
Las antropólogas forenses Anahí Domínguez Marrero (i) y Diana García Bardeci (d) posan para la cámara de EL ESPAÑOL en el interior del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas, donde lideran la Unidad de Estimación Forense de la Edad (UEFE).
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Forman parte de la Unidad de Estimación Forense de la Edad (UEFE), una de las más avanzadas de España, que atiende entre 700 y 850 casos al año, con picos de más de mil, en colaboración con la Policía Nacional y la Fiscalía de Menores.
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En una sala blanca del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas, una máquina usada, comprada de segunda mano, emite un zumbido leve mientras gira alrededor del cráneo de un chico subsahariano. Dice tener 16, pero podría tener 17, o 20. Lo que determine esa imagen —una radiografía de sus muelas del juicio— decidirá si duerme en un centro de menores o si pasa a formar parte de la estadística de adultos en situación irregular.
En Canarias, esa frontera invisible entre la infancia y la mayoría de edad la vigilan dos mujeres: Diana García y Anahí Domínguez, las responsables de la Unidad de Estimación Forense de la Edad. Mientras en Texas, Donald Trump planea levantar nuevos centros de detención para albergar masivamente a menores migrantes —"menas", en el lenguaje mediático español—, en Las Palmas se ha creado un sistema pionero, preciso y rápido para saber si un migrante no acompañado es realmente un menor.
En apenas una hora, el Instituto puede entrevistar al joven, medirlo, pesarlo y someterlo a las pruebas radiológicas necesarias. "Antes podía tardarse hasta un año", dice Domínguez, "ahora damos resultados en menos de 24 horas". Ambas antropólogas atienden a EL ESPAÑOL durante una jornada normal de trabajo: junto al paso de los minutos llegan cinco migrantes acompañados por un agente de la UCRIF de la Policía Nacional.

En el despacho de las dos médicas forenses se realizan entrevistas personales, a partir de las cuales se elabora un informe que también se envía a la Fiscalía de Menores.
Discernir entre mayor y menor
El proceso comienza con una entrevista. La realizan las médicas forenses en sus respectivos despachos, a solas con el o la joven y un ínterprete —la mayoría hablan francés o un dialecto del árabe—. Les preguntan su nombre, su país de origen, cuándo nació, si tiene hermanos, qué ruta siguió para llegar a Canarias. Muchos lo relatan todo con detalle: días en el mar, hambre, miedo, la costa iluminada a lo lejos. "Sólo con la entrevista ya puedes intuir muchas cosas", reconoce Diana García.
Luego viene la parte técnica. Se le hace una radiografía de la mano izquierda. La imagen se compara con un atlas de maduración ósea elaborado en Estados Unidos en los años 50. Si la mano revela que tiene menos de 17 años, se cierra el informe. Si da indicios de 18 o 19, se pasa al siguiente escalón: una tomografía dental. La maduración de los terceros molares —las muelas del juicio— permite estimar un rango probable de edad.
"Nunca determinamos una edad exacta", explican, "sino un intervalo con una edad mínima, máxima y una media probable". Y siempre, ante la duda, se protege al menor. "Es preferible que un joven de 19 años esté en un centro de menores a que un niño de 15 acabe entre adultos", señalan. Esa perspectiva no es casualidad. Forma parte de las recomendaciones internacionales, pero también de una ética profesional que ambas antropólogas han sostenido contra viento y marea.

La Dr. García muestra a uno de los migrantes y al intérprete cómo debe colocar su mano para poder realizar la prueba.

Las doctoras Domínguez y García, médicas forenses, efectúan una evaluación preliminar de la radiografía de la muñeca izquierda de un migrante.
Un largo camino
Llegar hasta este punto no fue nada fácil. Durante cuatro años, Anahí Domínguez y Diana García pelearon para que las pruebas se hicieran dentro del Instituto. Antes, los menores tenían que ser llevados a hospitales distintos, en varios días, generando retrasos, estrés y confusión.
"Nosotras hicimos un estudio de viabilidad económica y vimos que, con las dos máquinas, en seis meses ya se habían amortizado", cuenta García. Y no sólo eso, porque según las cuentas han conseguido un ahorro aproximado de unos 200.000 euros anuales en pruebas, sin incluir el coste de lo traslados de los menores y la custodia de la policía.
Una de las máquinas que conforman la sala de Rayos X se compró nueva. La otra, esa que zumba en silencio ahora, vino de una clínica privada del sur de Gran Canaria. Doce años de antigüedad. Poco uso. Suficiente para cambiarlo todo. El resultado de la incorporación de estas dos fue el de la creación de la primera unidad de este tipo en España. Ágil, efectiva y reconocida incluso fuera de nuestro país.
Han recibido visitas de equipos forenses de Holanda, Alemania y de representantes del Gobierno de Estados Unidos. "Personal de la embajada vino para estudiar si podían aplicar nuestro sistema en la frontera con México", recuerda Anahí Domínguez. "Fue una reunión técnica, de dos horas, y se quedaron impresionados".

La Dra. Domínguez visualiza una ortopantomografía recién realizada de uno de los migrantes.
Los más avanzados
Esta unidad es considerada la más avanzada de España. Especialmente por su volumen. Atienden entre 700 y 850 casos al año, con picos de más de mil. Por contextualizar, Melilla, que es la siguiente unidad que le sigue en número de casos, atiende a una media de 300 migrantes al año.
Y, a diferencia de otras provincias, en Las Palmas no tienen lista de espera. A veces, pueden citar a un menor en menos de 24 horas desde que la Fiscalía lo solicitado. Todo está centralizado, bien engranado y con una coordinación fluida entre la Policía Nacional, los forenses y el Ministerio Fiscal.
Ahora, las antropólogas tienen otro sueño: sustituir la radiografía de la mano por una ecografía. "No tiene radiación, es más barata y permite afinar mucho mejor la edad de los menores más pequeños, como los de 11 o 12 años", explican. Ya se están formando en esta técnica y esperan poder aplicarla pronto. Aunque no sólo depende de ellas.

Anahí Domínguez y Diana García, en la sala de Rayos X, durante una prueba a un migrante.
Mientras los cayucos siguen tocando tierra en las costas canarias y el porvenir de tantos se reduce a una cifra incierta, en Gran Canaria estas dos médicas forense afinan con delicadeza un sistema pensado para cuidar a quien llega solo. Porque cuando el futuro de un adolescente depende de una muela, de una sombra borrosa en blanco y negro, al menos hay ojos que miran con precisión, manos que actúan sin prejuicio y voces que responden con humanidad.