Representación artística de Pedro Serrano.

Representación artística de Pedro Serrano. Iván Fernández Amil

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Robinson Crusoe era español: Pedro Serrano, el capitán del siglo XVI que sobrevivió 8 años en una isla e inspiró la novela

En 1540 una tormenta sacudió su flota, lanzándole al agua. Sobrevivió aferrado a una tabla, con la que pudo llegar a una pequeña isla del Caribe. Esta aventura llegó a oídos del propio Carlos V, quien quiso conocerlo en persona.

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En 1719, Daniel Defoe publicó Robinson Crusoe, la novela que inmortalizó la lucha de un náufrago contra la soledad y la naturaleza. El mundo creyó que Alexander Selkirk, un escocés varado cuatro años en el Pacífico, fue su única inspiración.

Pero en las tabernas de Londres, circulaba otra historia, más antigua y brutal, la de un capitán español que resistió ocho años en un banco de arena del Caribe, bebiendo sangre de tortugas, hablando con sombras y aferrándose a una cruz para no enloquecer.

Su odisea, contada en las cortes de España al emperador Carlos V, cruzó el Atlántico hasta los oídos de Defoe, aunque él nunca lo reconoció. Esta es la historia del náufrago real que dio vida a un mito literario: Pedro Serrano.

Pedro Serrano nació en Sevilla alrededor de 1510, en el corazón de un imperio que miraba al Nuevo Mundo con codicia. Era hijo de una familia modesta y creció entre los muelles del Guadalquivir, donde los galeones partían cargados de sueños de oro, por lo que, como muchos jóvenes de su época, se enroló en la marina, atraído por las promesas de riqueza en las Indias.

A los 30 años era capitán de un galeón que navegaba por el Caribe, transportando mercancías desde Santo Domingo a Cartagena de Indias. Su vida era la de un aventurero, llena de tormentas, piratas y la constante sombra de la muerte.

En 1540, el destino le tendió una emboscada. Una noche, una feroz tormenta azotó su flota en el Caribe. El galeón de Serrano, cargado de telas y especias, chocó contra un banco de arena a 230 kilómetros de Nicaragua, hoy conocido como Serrana Bank.

El barco se hizo astillas contra las rocas, los mástiles cayeron, el casco se partió, y las olas engulleron a la tripulación. Serrano, aferrado a un tablón, nadó hasta un islote de coral y arena, de apenas 800 metros de largo, un pedazo de nada en medio del océano sin agua dulce, sin árboles y sin refugio. El resto de náufragos, murieron uno a uno. Serrano, solo, miró al horizonte. No había salvación a la vista.

El infierno de la soledad

El primer enemigo de Serrano fue el sol, ya que quemaba su piel hasta hacerla sangrar, convirtiendo cada día en un suplicio. Para protegerse, se cubrió con algas húmedas y construyó un endeble refugio con restos del naufragio.

La sed era aún peor. Sin ríos ni fuentes, Serrano recolectaba agua de lluvia en conchas de tortugas, pero las tormentas eran escasas, así que, cuando el agua se agotaba, cortaba el cuello de las tortugas que capturaba en la orilla y bebía su sangre para poder mantenerse vivo mientras cazaba aves marinas, comiendo su carne cruda bajo un cielo que no ofrecía piedad.

Daniel Defoe.

Daniel Defoe. Wikimedia Commons

El aislamiento era un tormento aún mayor y además no tenía fuego, por lo que no podía cocinar ni calentarse en las noches frías. Pasaron meses hasta que, golpeando piedras de coral, logró encender una chispa, que le permitió cocinar tortugas y aves.

Serrano se afeitaba la barba con conchas afiladas, un ritual para no perder su humanidad. "Si me rescatan, que me vean como hombre, no como bestia", murmuraba, pero el silencio del mar respondía con crueldad.

La soledad lo empujaba al borde de la locura y, durante tres años, fue el rey de un reino de arena, un monarca sin súbditos, aferrado a una esperanza que se desvanecía.

Un compañero en el infierno

Pero en 1543, un milagro irrumpió en la isla. Otro naufragio trajo a un superviviente, un marinero español llamado Gerónimo. Serrano, al verlo, lloró de alegría, pero la convivencia pronto trajo tensiones, ya que la isla era pequeña y sus recursos, escasos.

El sevillano, celoso de su dominio, y Gerónimo, aterrorizado por el aislamiento, discutían por el agua y las tortugas, pero la necesidad los unió y se juraron lealtad mutua bajo una cruz de madera que construyeron con restos del naufragio. "Juntos o moriremos", prometieron.

Durante tres años más, Serrano y Gerónimo sobrevivieron como hermanos improbables. Cazaban juntos, compartían el fuego, rezaban bajo la cruz y construyeron una choza más sólida usando coral y madera flotante, pero la isla seguía siendo un infierno.

El rescate

En 1548, tras ocho años de tormento, un barco mercante avistó humo en Serrana Bank. Serrano y Gerónimo, con barbas hasta la cintura y cuerpos demacrados, habían encendido una fogata a la desesperada, pero el rescate fue cruel, ya que los marineros, al ver sus figuras salvajes, creyeron que eran demonios. "¡Somos cristianos!", gritó Serrano, señalando la cruz. Solo entonces los subieron a bordo.

En Santo Domingo, su historia causó sensación y su odisea llegó a la corte de Carlos V, que pidió conocer a aquel audaz y valiente sevillano, que emprendió el viaje de vuelta a España.

El emperador, asombrado, lo premió con 4.000 pesos de oro, una fortuna para la época, y Serrano relató su aventura en Sevilla y Madrid, donde cronistas como Garcilaso de la Vega la recogieron en sus escritos.

Su historia cruzó Europa, llegando a Inglaterra, donde Daniel Defoe, fascinado por las historias de náufragos, tejió elementos de su vida en Robinson Crusoe: la isla desierta, la lucha por encender fuego y la soledad que amenaza la cordura.

El trágico final

Serrano no se conformó con la gloria. Regresó al Caribe como capitán buscando recuperar su vida de aventurero, pero el destino fue implacable. En 1553, naufragó nuevamente frente a Panamá y murió de fiebres. Su cuerpo quedó en una tierra lejana, pero su nombre perduró en Serrana Bank, el islote que lo vio sufrir y resistir.

La historia de Pedro Serrano no quedó atrapada en el Caribe. Como has leído, viajó por toda Europa. Garcilaso de la Vega, en La Florida del Inca, de 1605, publicó el relato basado en testimonios orales de marineros y el propio Serrano, quien lo narró en la corte de Carlos V.

El libro, muy famoso en España, fue traducido al inglés en 1622, ya que en Londres las historias de náufragos fascinaban a los lectores. Y fue allí, en la capital inglesa, donde Daniel Defoe, un periodista ávido de crónicas reales, tenía acceso a estas traducciones en las bibliotecas de la ciudad.

Serrano compartía similitudes con Alexander Selkirk, varado de 1704 a 1709, y cuya historia fue publicada por Richard Steele en The Englishman en 1713, pero Serrano ofrecía detalles únicos: los ocho años de aislamiento (frente a los cuatro de Selkirk), la sangre de tortugas, el fuego encendido con esfuerzo y la cruz como símbolo de fe.

Libro de 1835 inspirado en la vida de Alexander Selkirk

Libro de 1835 inspirado en la vida de Alexander Selkirk Wikimedia Commons

Defoe, que recopilaba relatos de marineros en tabernas londinenses, probablemente conoció la historia de Serrano a través de comerciantes y marinos ingleses que frecuentaban el Caribe y, aunque nunca citó a Serrano directamente, multitud de estudiosos ven su influencia en la historia de Robinson Crusoe, una novela traducida a decenas de idiomas que dio a Serrano una inmortalidad anónima, llevando su historia a lectores que nunca supieron su nombre.

Y si te preguntas qué fue de Gerónimo, se desconoce su final. Ni Garcilaso ni ningún otro autor nos dice nada sobre él. ¿Realmente existió o su figura fue fruto de la locura de Serrano?