Un niño en plena rabieta con su familia en casa.

Un niño en plena rabieta con su familia en casa. istock

Salud mental

Las rabietas de tu hijo no son malas: forman parte de su gestión emocional, según los expertos

Los expertos y educadores aseguran que a partir de los dos años es una buena edad para aprender a gestionar las emociones y crecer de forma equilibrada.

24 mayo, 2023 16:11

El llanto es la primera emoción que expresa un niño y es necesario para sobrevivir, ya que al llorar se expresa una necesidad. A medida que el menor crece, va desarrollando nuevas emociones y si se educa, y se le ayuda a gestionarlas de forma adecuada, crecerá de manera equilibrada y armónica.

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Durante la infancia se van asentando las bases de cómo el niño, que luego se transformará en adulto, va a responder emocionalmente ante determinadas circunstancias de la vida.

Los niños nacen con un temperamento, que se va moldeando a lo largo del tiempo por el entorno. Así, una rabieta, la agresividad o el enfado pueden ser normales si son puntuales porque expresan sentimientos, pero si se convierten en algo habitual con el objetivo de lograr obtener una satisfacción a sus necesidades, comenzará a ser un problema.

Esta conducta aprendida para llamar la atención a través de rabietas y enfados, puede convertirse en inadecuada a medida que el niño crece y llevar a la frustación en el niño y al rechazo del entorno.

Aprender la gestión de las emociones es fundamental para los niños, algo que aparentemente parece sencillo, pero no lo es. Las emociones juegan un papel y de ellas depende el desarrollo y crecimiento personales.

Todas las respuestas emocionales forman un entramado de comportamiento único en cada persona, y la forma de responder emocionalmente ante la vida y de mostrar los sentimientos, depende de cómo se aprenda a gestionarlas.

Incluso en la edad adulta, regular la intensidad de las propias emociones y ser conscientes de lo que sentimos, puede resultar difícil, sobre todo, emociones como la ira, el miedo o la tristeza, que pueden impulsarnos de forma reactiva y poco consciente a tomar decisiones o acciones inapropiadas.

Esa reacción emocional ha resultado muy beneficiosa en la supervivencia de la especie humana a lo largo de miles de años, protegiendo a la humanidad en la naturaleza. Pero hoy, en la mayoría de las situaciones cotidianas nos puede ocasionar inconvenientes, y alejarnos de nuestro bienestar y nuestro entorno.

La ciencia ha demostrado los efectos positivos de la educación emocional. Las personas capaces de gestionar sus emociones tienen menos riesgo de padecer trastornos psicológicos como la depresión, la ansiedad u otras conductas de riesgo.

Aprendizaje emocional

Los niños aprenden a gestionar las emociones de los adultos y de las personas más cercanas. Si ese entorno es equilibrado y adecuado, el menor crecerá aprendiendo que para lograr algo no hace falta ni gritar, ni pegar, ni llorar.

Pero también puede ocurrir que aprendan conductas inadecuadas y las mantengan de por vida. De la permisividad de sus cuidadores dependen en gran parte, su conducta cuando sean adultos.

Los expertos aseguran que tanto el entorno escolar y educativo como la familia tienen que estar coordinados, para lograr que los menores gestionen adecuadamente sus emociones. La clave está en aprender qué hacer cuando sientan una emoción.

El escritor Will Glennon en su obra La inteligencia emocional de los niños, manifiesta que lo más importante es estar ahí para ellos (manteniendo “intactos sus recursos emocionales”), apoyarles y hacerles sentirse queridos, para que lleguen a ser buenas personas.

Trucos para educarles

Enseñar a los niños y adolescentes a transitar por las diferentes etapas de la inteligencia emocional es un largo y costoso camino: conocer qué es una emoción, reconocerla, nombrarla, validarla en todos los casos, independientemente de que nos resulte desagradable, ser consciente de ella y, en último lugar, tener estrategias para autorregular los afectos.

Los niños aprenden jugando y ésta es la mejor forma de enseñarles a manejar las emociones. Para ello, lo primero que aprenden es a reconocerlas.

A partir de los dos años, es una buena edad para jugar a reconocer emociones. Los entendidos aconsejan recurrir a fotos o dibujos con caras que expresen diversas emociones y recomiendan hacer un recorrido por ellas a través de los gestos y hablar sobre que sienten con cada emoción y cómo actúan al sentirla. Esta actividad puede hacerse en grupo o en solitario.

Otra opción, consiste en contar cuentos a los pequeños con imágenes que tengan relación con las emociones y los sentimientos. Tras la lectura, es aconsejable dedicar un momento al debate y al comportamiento de los personajes del cuento.

Los guiñoles y el teatro en familia también son una buena idea para compartir con los niños y que puedan crear su propia historia con las emociones básicas.