El periodista Pedro García Cuartango.

El periodista Pedro García Cuartango. Javier Carbajal

Reportajes

Pedro G. Cuartango: "Sánchez no es un mesías ni un diablo; pero tiene capacidad psicológica y ha fracturado la convivencia"

El periodista y escritor reflexiona sobre política y corrupción, combinando su mirada crítica con preguntas sobre la existencia y la finitud humana.

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Galo Abrain
Publicada

El poder no se dedica sólo a prohibir. También se esfuerza en producir verdades y deseos. Pero a Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, 1955), no le ha sometido ni lo uno, ni lo otro. Y hay que tener coraje. Tenerlos bien puestos, que dirían en una película de Clint Eastwood, para no ceder a tan tentadora sumisión. Tampoco planear para la derrota, que es otra forma de corrupción.

El éxito de Cuartango, del gran sabio y ensayista, de quien fuera director de El Mundo, actual columnista de ABC y autor de libros como Elogio de la quietud, Anatomía de la traición, Iluminaciones, España mágica y su último ensayo, El enigma de Dios (Ediciones B), reside en su entereza. García Cuartango puede, a diferencia de muchos dentro del gremio periodístico, fardar de tener por residencia el orgullo. Un planeta al alcance de muy pocos. Un vergel tan delicioso como salpicado de espinas que solicita, entre otros, la integridad como requisito de entrada.

Pero no se lo digan a Cuartango. A él la palabra integridad, asociada a su profesión al menos, lo gripa como si a un médico le enarbolaran su juramento hipocrático. Cuando ha tenido que hacer algo, por el bien de la información, por la salud ética social, lo ha hecho. Punto.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Javier Carbajal E. E.

Y poco importan los sicarios del poder que hayan aporreado su puerta cuando ha tenido que presentar una verdad incómoda. O los sátrapas cantamañanas, dispuestos a venderle el oro y moro por unos gramos de atención. "Yo he sido un periodista kamikaze porque siempre he priorizado el oficio, incluso si me decían que mi carrera estaba en juego", afirma con contundencia marcial en el VIPS de la calle Príncipe de Vergara, de Madrid.

Cuartango se ha mantenido firme frente a su sentido de la responsabilidad. No se achanta, ni se ha achantado, cuando las cloacas del Estado han hecho incómodo acto de presencia, cual cobradores del Frac, a las faldas de su despacho. "En un momento, a mí me llegó la información de que Villarejo quería comer conmigo. Por supuesto, dije que no. Y no sólo eso, me aseguré de no estar jamás cerca de un tipo así". Todo un hito, mal que le pese la humildad.

Ese es su legado. La herencia de un periodismo que se despiojaba de responsabilidades oportunistas y maniqueas, y decía lo que había que decir. Sea cuales fueren las consecuencias. Se derruyeran los castillos de naipes que hubieran de derruirse por alcanzar ese escurridizo horizonte, tan difícil e ingrato, al que llamamos hechos.

Hoy, ya enfundados sus revólveres periodísticos, y dada de baja la suicida pulsión de la honestidad sin reservas al frente de los diarios patrios, Cuartango hace lo propio, que es interrogarse sobre sí mismo. Sobre la existencia. Sobre Dios. Sobre una eternidad viscosa e inaccesible, que es ajena a la carne y sólo encuentra consuelo en la inexactitud del pensamiento escrito.

PREGUNTA.– En su visión, la naturaleza humana está marcada por la finitud, la contingencia y la incertidumbre. ¿De dónde cree usted que surge ese sentido existencial tan profundo del que hace gala?

RESPUESTA.– Yo tengo un sentido muy existencial de la vida, quizá porque en mi juventud leía a Sartre, a Camus, viví en París. Pero creo que va más allá de eso, casi diría que es genético. Siempre lo he sentido y nunca he conseguido superarlo. Me pregunto si todos los seres humanos tienen esa sensación, pero en mí está muy arraigada.

P.– En un mundo cada vez más pequeño y a la vez más inabarcable, ¿cómo enfrenta usted la incertidumbre?

R.– Asumo que la incertidumbre es esencial a la vida humana. Sé lo que sé, a veces incluso lo que no sé, pero no sé lo que no sé. El conocimiento humano es limitado y debemos convivir con eso, no sólo intelectualmente sino vitalmente: no sabemos qué pasará mañana. El futuro es incierto, y esa conciencia es parte de vivir.

P.– Sin embargo, vivimos en una sociedad que necesita categorizar todo radicalmente, marcada por la inmediatez, las redes y el consumo. ¿Cómo interpreta usted eso?

R.– Simone Weil ya hablaba del déficit de atención. Lo mundano nos consume. Estamos devorados por la inmediatez, por las redes sociales, por el espectáculo. Mientras tanto, la dimensión espiritual se ha ido empequeñeciendo. Y eso es una tragedia.

P.– Hablando de empequeñecimientos, no sé si espirituales pero seguro de la razón, el ejemplo de Donald Trump parece paradigmático. ¿Qué representa para usted su figura?

R.– Donald Trump es el síntoma de una enfermedad. He estado en Estados Unidos hace poco y he constatado la profunda división que existe en su sociedad. Hay una mitad de ciudadanos que lo apoya, y resulta muy difícil comprender cómo un discurso tan simplista, que no distingue entre verdad y mentira, ha calado tan hondo. El triunfo de Trump revela una profunda crisis moral de la sociedad americana. Pero esto no es solo un fenómeno estadounidense: aquí, en España, también sucede. Para mí, lo verdaderamente importante no es preguntarse qué pienso de Trump, sino cuáles son los mecanismos que han hecho posible que alguien así llegara al poder.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Javier Carbajal

P.– ¿Estamos asistiendo al declive de Occidente, especialmente de Europa?

R.– De Europa, sí. Europa se está empequeñeciendo, no sólo en peso económico, sino también intelectual y moral. Está atrapada entre dos gigantes, Estados Unidos y China, que la han superado no solo en potencial económico, tecnológico e incluso militar, sino también en creatividad intelectual. Estamos viviendo un momento de declive muy preocupante, y, si no reaccionamos pronto, en diez o quince años Europa puede caer en la más absoluta irrelevancia.

P.– Y en medio de ese panorama, muchos jóvenes sienten que no hay futuro. Iñaki Gabilondo decía el otro día en la radio que antes, su generación, se veía la luz en el futuro y ahora se percibe sobre todo oscuridad. ¿Comparte usted esa idea?

R.– Es terrible, pero lo entiendo. Cada generación busca su camino, pero la de los nacidos en los 90 ha tenido mala suerte: crecisteis con la crisis de 2008, en un entorno laboral inmensamente más hostil. Cuando yo tenía 25 años podía comprarme un piso y ahorrar; hoy mis hijas, que tienen tu edad, no pueden hacerlo. Son una generación decepcionada, educada en la promesa de un mundo mejor que no ha llegado.

P.– En su libro habla también de la muerte y de la historia de su amigo Carlitos. Vivimos en una sociedad tanatofóbica, que huye de la muerte. ¿Por qué cree usted que sucede esto?

R.– En nuestra cultura la muerte no aparece: es un tabú. En la sociedad medieval estaba muy presente, formaba parte de la vida cotidiana. Hoy, en cambio, jamás se muestran cadáveres, jamás se menciona. Vivimos en un mundo apegado a lo material, al presente, al consumo, y la muerte se percibe como una perturbación, algo que rompe el bienestar. Pero, al final, la única realidad que se nos da es que todos vamos a morir. Y sin embargo vivimos como si eso no existiera, como si fuéramos inmortales.

P.– Algunos, como Ray Kurzweil, aseguran que en 2045 podremos trascender la muerte mediante la tecnología. ¿Qué opina usted de esa idea?

R.– Eso es una chorrada. La biología humana es perecedera. Podremos alargar la vida, pero no eliminar la muerte. Nuestra esencia es corporal y temporal. Transplantar mi cerebro a una máquina me dejaría indiferente: yo soy aquí y ahora, contigo. La máquina no siente ni sufre, y eso es lo que nos diferencia.

P.– Volviendo al terreno político, ¿cree usted que vivimos una nueva forma de fanatismo?

R.– Hoy las opiniones ya no son simples ideas: se han convertido en formas de afirmación personal. Las discrepancias no se discuten, se viven como ataques a la identidad. Eso genera una hostilidad constante entre las personas. Y, en el fondo, tiene mucho que ver con todo lo que hemos hablado: la pérdida de lo espiritual, la sustitución de lo trascendente por el yo. Ahí está el origen de buena parte de los males de nuestro tiempo.

P.– Usted habla de la polarización y de cómo se ha instalado una lógica de enemigos. ¿Por qué cree que España sufre tanto este fenómeno?

R.– Porque es un mal histórico. España lleva dos siglos dividida entre monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, creyentes y laicos. Es un país polarizado desde siempre, y eso ha marcado nuestra historia, incluso provocando guerras civiles. Lo grave es que seguimos viendo al otro como un adversario irreconciliable, cuando la convivencia exige entender las razones del otro. Y, en ese sentido, los siete años de Pedro Sánchez han acentuado ese problema: ha intentado dividir a la sociedad para obtener un rédito político.

P.– Precisamente, ¿cree usted que Pedro Sánchez actúa como un "mesías político", como algunos lo presentan?

R.– Pedro Sánchez es un fenómeno muy complejo. No diría que sea un mesías, pero sí un político con una gran capacidad psicológica. Ha sabido explotar la polarización del país y, sobre todo, dividir a la sociedad para obtener un beneficio político. Eso me parece muy grave. No creo que sea un demonio ni la encarnación del mal, pero su gran error ha sido provocar deliberadamente una fractura en la convivencia. Y lo peor es que ese enfrentamiento se ha instalado en la vida pública: se insulta, se descalifica, se destruye al adversario. Esa crispación no existía ni con González ni con Aznar, que tenían una visión más integradora y más sentido de Estado.

P.– ¿Diría entonces que la política actual vive de la confrontación más que de las ideas?

R.– Siempre ha existido cierta polarización –basta recordar la campaña del "doberman" entre Aznar y González–, pero ahora se ha intensificado hasta un grado de exacerbación. Mi temor es que, si el PP gana las elecciones, repita las mismas pautas divisivas. La gran tarea pendiente en España es la regeneración política: gobernar con valores, no patrimonializar el poder, no descalificar al adversario, llegar a acuerdos. A mí me da igual quién gobierne, si el PSOE o el PP, pero quiero que lo hagan para la mayoría y que afronten los verdaderos problemas: el paro, la vivienda, la falta de competitividad.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Pedro García Cuartango durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Javier Carbajal E. E.

P.– Ya que menciona la vivienda, ¿dónde cree que está el problema y cómo podría resolverse?

R.– El problema es estructural: hay mucha demanda y poca oferta. Se habla mucho de pisos turísticos o de limitar precios, pero eso no sirve para nada. La vivienda es un mercado: si se imponen controles, la gente deja de alquilar. La única solución es un gran pacto nacional –entre Estado, autonomías y ayuntamientos– para aumentar la oferta, construir vivienda social y de alquiler asequible. No se arregla con decretos, sino con planificación, inversión y consenso a largo plazo.

P.– En las últimas semanas ha habido manifestaciones sobre Gaza y debates encendidos, como Ada Colau declarando con fuerza que ella al menos ha hecho algo en lo referente a la flotilla. ¿Cómo interpreta usted esa mezcla de moral y política?

R.– Yo no critico a la flotilla; me parece un intento legítimo, aunque ineficaz, de llamar la atención ante una masacre. Pero hay que distinguir entre el gobierno de Netanyahu y el pueblo de Israel. Los crímenes cometidos deben ser juzgados, pero eso no justifica demonizar al pueblo judío. Lo que sí rechazo es la soberbia moral: nadie tiene derecho a dar lecciones a los demás. Yo condeno la violencia, pero no me sitúo en un plano de superioridad moral.

P.– ¿Y qué opina de ese uso político del drama y de la emoción, de convertir cualquier tragedia en relato electoral?

R.– Es obsceno. La política se ha convertido en espectáculo. Ya no hay debates ideológicos ni reflexión, sólo relato y manipulación. Cuando un líder de la oposición pregunta algo serio, el gobierno responde atacando a otro partido. Es absurdo. La oposición está para fiscalizar, no para ser enemiga. Esa degradación del debate parlamentario me parece gravísima.

P.– En política cada vez todo parece más contingente y se llega a un nihilismo hedonista: nadie se preocupa por nada más allá de lo suyo. ¿Cree usted que esto explica los casos de corrupción que vemos, como los de Koldo en el PSOE, y similares en el PP?

R.– Sí, creo que eso revela la crisis de valores de la sociedad. Cada día aparece un nuevo caso de corrupción, y claro, esto se acumula, uno se insensibiliza. Incluso si dentro de una semana se demuestra que el PSOE se ha financiado legalmente, ya estará amortizado, y la reacción política seguirá siendo mínima: 'Yo no lo sabía', y nada más. Esto sucede porque no hay asunción de responsabilidades políticas. Esto se ve tanto en el PSOE como en el PP. Por ejemplo, Mazón no ha dimitido pese a su negligencia, y en Andalucía, la negligencia con las mamografías podría haber provocado la muerte de decenas de mujeres. Nadie asume los errores, se buscan excusas, se inventan relatos, pero no se dimite.

P.– Usted como director de un periódico ha conocido el poder, también cierta fama y sin duda la vanidad ha podido vérsele subida en no pocas ocasiones. Pero, después de todo, ¿con qué se queda?

R.– La fama, el dinero, el éxito… todo es humo que se disipa. Yo siempre he sido consciente de mis limitaciones. Nunca he caído en la hybris. Al final, lo único que merece la pena es intentar ser bueno: ayudar a los demás, ser amigo de tus amigos, ser un buen padre. Aunque todo eso también se disuelva en el tiempo, si algo da sentido a la vida es eso.