La Sultana, de Filippo Baratti. 1901.

La Sultana, de Filippo Baratti. 1901. Wikimedia Commons

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Isabel de Solís, la cristiana que se convirtió al Islam y reinó en Granada en el siglo XV: era la concubina favorita del sultán

Tras conquistar los Reyes Católicos el reino nazarí se volvió a convertir al cristianismo, pero enseñó a las niñas moriscas la cultura de al-Ándalus.

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En 1085, cuando Alfonso VI conquistó Toledo, la joven musulmana Zaida huyó de al-Ándalus y buscó refugio en la corte cristiana. Allí, se convirtió al cristianismo, tomó el nombre de Isabel y se casó con el Rey, dejando una huella imborrable en la historia de España. Su vida, entre dos mundos, fue un destello de unión en un tiempo de guerras.

Cuatro siglos después, otra mujer cruzó las fronteras de la fe y el poder en sentido inverso. Capturada en Castilla y llevada al corazón del reino nazarí de Granada, esta cristiana no solo sobrevivió a su cautiverio, sino que se alzó como una figura de influencia en la Alhambra.

Tras la caída del último bastión musulmán, desafió la opresión para enseñar en secreto a niñas moriscas, preservando un legado que el tiempo quiso borrar.

Esta es la historia de la cautiva que reinó en Granada y desafió el olvido con un acto de resistencia silenciosa: Isabel de Solís, Zoraya.

Una joven atrapada en la frontera

Isabel de Solís nació alrededor de 1460 en una familia noble de Castilla, probablemente en Córdoba o Sevilla. Los detalles de su infancia son escasos, envueltos en el velo de una época de incursiones y conflictos entre cristianos y musulmanes. Lo que sí sabemos es que, alrededor de 1475, su vida cambió para siempre, ya que, durante una incursión musulmana en la frontera, fue capturada y vendida como esclava en el reino nazarí de Granada.

Arrastrada a la Alhambra, el último reducto del islam en la Península, Isabel se enfrentó a un destino incierto como cautiva cristiana. En un mundo donde las mujeres eran mercancía en las guerras de fe, su futuro parecía sombrío, pero su belleza, inteligencia y temple la llevaron a un lugar que nadie pudo prever: el corazón del sultán Muley Hacén.

Enamorando al sultán

Granada, en el ocaso del siglo XV, era un reino al borde del abismo. Asediado por los Reyes Católicos, el sultanato nazarí se desangraba en luchas internas. Muley Hacén, sultán desde 1464, gobernaba una corte fracturada por rivalidades, mientras su esposa principal, Aixa, madre del heredero Boabdil, mantenía un poder férreo.

Aisha bint Muhammad ibn al-Ahmar, Aixa.

Aisha bint Muhammad ibn al-Ahmar, Aixa. Wikimedia Commons

Pero cuando Isabel, renombrada como Zoraya tras convertirse al islam, entró en la vida del sultán, el equilibrio de la Alhambra se tambaleó, ya que se convirtió en la favorita de Muley Hacén, no solo como concubina, sino como una voz influyente en un reino al borde del colapso.

La favorita que desafió a una reina

La ascensión de Zoraya fue un torbellino en la corte nazarí. En 1478, dio a luz a dos hijos varones, lo que desató la furia de Aixa y provocó que la reina madre, temiendo que los hijos de Zoraya desplazaran a Boabdil, conspirase contra Muley Hacén.

Por ello, en 1482, su influencia llevó a una rebelión que forzó la abdicación del sultán, dándole el trono a Boabdil, convertido en Muhammad XI, el último sultán del reino nazarí de Granada.

Zoraya, leal a Muley Hacén, se convirtió en un símbolo de división. Cronistas nazaríes la acusaron de manipular al sultán para favorecer a sus hijos, pintándola como una conspiradora, pero fuentes cristianas, sugieren otra verdad: Zoraya era una mujer de inteligencia aguda, capaz de navegar las intrigas de la Alhambra.

Porque en la corte, Zoraya no era una figura decorativa, todo lo contrario, lo que le valió para ganarse aliados entre visires, poetas y comerciantes, usando su posición para mediar en disputas internas y abogar por negociaciones con los Reyes Católicos.

En 1483, cuando Muley Hacén intentó recuperar el trono, Zoraya lo apoyó, organizando reuniones secretas con nobles leales. Su influencia, aunque limitada, marcó un momento único, el de una cristiana convertida, en el corazón del islam andalusí, moldeando el destino de un reino en su hora más oscura.

Pero la caída de Granada en 1492 volvería a cambiarlo todo. Otra vez.

La caída de Granada y un nuevo propósito

El 2 de enero de 1492, Boabdil rindió Granada a los Reyes Católicos, poniendo fin al último bastión musulmán de la Península. Zoraya, viuda tras la muerte de Muley Hacén en 1485, se enfrentaba a un futuro incierto, así que abandonó el islam y regresó al cristianismo, retomando su nombre de Isabel de Solís.

Los Reyes Católicos, reconociendo su papel en la corte nazarí, le otorgaron una pensión y le permitieron establecerse en Sevilla, aunque bajo estricta vigilancia. En una ciudad donde los moriscos, musulmanes forzados a convertirse, vivían bajo sospecha, Isabel encontró un nuevo propósito: preservar la herencia cultural de al-Ándalus a través de la educación.

Boabdil entrega las llaves de Granada a los Reyes Católicos.

Boabdil entrega las llaves de Granada a los Reyes Católicos. Wikimedia Commons

En la década de 1490, Sevilla era un crisol de tensiones. Los moriscos sufrían restricciones severas, y la educación de las mujeres, estaba muy mal vista o directamente prohibida, pero Isabel, que había conocido la libertad en la Alhambra, no podía permanecer indiferente, así que comenzó a enseñar en secreto a niñas moriscas en su hogar, alfabetizándolas en español y árabe.

En un acto de rebeldía silenciosa, les impartía conocimientos de poesía, matemáticas y canciones andalusíes, desafiando un sistema que buscaba borrar la identidad morisca. Así, su casa se convirtió en un refugio donde las niñas podían soñar con un futuro más allá de la opresión.

El clímax de una vida rebelde

El acto más audaz de Isabel llegó alrededor de 1500, tras la rebelión de las Alpujarras, cuando las persecuciones contra los moriscos se intensificaron. Según algunas crónicas sevillanas, Isabel organizó reuniones clandestinas en su casa que fueron descubiertas por las autoridades cristianas. Y aunque su estatus la protegió de la prisión, fue obligada a cesar no solo esas reuniones, sino también sus clases.

Su desafío, aunque breve, dejó una importante huella, ya que muchas de esas niñas transmitieron su herencia en secreto, manteniendo viva la memoria de al-Ándalus.

Isabel vivió sus últimos años en Sevilla, bajo el peso de un pasado glorioso y un presente restrictivo, y murió alrededor de 1505, sin que su nombre resonara más allá de los círculos moriscos. Su vida, desde cautiva a favorita de un sultán a maestra clandestina, fue un testimonio de resistencia y transformación, pero la historia, escrita por los vencedores, la relegó a las sombras.

Un legado silenciado

Isabel de Solís fue una mujer que cruzó las fronteras de la fe, el género y la cultura. Desde los salones de la Alhambra hasta las callejuelas de Sevilla, su vida encarna la lucha por la identidad en un mundo de conquistas.

Su labor como maestra, aunque secreta, preservó un pedazo de al-Ándalus cuando todo parecía perdido. Sin embargo, su nombre apenas resuena en la historia española. ¿Por qué una mujer que reinó en Granada y desafió la opresión fue olvidada? La respuesta está en un sistema que silenciaba a quienes cruzaban fronteras.

En un mundo donde la educación sigue siendo un acto de resistencia para muchos, su valentía nos recuerda que el conocimiento es la mejor arma contra el olvido. Mientras, en las calles de Sevilla, donde enseñó en secreto, el eco de Zoraya sigue vivo, esperando ser escuchado.