendo del activo y el pasivo.

Cataluña va bien, muy bien, con estos compañeros de viaje del president Puigdemont. Mañana las bragas serán una imposición patriarcal, quizá.

Paz, amor y estelada okupa; diga usted que sí.