
Osio de Córdoba y Constantino el Grande.
Osio de Córdoba cambió el mundo hace 1.700 años: el 'español' que hizo cristiano al emperador Constantino
En una época en que el cristianismo era perseguido, Osio destacó por su prudencia y valentía.
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En el año 312, el emperador Flavio Valerio Constantino aguardaba en las afueras de Roma, listo para enfrentarse a su rival Majencio en la batalla del Puente Milvio. La noche previa, según la leyenda, una visión cambió su destino: una cruz en el cielo y las palabras "In hoc signo vinces" (Con este signo vencerás).
Al día siguiente, sus tropas, con la cruz cristiana en sus escudos, aplastaron al enemigo, y Constantino consolidó su poder como emperador de Occidente, abriendo la puerta a un imperio cristiano. Su conversión transformó el mundo, pero pocos saben que un obispo de Córdoba, con su fe y erudición, lo guio en ese camino.
Acusado injustamente de traicionar su credo, este hombre fue borrado de la historia. Su nombre era Osio de Córdoba, el español -es hispano- que moldeó la cristiandad y pagó el precio con el olvido.
Un cordobés en Roma
Osio nació en Córdoba alrededor del año 256 en una familia hispanorromana de prestigio, posiblemente de la élite de la Bética. De su juventud se sabe muy poco, más allá de que fuer elegido obispo de su ciudad natal en el año 294.
En una época en que el cristianismo era perseguido, Osio destacó por su prudencia y valentía, ya que, durante la Gran Persecución de Diocleciano y Maximiano, sufrió torturas y destierro, pero consiguió sobrevivir, ganándose el título de confesor de la fe, un símbolo de heroísmo entre los cristianos.
Cuando Constantino emergió como emperador en el año 306, el cristianismo seguía siendo una fe marginada, pero Osio, ya un líder respetado, atrajo su atención. En el año 312, tras la victoria en el Puente Milvio, Constantino lo nombró consejero espiritual, marcando el inicio de una alianza que cambiaría el mundo para siempre, ya que el español influyó en la conversión del emperador, un proceso que culminaría años después.
La conversión que cambió el mundo
La conversión de Constantino no fue un inmediata, sino un camino gradual donde Osio tuvo un papel clave. En el año 312, tras la visión del Puente Milvio, Constantino consultó a algunos clérigos, pero su principal guía fue Osio. El obispo cordobés, descrito como de "voz serena pero firme", le explicó los fundamentos del cristianismo, presentando la cruz como un símbolo de poder divino, y convenció a Constantino de que el Dios cristiano era la clave para unificar el imperio.
Por eso, en el año 313, el Edicto de Milán, que otorgó libertad al cristianismo, reflejó la influencia de Osio, aunque fue redactado por Constantino y Licinio.

Osio de Córdoba.
Este edicto no solo transformó el Imperio Romano, sino todas las provincias del Imperio. En Hispania marcó el fin de las persecuciones y el auge de las comunidades cristianas, provocando que Osio, como obispo de Córdoba, regresase a su tierra tras asesorar a Constantino, llevando consigo la noticia de la libertad religiosa.
Su influencia inspiró la construcción de nuevas basílicas y el fortalecimiento de la Iglesia hispana, especialmente en la Bética. Los mártires de Córdoba, como los santos Acisclo y Victoria, fueron venerados con renovado fervor, y Osio se convirtió en un faro de esperanza para los cristianos de Hispania.
Sin embargo, su labor apenas comenzaba, pues el arrianismo, una herejía que negaba la divinidad de Cristo, se convertiría en su mayor desafío y pronto pondría a prueba su legado. Por ello, en el año 324, Constantino lo envió a Alejandría para mediar entre Arrio y el obispo Atanasio. Las posiciones eran irreconciliables, así que Osio propuso un concilio para resolver la crisis.
El guardián del Credo Niceno
En el año 325, en Nicea, actual Turquía, 318 obispos se reunieron bajo la presidencia de Osio, según el Acta Concilii Nicaeni. Como representante de Constantino, lideró los debates y redactó el Credo Niceno, declarando a Cristo "engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre". Este texto, aún recitado en las misas, aplastó el arrianismo como herejía y consolidó la ortodoxia cristiana, asegurando la unidad de la fe.
En el año 343, Osio presidió el Concilio de Sárdica, reafirmando la condena al arrianismo y estableciendo normas que separaban la Iglesia del poder imperial. En una carta histórica a Constancio II, hijo de Constantino, escribió: "Dios te confió el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia". Esta defensa de la autonomía eclesiástica fue revolucionaria, anticipando debates modernos, pero su firmeza lo convirtió en un enemigo del nuevo emperador.
La traición del imperio
Tras la muerte de Constantino en 337, Constancio II, simpatizante del arrianismo, ascendió al trono. En el año 355, convocó a Osio, ya centenario, al Concilio de Sirmio, donde fue presionado, azotado y torturado para condenar a Atanasio y aceptar el arrianismo. Algunas fuentes arrianas afirman que Osio cedió, firmando una fórmula herética, otras, sin embargo, defienden que Osio murió fiel a Nicea, por lo que fue desterrado a Sirmio, actual Serbia, donde falleció en el año 357, a los 101 años, lejos de su tierra.

Constancio II.
La Iglesia de la época aplicó a Osio una damnatio memoriae, eliminándolo de los altares occidentales, mientras la Iglesia Ortodoxa lo venera como santo el 27 de agosto. En España su nombre quedó en la sombra hasta el siglo XIX, cuando Menéndez Pelayo lo rehabilitó. En 2019, la diócesis de Córdoba inició su proceso de canonización, y en 2025, el Papa Francisco impulsó su causa, coincidiendo con el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea.
Un héroe sin altar
Osio de Córdoba fue un arquitecto del cristianismo, guiando a Constantino, redactando el Credo Niceno y defendiendo la autonomía de la Iglesia. Su legado perdura en cada misa, pero en su tierra natal apenas se le reconoce. Un monumento en la plaza de Capuchinas de Córdoba lo recuerda, pero su historia merece más. ¿Por qué un hombre que dio la fe a un emperador fue olvidado? La respuesta está en las intrigas del poder y el peso del olvido institucional.
Hoy, mientras el mundo celebra el 1700 aniversario de Nicea, parece el mejor momento para recordar a este español que defendió su fe contra todo un imperio y que convirtió al cristianismo a uno de los emperadores más poderosos de todos los tiempos. Su valentía nos recuerda que la verdad, aunque perseguida, perdura.