
Representación de Carlos de Amesquita.
De Amésquita, el héroe español que asoló la costa inglesa tras la caída de la Armada Invencible: volvió sin perder una sola nave
Con su incursión en Inglaterra demostró que España no estaba vencida y que ni siquiera la reina más poderosa del Renacimiento inglés estaba a salvo del Imperio español.
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En las costas del suroeste de Inglaterra aún hay quien recuerda una vieja leyenda: la de un capitán español que llegó del mar, arrasó pueblos enteros, celebró una misa y se esfumó antes de que pudieran atraparlo. No era un pirata ni un corsario, era un oficial del rey Felipe II.
En 1595, cuando Isabel I se creía intocable y Londres se jactaba de haber derrotado a la mal llamada Armada Invencible, un puñado de galeras españolas cruzó el Canal de la Mancha y prendió fuego a la costa de Cornualles. Fue una incursión rápida, precisa y humillante, un golpe quirúrgico que dejó a la reina sin palabras, al Parlamento en alerta y a los ingleses sin su supuesta invulnerabilidad.
Esta es la historia del hombre que incendió pueblos, hundió barcos, burló a la flota del pirata Drake y se retiró sin perder una sola nave. La historia del capitán español que hizo temblar a Inglaterra cuando nadie lo esperaba y cuyo nombre infundió miedo durante años a los británicos: Carlos de Amésquita.
El camino hacia la fama
Carlos de Amésquita fue un capitán al servicio de Felipe II, formado en las filas de la Armada española en pleno Siglo de Oro. Aunque no se conoce con exactitud su lugar de nacimiento, se sabe que era español y que su carrera naval se forjó al calor de las campañas del Imperio de Felipe II, que se extendía desde las Filipinas hasta Flandes, pasando por medio Mediterráneo.
Desde joven destacó por su destreza como marino y su capacidad de mando. Su carrera estuvo estrechamente ligada a las galeras españolas, los barcos de remo que aún dominaban las operaciones en el Mediterráneo pese al auge de la navegación atlántica. Con ellas participó en numerosas misiones navales, sobre todo en el conflicto contra los turcos otomanos y los piratas berberiscos, donde ganó fama de hombre valiente, disciplinado y temido.
En los años previos a su incursión en Inglaterra, Amésquita fue destinado a las campañas de Bretaña, donde la Monarquía Hispánica apoyaba a la Liga Católica francesa frente a los protestantes hugonotes. Era un veterano respetado, un capitán con experiencia y un fervoroso católico dispuesto a poner su espada al servicio de la fe.
Por eso, cuando en 1595 recibió la orden de embarcar para atacar Inglaterra, no titubeó. Sabía que la empresa era arriesgada, pero también sabía que los golpes más certeros no siempre vienen de grandes ejércitos, sino de decisiones audaces, y él estaba listo para dejar su nombre grabado en la historia.

Batalla entre la Gran Armada de 1588 y la flota inglesa.
Revancha en el mar
Tras el fracaso de la Gran Armada en 1588, Felipe II buscaba revancha. Inglaterra había atacado Cádiz, saqueado las costas gallegas y apoyado rebeliones en los Países Bajos, así que había que devolver el golpe, pero con inteligencia. La estrategia no era conquistar Londres ni repetir lo ocurrido en 1588 con la Gran Armada. Esta vez, el objetivo era golpear donde dolía, demostrar que ninguna costa inglesa estaba a salvo y encender el miedo en la propia isla.
La oportunidad surgió desde Bretaña. En la ciudad francesa de Blavet, hoy Port-Louis, bajo control español, Juan del Águila preparaba una escuadra para castigar a Inglaterra. Y al frente de la operación situó a Carlos de Amésquita.
El 26 de julio de 1595, Amésquita zarpó con cuatro galeras: Capitana, Patrona, Peregrina y Bazana, con unos 400 hombres, entre soldados de élite, arcabuceros y marineros curtidos. Su destino: Cornualles, en el suroeste de Inglaterra.
La Batalla de Cornualles
El 2 de agosto, las galeras desembarcaron en la bahía de Mount's Bay y ejecutaron un ataque tan rápido como inesperado. Las milicias locales, mal armadas y peor organizadas, huyeron sin presentar resistencia y, en pocas horas, Amésquita tomó el control de toda la zona.
Quemó por completo los pueblos de Mousehole, Paul y Newlyn y luego se dirigió a Penzance, el más importante de la región. Allí no solo arrasó el puerto y desmanteló las defensas, sino que dejó una escena para la historia: celebró una misa católica en las ruinas de una capilla anglicana, prometiendo celebrar otra cuando Inglaterra fuera derrotada. Fue un gesto profundamente simbólico con el que mostraba que España también reivindicaba su fe en el corazón del enemigo.
Tras la ceremonia, Amésquita liberó a los prisioneros capturados. La operación había sido quirúrgica, impecable y eficaz. En solo dos días, el capitán español había infligido un daño psicológico inmenso a la orgullosa Inglaterra.
Y todavía faltaba el regreso.
Entre fuego enemigo
Las galeras zarparon el 4 de agosto perseguidas por una flota inglesa enviada de urgencia. Se decía que entre sus comandantes estaban veteranos como Francis Drake o John Hawkins, pero no consiguieron alcanzarlos.
En su viaje de vuelta, las naves de Amésquita se cruzaron con una escuadra holandesa de más de cuarenta barcos. Podía haber sido un desastre, pero el capitán no dudó y se lanzó al combate hundiendo al menos dos navíos enemigos. Perdió veinte hombres, pero salvó la expedición, que llegó a Blavet el 10 de agosto con sus galeras intactas, sus hombres vivos y su misión cumplida.
La hazaña había durado apenas dos semanas, pero su impacto fue desproporcionado.
Isabel I la vulnerable
La reina inglesa recibió la noticia con estupor. Nadie había pisado tierra inglesa con tanto éxito desde la invasión normanda y la incursión de Sánchez de Tovar, otro español que arrasó las costas inglesas y sitió Londres en 1380, y la población costera entró en pánico.
El Parlamento exigió explicaciones, provocando que las defensas del Canal de la Mancha fueran reforzadas a toda velocidad construyendo nuevas fortificaciones, reorganizando las milicias locales y asignando nuevos recursos para vigilar la costa. Inglaterra había sentido el aliento del enemigo en su nuca. Y eso les asustó.

Grabado que representa el ataque español contra Penzance.
Isabel I, que había paseado su imagen de invencible tras la derrota de la Gran Armada, se vio obligada a revisar su narrativa. La seguridad de su isla ya no era absoluta, habían dejado de ser intocables, y el temor a nuevas incursiones se instaló en la Corte durante años.
Un héroe ignorado por la historia
Pero pese a su brillante operación, Carlos de Amésquita cayó en el olvido. La historiografía española, centrada en las grandes derrotas o las gestas imperiales, nunca le dio el lugar que merecía y en Inglaterra, lógicamente, su nombre también desapareció de las crónicas oficiales. Era mejor olvidar que un puñado de españoles habían humillado a toda la defensa costera británica en apenas tres días.
Hoy, más de cuatro siglos después, su historia ha sido rescatada por algunos historiadores militares y entusiastas de la navegación antigua, aunque su figura sigue siendo marginal, incluso en España, quizá porque no comandó una gran flota, ni conquistó territorios, ni levantó monumentos.
Un mensaje grabado a fuego
La expedición de Amésquita, conocida como "Raid on Mount's Bay" fue un mensaje a Isabel I, a Inglaterra y al mundo. Un aviso de que España no estaba vencida, de que aún tenía barcos, soldados, fe y coraje para devolver los golpes, y de que nadie, ni siquiera la reina más poderosa del Renacimiento inglés, estaba a salvo del Imperio español.
En una época en la que el honor era casi tan importante como la pólvora, la incursión de Cornualles fue una victoria completa: militar, simbólica y política. Porque Carlos de Amésquita demostró que, a veces, el coraje de unos pocos puede incendiar la arrogancia de un imperio.