Pepe Barahona Fernando Ruso

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Finales de noviembre. Dos hombres con sotana negra entran en El Corte Inglés del centro de Sevilla. Uno de ellos, un tipo enjuto, de nariz aguileña y gafas, marca el paso. En su camino hacia las escaleras mecánicas la pareja silente se topa con aquellos que empiezan a hacer sus primeras compras navideñas. Todos miran cómo el par de religiosos camina con andar diligente hacia la planta de caballero. Allí, una de las dependientas inquiere rauda a la pareja, que desvela sin tapujos el propósito de su visita. “¿Tienen calzoncillos Calvin Klein?”, pregunta el más avispado. Incrédula, la señorita asiente con la cabeza y conduce a los interesados al mostrador de ropa interior. Un cruce de miradas basta para saber que el género, de tipo bóxer ajustados y de color blanco, satisface las exigencias del sacerdote. “¿Tendría quince como este?”, consulta. “¿Quince?”, interpela escéptica la vendedora, que acude veloz al almacén con gesto de sorpresa para saldar la venta.

La bolsa con los calzoncillos Calvin Klein se paseó aquella mañana por Sevilla trabada a la muñeca del sacerdote antes de llegar al convento. Allí, el clérigo encomendó a las monjas una misión: tapar con una cinta elástica la marca para cumplir con uno de los preceptos de la orden, la imposibilidad de vestir ropa con letras, logotipos o demás adornos. Sin preguntar, las religiosas cumplieron a toda prisa con el cometido. No en vano, el encargo provenía directamente del mismísimo Gregorio XVIII, Papa de la Iglesia Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz.

Debajo de la sotana del Papa había un hombre con calzoncillos de Calvin Klein. Antes usaba unos blancos de tela, tipo bañador, que le llegaban hasta las rodillas. “Eran horrorosos”, confiesa quien provocó el cambio, Nieves Triviño (Monachil, 1967), la ex monja que sedujo al Papa y que en los próximos días lo llevará al altar.

Una semana antes del enlace, que se celebrará el próximo domingo 11 de septiembre en el Sacromonte de Granada, la pareja atiende en exclusiva a EL ESPAÑOL, el primer medio que publicó una entrevista con ambos. Están más relajados que en el último encuentro, cuando eran perseguidos por los medios en las calles de Monachil, el pueblo en el que residen desde que el Papa, Ginés Jesús Hernández (Mula, 1959), decidió abandonar la cismática orden para emprender una nueva vida siguiendo los dictados de su corazón.

Nieves posa con ropa que conserva de su periodo como monja de la orden Palmariana, en Monachil (Granada).

Nieves posa con ropa que conserva de su periodo como monja de la orden Palmariana, en Monachil (Granada). Fernando Ruso

Ahora, la que duerme a la derecha del padre es Nieves, que recuerda su primer encuentro romántico con el por aquel entonces Papa palmariano. “Ella me pidió una noche loca”, confiesa Ginés. La cita llegaba cuando ambos trataban de destapar una farsa de abusos sexuales, opulencia de los jerarcas y desvío de capitales en la orden. El descubrimiento hizo que perdiera la fe en la que había sido su casa y su dogma durante más de treinta años.

La pareja se citó en el hotel Saray de Granada. El santo padre llegó acompañado de dos sacerdotes a los que alojó en plantas diferentes a la de su amada. Nervioso, Ginés se fue en busca de ella. Ambos coincidieron en las puertas del ascensor. “Estaba tan nerviosa que ni siquiera atiné a meter la tarjeta en la ranura para abrir la puerta de la habitación”, narra. Y con el portazo empezaron las caricias. “Le metí un besazo, me quité la sotana y empecé a desnudarla”, detalla el Papa apóstata.

“No paramos en toda la noche. Desde las seis de la tarde hasta las siete de la mañana”, revela Ginés. “Él no paró de temblar”, apunta Nieves, que recuerda cómo quedó horrorizada al ver los calzoncillos del prelado. A pesar del mutuo empeño, “esa noche fue un gatillazo total”. “Después de tantísimos años… ¡32 años!”, detalla él, que estuvo a punto de casarse con una antigua feligresa antes de ordenarse sacerdote. “La cosa fue seria, –recuerda– nos compramos una casa y todo, pero no cuajó”. Y así pasaron las horas hablando y fumando en la habitación del hotel Saray, donde se produjeron sucesivas citas de viernes a sábado.

Cada domingo el Papa abandonaba el lecho que tantos placeres le daba para dirigirse a El Palmar de Troya, una pedanía de Utrera situada en el Bajo Guadalquivir, donde se asienta la orden que él mismo dirigía. El camino cruzando toda Andalucía estaba plagado de dudas. “Yo no sabía si seguir con la vocación o estar con Nieves”, cuenta.

Las dudas le seguían acechando en las dependencias papales, un amplio dormitorio bien exornado con materiales nobles y despachos aledaños desde donde dirigía la fe de más de mil feligreses de todo el mundo, principalmente de países europeos como Suiza, Alemania o Irlanda y Latinoamérica. También la vida contemplativa de unos sesenta frailes y monjas, que todavía residen en el Palmar. Desde allí, continuaba el intercambio de mensajes a través de WhatsApp, Facebook y llamadas por FaceTime entre Ginés y Nieves.

Ginés Jesús Hernández, durante una celebración en la iglesia de El Palmar de Troya, antes de dejar la orden.

Ginés Jesús Hernández, durante una celebración en la iglesia de El Palmar de Troya, antes de dejar la orden.

—¿Qué se le pasaba por la cabeza?

Ginés: Tenía mucha incertidumbre. Me decía: Ginés, tienes que tomar una determinación. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a seguir con la farsa? ¿Si no crees en aquello, vas a ser un sinvergüenza contigo mismo? Y tomé una decisión.

—Y, Nieves, ¿cómo lo vivió?

[Nieves] Él tuvo muchas dudas. Llegó a dejarme el 10 de marzo. Pasé un mal rato. No paraba de llorar. Él ya conocía a mis hijas y todo era perfecto. Ellas lo querían. Menos mal que recapacitó.

¿Y en qué quedó todo?

[Ginés] Al día siguiente de dejar la relación la llamé. Le dije: “Pídemelo, pídeme que me case contigo”. Y ella me dijo si quería casarme con ella. Yo acepté y ahí decidí que debía dejar la orden.

Pero unas operaciones, cuestiones de herencias y donaciones urgían y Ginés se vio obligado a permanecer en el cargo. Mientras, continuaron las escapadas. Un ir y venir a Granada y varios cargos en las cuentas de la orden que o bien no levantaron las sospechas del resto de religiosos o bien todos conocían, admitían y callaban. Mientras, el santo padre ponía excusas para no oficiar misa. Nadie sabía qué afligía al pontífice, que relegaba el servicio religioso en el altar mayor al que hoy es Pedro III, el nuevo Papa palmariano.

Foto: Fernando Ruso

Foto: Fernando Ruso

Para facilitar las cosas, Ginés se hizo con ropa acorde a la que sería su nueva vida y que iba dejando en casa de Nieves. Pantalones vaqueros de Purificación García, camisas y demás ropa de Hugo Boss. La práctica totalidad está prohibida según la norma palmariana, que impide el uso entre sus fieles de los tejidos vaqueros y las camisas o camisetas de manga corta. “¡Con lo cómodos que son los vaqueros!”, ironiza el expapa.

Las duras normas, que en algunos casos empujaban a los fieles hacia la excomunión en el caso de incumplirlas, hicieron que la joven Nieves abandonase el convento de la iglesia Palmariana hasta en tres ocasiones. Su familia recala en la orden después de que en 1968, cuatro niñas -Ana, Rafaela, Ana y Josefa- aseguraran haber visto a la virgen en el lugar en el que hoy se erige la catedral, conocida como el Lentisco. Pronto, los fieles empezaron a repartir por toda España y Europa folletos detallando las apariciones. Su madre, Fabiola, muy religiosa, se vio seducida por los hechos y se convirtió en la encargada de organizar las excursiones de seguidores desde Granada.

“Mi madre era muy religiosa, estaba en la Iglesia Española en Marruecos en la época en la que estaba bajo el protectorado francés”, narra Nieves. Allí conoció a su padre y ambos se casaron en una ceremonia oficiada por Monseñor Lefebvre, que creó un cisma de la iglesia de Roma. “Mi vida está rodeada de cismas, Papas, sacerdotes…”, confiesa sonriente.

Poco a poco su familia fue entrando en la Iglesia Palmariana. Y, como en otros casos, con la mayoría de edad recién estrenada, su madre le impuso el matrimonio con otro fiel, un irlandés llamado Brendan. “Era un noviazgo muy cómodo, porque él vivía allí y yo aquí. Nos veíamos dos veces al año. Y nada de nada. Ni besito ni tocamiento. Todo con mucho comedimiento”, detalla. “Pero cuando se habló de boda –continúa– yo tenía 18 años y salí corriendo para el convento. Lo usé de excusa para escapar de la relación porque no quería casarme”.

Allí estuvo varios años. “Es una vida muy dura”, confiesa. Tanto que llegó a abandonar dos veces. “No soportaba tener velo y yo fui muy gamberra”. Recuerda cómo hizo un par de agujeros con un alfiler en el velo a la altura de los ojos para ver claro el exterior o cómo escondía los tangas que llevaba al ingresar para que las monjas no se lo cambiaran por unas bragas que tapaban muslos y barriga.

Sin saberlo, ella misma derrocaría años después la norma de las enormes bragas al incluir entre la ropa íntima del Papa los calzoncillos Calvin Klein. “Permití unas bragas más acordes a los tiempos y las madres me lo agradecieron”, cuenta Ginés.

Era la rebelde. “Yo tenía revolucionados a los frailes. Me he comido muchos castigos sin merecerlos porque ellos tonteaban conmigo”. Nieves recuerda cómo siempre le llamó la atención el padre Sergio María, nombre secular de Ginés. “Anda que no me he chupado yo adoraciones nocturnas para ver dónde se sentaba y poder verlo”.

No era la única que tenía interés en el que sería Papa. Nieves cuenta cómo por el convento circulaba el rumor de boca del padre Felipe, que se subía en el lavabo del servicio para observar al resto de frailes. “De Ginés me dijo que la tenía grande, morena y torcida. Y acertó”, cuenta Nieves.

Ambos cuentan cómo han sabido de relaciones a escondidas, proposiciones entre frailes e historias de abusos sexuales como la que ya publicó EL ESPAÑOL entre los muros del Palmar.

Foto: Fernando Ruso

Foto: Fernando Ruso

—¿Qué vio en él?

—Siempre me gustó. Llevaba la sotana con mucha soltura. Me gusta desde recién ordenado sacerdote. Pero me cansé de tantos castigos y tantas normas y dejé la orden.

—Si alguna de sus hijas le dijera que quiere ser monja, ¿qué le diría?

—Que no, que ya cometió su madre ese error. Trataría de quitárselo de la cabeza.

—¿Cómo ha entrado Ginés en la familia?

—La gente me da la enhorabuena y aplaude por cómo hemos luchado contra viento y marea para hacer lo que nos dictaba el corazón. Mis hijas [de un matrimonio anterior] lo quieren como a un padre.

—¿Es el hombre de su vida?

—Totalmente –contesta rápida–.

[Ginés]. Y ella la mujer de la mía.

—¿Con qué fantasea en el futuro?

—Con tener un hijo con Ginés. Y de hecho ya estamos manos a la obra desde hace varios meses. Todas las noches y a pares. No usamos ningún anticonceptivo.

[Ginés]. Me gustaría que fuese niño. Y si falla alguien soy yo, porque por ella no queda. El secreto a mi edad no es la Viagra, es la damiana, una hierba de los aztecas que me tomo en cápsulas todos los días. Y cuando surge la ocasión, estoy dispuesto. Ella no se la toma, no le hace falta. Nieves es muy dispuesta para todo. No es una mujer fría, no necesitas estarla calentando. No se cansa. Loque todo hombre quisiera tener a su lado.

Pero cada mañana, Nieves deja el lado izquierdo de la cama vacío para ir a su trabajo en el Ayuntamiento de Monachil. En 1998 aprobó unas oposiciones y es técnico en Bienestar Social y Fiestas. En el pueblo todo el mundo la conoce y muchos partidos han coqueteado con ella para incluirla en sus listas electorales. “Quizás me decida a dar el paso en las próximas”, confirma.

—¿Ideológicamente dónde se sitúa?

—Pepera, pero más de centro derecha. En las últimas elecciones no voté. Me gustaría que gobernase Albert Rivera. Y, de elegir a alguien del PSOE, me quedo con Eduardo Madina, es un tipo que me gusta mucho.

[Ginés] Ella es moralmente de izquierdas, es muy liberal. Exageradamente liberal.

—¿Sigue siendo de CGT?

—Sí, soy delegada sindical. Son muy luchadores. He estado afiliada a UGT pero no tiene ni punto de comparación.

A pocos días del enlace, Nieves ya ha recibido su primer regalo de bodas: una portada de la revista Interviú. “Lo hacemos para callar bocas”, revela ella, que aparecerá sugerente en las fotos. “No desnuda, por respeto a mis hijas”, aclara. “La gente me dice que él no me deja hacer determinadas cosas, que es un machista… Creo que así zanjamos el debate. Nunca me dijo que no lo hiciera, es más, me acompañó a la sesión de fotos”.

Se separan lo justo para compensar el tiempo que han estado alejados por el furtivo arranque de su relación. Solo por las mañanas, cuando ella acude a su puesto de trabajo y él se queda atendiendo las labores del hogar. “No se me caen los anillos”, sentencia Ginés, que guarda en Monachil una copia de su anillo papal.

Rara vez piensa en su pasado, donde dejó a algunos amigos. Y ya solo mira al futuro, junto a Nieves y trabajando. Ganándose, como dictan las sagradas escrituras, el pan con el sudor de su frente. Ginés se hará autónomo, qué mejor para alguien acostumbrado a no tener jefes. Esa será la nueva vida del Papa enamorado.

Foto: Fernando Ruso

Foto: Fernando Ruso