Daniel Arias, un catedrático crítico con el alumnado universitario y el sistema educativo.

Daniel Arias, un catedrático crítico con el alumnado universitario y el sistema educativo. Cedida

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Daniel Arias, el catedrático crítico con la "infantilización" de los alumnos: "Ya no entienden palabras de lengua española"

El 50 % de los alumnos actuales no tiene el nivel de redacción que debería tener un universitario // El nivel es tan bajo que cuando te llega un trabajo muy bien hecho, los profesores ya sabemos que lo han hecho con IA // Han venido a mi despacho madres y padres para revisar los exámenes de sus hijos.

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Daniel Arias (Madrid, 1972) es catedrático en la Universidad de Granada y lleva casi 30 años siendo profesor universitario. Empezó en 1997 su carrera docente en la Universidad Complutense de Madrid y desde 1999 se trasladó a la capital granadina.

En estos 28 años, este economista ha visto la evolución del sistema y del nivel del alumnado y, con tristeza, afirma a EL ESPAÑOL que “los alumnos de hoy tienen un vocabulario muy limitado y ya no entienden palabras de lengua española”.

Para él, sin embargo, los universitarias actuales son el resultado de “un sistema educativo fallido”, que se tendría “que revisar de Primaria a la universidad”. Aun así, el catedrático de Organización de Empresas no sólo pone el foco en la educación, sino en los propios alumnos. Como profesor de universidad, observa un “desinterés” cada vez mayor que se traduce en altas tasas de absentismo.

Daniel Arias, catedrático.

Daniel Arias, catedrático. Cedida

En cuanto al nivel de los universitarios actuales, el profesor Arias cree que si pusiera una prueba de las de antaño, la mayoría de los alumnos no la aprobaría. “Si hoy pusiera un examen a desarrollar, como en los 90, sería un desastre porque los alumnos no saben redactar”, ha afirmado.

El catedrático, no obstabte, en la charla que ha mantenido con este medio, no sólo habla de esta bajada del nivel académico de los alumnos y de su grado de madurez, sino que también propone aspectos a cambiar para mejorar la educación. Algo que ya había hecho previamente en su libro Querido alumno, te estamos engañando (Ediciones Temas de Hoy, 2023).

Pregunta.– En sus 28 años como profesor de universidad, ¿cómo ha evolucionado la educación universitaria?

Respuesta.– La universidad de los años 90, donde yo estudié y donde también empecé a dar clases, era una universidad más masificada. Recuerdo que tenía matriculadas a 500 personas en la primera clase que impartí en la Universidad Complutense de Madrid e iban todas, por ello, hasta había problemas de espacio. Además, era una universidad con pocos medios en la que, por ejemplo, sólo había un ordenador por departamento.

Ahora tenemos una universidad más moderna y con muchos medios. Sin embargo, uno de los problemas que tenemos es el absentismo. Lo normal es que vengan a clase entre un 20 y un 30 % de los alumnos que están matriculados aun siendo grupos más pequeños, de unos 70 estudiantes. Eso me hace pensar que aquella motivación que tenían los alumnos en los años 90 ha desaparecido completamente.

P.– ¿Hay más diferencias entre los alumnos de hace dos o tres décadas y los actuales?

R.– Sí, claro. Los profesores de universidad detectamos muchas carencias de conocimientos básicos, en particular, de conocimientos básicos de la lengua española. Los alumnos de hoy tienen un vocabulario muy limitado y ya no entienden palabras que ya no sólo son tecnicismos de la asignatura, sino palabras de lengua española. Y, por supuesto, la motivación ha disminuido. No de manera generalizada, pero sí hay un porcentaje mayoritario de alumnos que no viene a clase.

P.– ¿Por desinterés?

R.– Sí. Mire, le voy a poner un ejemplo: ayer mismo [por este miércoles] organicé una actividad donde vinieron una serie de funcionarios del Ministerio de Hacienda para explicar la estructura de la Agencia Tributaria. Y no sólo vino un 30 % del alumnado, sino que cuando empezó la charla, un grupo de ocho o nueve personas se levantó y se fue porque no había clase normal. Eso me pareció una falta de educación muy grande y eso no sucedía antes. Entonces, al final, eso nos desmotiva a los profesores a la hora de organizar este tipo de actividades. Es muy triste.

P.– Siga explicando la evolución del perfil del universitario desde los 90 hasta hoy.

R.– Como te comentaba, yo creo que había más interés en los alumnos en los años 90 que en los de ahora y, como había mayor grado de competitividad, pienso que la gente maduraba antes. Ahora, los alumnos no están preocupados por aprender para tener un desarrollo profesional en el futuro, sino que da la sensación de que buscan la manera de aprobar con lo mínimo. Hoy en día, los alumnos sólo se mueven por los créditos. Es verdad que hay alumnos brillantes, pero menos que antes.

P.– ¿Por qué hay menos alumnos brillantes que antes?

R.– Yo lo mido en el número de alumnos que merecen matrículas de honor y eso ha bajado de manera progresiva. Noto que desde 2015 hasta ahora cada vez hay menos. Antes de ese año, solía tener hasta siete alumnos que merecían matrícula de honor en mis asignaturas y, como sólo podía poner cinco, me reunía con ellos para ver cómo lo solucionábamos. Ahora, raramente pongo una. El año pasado sólo puse una.

Es más, me impresiona que cuando corrijo los exámenes in situ la gente se pone contentísima y da saltos de alegría cuando saca un 5. Antes los alumnos decían: “bueno, he aprobado”, pero se iban decepcionados. En términos generales, los alumnos se conforman con menos.

P.– El pasado lunes, compartió una imagen de un cartel del centro donde enseña, la Universidad de Granada, que dice “El Vicedecanato de Prácticas NO ATIENDE A PADRES. Todo el alumnado matriculado en prácticas es mayor de edad”. ¿Es necesario un cartel así?

Un cartel fijado esta semana en la Universidad de Granada.

Un cartel fijado esta semana en la Universidad de Granada. Cedida

R.– Sí, porque existe una infantilización en el alumnado. Antes era muy raro que viniera un padre, pero ahora se ve con más frecuencia. Antes de 2015, sólo me ocurrió una vez que viniera un padre a preguntar las calificaciones de su hijo. Era agricultor y me argumentó que hacía mucho esfuerzo para que su hijo fuera a la facultad, pero que éste no le decía nada. Ese fue un caso muy excepcional. El hombre fue muy amable y por protección de datos no le dije nada.

Pero este tipo de comportamientos son cada vez más habituales e, incluso, hay un carácter agresivo. Por eso mi compañero del Vicedecanato de Prácticas tuvo que pegar ese cartel. A mí me ha pasado: han venido a mi despacho madres y padres para revisiones de exámenes. Y esta es la situación. No voy a decir que es generalizado, pero es cierto que es una tendencia en crecimiento.

P.– ¿Cómo han sido las revisiones de examen a las que han acudido madres y padres?

R.– Yo he tenido casos de padres que han venido a revisión después de venir su hijo antes y de ver que no hay ningún error en la corrección. De hecho, soy el primero que cambia la nota si hay un error de corrección. Pues bien, hay casos en los que el hijo se marcha y al cabo de un rato viene su padre o su madre.

Hubo una vez que, incluso, vino una persona que entró en mi despacho y empezó a increparme: “Usted es un malísimo profesor; mi hija estudió muchísimo, etc.”. La hija había sacado un 0,75 en el examen. Este es un caso muy concreto, pero ha habido más de uno. Llegué a decirle a mi decano si podía poner alguna cámara en el despacho porque son situaciones feas que generan mucho estrés.

P.– Leí una frase suya que dice: “Si pusiera un examen de finales de los 90, dudo que aprobase alguien” en referencia a sus alumnos actuales. ¿Ha habido retroceso en el nivel académico?

R.– Sí, por una cosa muy sencilla: la expresión escrita del alumnado. En los años 90, el examen que se hacía de mi asignatura constaba de cuatro preguntas cortas de desarrollo y un caso a desarrollar como pregunta larga. Si yo pusiera eso hoy, el 90 ó 95 % no lo haría bien por el simple hecho de la redacción.

Los alumnos de hoy no están acostumbrados a redactar, por eso, los profesores tenemos que recurrir cada vez más al tipo test o a preguntas cortas que se contestan en una línea. Y hasta en esos casos hay errores gramaticales o de no concordancia entre sujeto y predicado. Si yo hoy pusiera un examen a desarrollar, como en los 90, sería un desastre. No digo que sean todos los alumnos, pero sí muchos.

P.– ¿Se atrevería a decir un porcentaje de alumnos que no sabe redactar estando en la universidad?

R.– Sí, la mitad al menos. Te diría que el 50 % de los alumnos actuales no tiene el nivel de redacción que debería tener un universitario. Lo veo en los propios trabajos que me entregan. ¿Y sabes que pasa? El nivel es tan bajo que cuando te llega un trabajo muy bien hecho y muy bien redactado, los profesores ya sabemos que lo han hecho con Inteligencia Artificial. Es decir, tristemente somos tan conscientes de cuánto ha bajado el nivel que es muy fácil pillarles cuando usan la IA. Tendrían que usar una IA que funcionara a mitad de rendimiento para que pareciera el trabajo de un alumno actual.

P.– Es preocupante lo que cuenta.

R.– Desde luego. Tristemente estamos en un sistema educativo fallido y habría que revisarlo de Primaria hasta la universidad. La irrupción de la tecnología yo creo que ha cambiado el paradigma de la educación y se le ha quitado al profesor la autoridad que debería tener. Todo ello causa una bajada de nivel y nosotros, los profesores de universidad, tenemos que bajar el nivel porque, sino, el fracaso universitario sería brutal.

P.– El libro que publicó, Querido alumno, te estamos engañando, no sólo habla de los problemas de la educación que hemos comentado. También da propuestas de mejora. ¿Cuáles son?

Portada de 'Querido alumno, te estamos engañando'.

Portada de 'Querido alumno, te estamos engañando'. Cedida

R.– La primera, la devolución a los profesores de su autoridad. En este sentido, hay que limitar la intromisión de los padres, sobre todo, en Secundaria. No puede ser que los profesores sientan un constante acoso por parte de los padres de sus alumnos, incluso cuando su rendimiento es penoso. Otra cuestión que se aborda es la flexibilización de los itinerarios, es decir, creo que mucha gente que está en la universidad sería más feliz y le iría mejor en la FP. Yo soy un defensor a ultranza de la FP.

En tercer lugar, a la hora de diseñar los planes de estudio, de actualizarlos, de digitalizar la educación, se reduzca la burocracia para que los procesos no se dilaten en el tiempo. Por último, aunque hay muchas ideas más, reforzar la identificación de los niños con altas capacidades y potenciarlos. Tenemos un problema general que provoca que en vez de igualar a los alumnos por arriba, lo hacemos por abajo y desaprovechamos el talento.