Alejandro García, de Jajoan, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Alejandro García, de Jajoan, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Reportajes

Alejandro García, maestro sastre: "Los chavales están locos por la sastrería; un traje es una armadura que les da seguridad"

"El aumento de ventas se está duplicando cada año. Esto es una droga. Una vez que te haces un traje, o una camisa a medida, ya no hay vuelta atrás".

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Galo Abrain
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Suele oírse de las bocas con canosos bigotes y apurados al milímetro, y religioso uniforme de tres piezas, que la moda masculina actual es una ignominia. Lo nuevo ya no huele a almidón y americana. Hiede a sudadera y zapatillas. A bermudas anchas con sandalias de caucho y calcetines. ¿Qué ha sido de los radical chics? ¿Dónde se ocultan esos lozanos dandis trajeados que no caminan, que desfilan por el adoquín luciendo el palmito de una corbata de seda?

Se han ahogado, diríase, en la heteronomía de la homogeneidad. Decapitados como herejes frente al infierno de lo igual que domina las aceras. Requiescat in pace.

Un momento… ¿Qué es esa poderosa fuerza estética? ¿Cuándo ha eclosionado semejante golfería elegante? Menuda inspiración. Si uno está al detalle, las calles empiezan a acoger cientos, miles de hombros y muslos idóneamente abrigados por telas que imprimen poderío. Una marabunta de hombres maqueados con trajes de factura cirujana caminan ante el desconcierto de los chandaleros desarrapados que han pagado una mensualidad por una capucha y un bolsillo marsupial 80% algodón.

Detalle de unas telas de Jajoan.

Detalle de unas telas de Jajoan.

El efecto es humillante.

Hay un canalleo psicosomático en vestir la obra de un sastre. "Te vuela la cabeza", anuncian los parroquianos de este lujoso hábito. Un traje a medida estruja la imagen que tienes de ti mismo. Mudas la piel hacia una versión reverenciable.

Pero no se confundan, la armadura está lejos de ser un señoritismo superficial. Me refiero a que no conviene condenar el vicio al ostracismo del oropel elitista. Es innecesario disponer de un dedito de oporto en la copa a la luz de una chimenea para gozar del atavío. Cosa que Alejandro García, sastre y comandante de la marca Jajoan, tiene en mente desde que heredó la responsabilidad empresarial de su abuelo, y por la que antes ya pasó su padre. Un destino consistente en dar forma, al milímetro, a las fardonas galas de los hombres.

No hay venganza contra la sodomización de la fast fashion. Ni siquiera un pugilato frente a la mendicidad estética. El traje a medida conoce perfectamente su privilegiado lugar. Y, tal vez, esté seduciendo hoy más que antes por ese efecto contraintuitivo de la desatención. La vuelta a lo tradicional. Así lo transmite Alejandro, gastando una sonrisa donde podría colgarse la colada.

EL ESPAÑOL se encuentra en su sastrería de la calle General Díaz Porlier, en el madrileño Barrio de Salamanca. Un espacio que es, por así decirlo, la matriz del pequeño imperio que Alejandro lleva irguiendo dos décadas, y que se refleja en satélites de esta nave nodriza repartidos por varias ciudades de España y pronto en México.

Hay un rollito muy british. Muy Kingsman. Muy Churchill acariciando un bulldog fumando un puro –Churchill, no el bulldog– sentado sobre alguno de los sofás de piel. Más que una tienda parece un club social. El espacio de encuentro escogido por gerifaltes de la jet set para codearse. O de avispados zagales con ganas de hacerle la lisonja al futuro suegro de cara a la inminente boda. Chachi pero plural.

Una intuición que Alejandro confirma al citar alguno de los archiconocidos nombres de quienes, hace nada, se han descolgado por la guarida, y que van desde Ana Rosa Quintana, al alcalde Almeida, futbolistas o stars musicales varias. Por no hablar de los jolgorios exquisitos, bacanales de la seda y el gin-tonic, que también tienen lugar a veces. "Esto no parece una sastrería", afirma Alejandro. "Parece una discoteca".

Es más, de tener que comparar la sastrería con algún garito, tienta hacerlo con la discoteca Florida, o una de esas monstruosidades aulladoras de las afueras de la capital. Esta tienda de Jajoan es larga como un día sin pan. Llena de recovecos, probadores con forma de cabina telefónica londinense, inmensas hileras de trajes en la parte trasera, zonas de taller y hasta un pequeño campito de golf en la terraza. Un poco destruido, eso sí, a causa de las fuertes lluvias.

"Te tomamos las medidas, te bebes una copa, te sales a hacer unos hoyos… como un club de campo, vamos", dice Alejandro mientras regresa a la parte ‘intermedia’ de la tienda, a la que se puede acceder por una puerta 'secreta' situada en el interior de un portal contiguo. "Por aquí entran los políticos", confiesa, "y aquí se suelen sentar sus guardaespaldas", aclara señalando un sofá Chesterfield marrón.

Contra todo pronóstico, la atmósfera queda lejos de la dictadura del esnobismo. A pesar de lo VIP, del clasismo implícito y de la transparente niebla de los fajos, nada sabe a derecho de admisión. Y aun siendo fácil que se deba a la jovialidad espídica de Alejandro, le ponemos en conocimiento de nuestras inquietudes.

PREGUNTA.– Aunque todo parezca muy enfocado a la exclusividad, está la extraña sensación de que aquí podría estar cualquiera.

RESPUESTA.– La sastrería ha cambiado mucho. Cuando empecé, con 26 años, venía del mundo legal. Falleció mi padre, y fue entonces cuando decidí intentarlo. Comencé con una tienda en la calle Bravo Murillo, que era la tienda oficial, la histórica de Jajoan, en la esquina con Lope de Haro. Era un concepto viejuno. De señores con bigotón. Muy serio. Actualmente, esa tienda está clausurada. Luego, en el año 2000 abrimos la tienda en General Diaz, la primera en esta calle. El peor local, lo digo claro. Tenía solo 15 m2 de tienda y un almacén de unos 25. Pero ahí empezó todo, el rock and roll.

Alejandro García, el sastre de Jajoan.

Alejandro García, el sastre de Jajoan.

P.– ¿Cómo que el rock and roll?

R.– Como te digo, era pequeña, ambientada ya en este rollo inglés. Te puedo decir que montaba colas. Todos en el barrio lo sabían. Atendía desde las 6:30 de la mañana. Era tan loco que pensaban que vendíamos droga. Llegaba un BMW o un Audi a las 7 de la mañana, y yo atendía cuando aún no había amanecido. Llegaron a afirmar que vendíamos bolsitas dentro de los trajes.

P.– Suena intenso.

R.– ¡Mucho! Yo he tenido a Santiago Segura, en la acera, tomándole medidas porque no había espacio dentro, figúrate. Al final, hace casi una década, ampliamos al lugar que ves.

P.– ¿Qué le daba a la gente para tener tanto éxito?

R.– Un traje perfecto a un precio no desorbitado. Mi idea siempre ha sido democratizar la sastrería. Esto no puede ser sólo algo de una élite. Además, históricamente este mundo ha sido muy masculino. Pero ahora eso está cambiando. Te digo más: en nuestra unidad de negocio, el 95% del equipo son mujeres. Y no es porque los hombres no puedan hacerlo, pero la atención que dan las mujeres es diferente: son más meticulosas, más cuidadosas y, muchas veces, más confiables.

P.– ¿Qué significa un traje para usted, que tan imprescindible le parece?

R.– Seguridad. Un traje bien hecho, da igual que sea de medida o de confección, es una armadura. El traje tiene que marcar. He visto clientes que venían desgarbados y se ponían firmes como una bala. Les da seguridad, pierden la timidez.

P.– ¿Un ejemplo?

R.– Novios, sobre todo. Tipos que no saben ni lo que quieren. Les digo: o te casas con un chaqué, o con un smoking, o con un traje. Y si no, en chándal, gilipollas (ríe). Esto siempre sale mejor si confías en tu sastre. Es un asesoramiento estético. Somos consultores de moda. Va más allá de la prenda. Hay todo un ritual.

P.– ¿Cómo ha evolucionado la sastrería con el tiempo?

R.– Antaño tenías traje de verano y otro de invierno. Ahora vendemos four seasons, que vale todo el año. Es algo que la moda debe agradecer a los aires acondicionados y calefacciones. Antes un traje de invierno te sudaba los huevos.

P.– ¿Hay innovación en los tejidos?

R.– Mucha. Hemos bajado pesos. Antes los tejidos eran piedras. Le pegabas un tiro y no pasaba la bala. Estambres del 52 (ríe). Ahora usamos tejidos más nobles y dinámicos.

P.– ¿Se ha perdido calidad en general en la moda?

R.– Sí. Igual que con los polos Lacoste de antes, que pasaban de generación en generación. Ahora la ropa es más efímera. Pero también es verdad que antes tirabas con dos trajes, y ahora necesitas mínimo tres trajes y una americana para pasar la semana. El consumo se ha multiplicado.

Una selección de corbatas de traje de la sastrería Jajoan.

Una selección de corbatas de traje de la sastrería Jajoan.

P.– Pero parece que vais para arriba como un cohete.

R.– Es que esto es una droga. Una vez que te haces un traje, o una camisa a medida, ya no hay vuelta atrás. Hay clientes que me dicen: "Acabo de cambiar todo mi vestuario, todo mi armario". Es normal, si lo piensas. Habitualmente las personas tienen que adaptarse a la prenda, aquí adaptamos la prenda a ellos. Y eso engancha.

P.– A quien pueda pagarlo, claro.

R.– Como decía, la idea es democratizar. Me vienes con 300 euros, pues apañamos. Me vienes con 5 mil, igual. Yo suelo decir que un sastre como yo es lo mismo que un viaje a Marbella en coche. ¿Cómo quieres ir? ¿Con un Bentley, un Porsche, un Audi o un Seat? A mí me da igual, pero yo a Marbella te llevo.

P.– ¿Existe algo así como el 'estilo' para un sastre?

R.– ¡Claro! Yo tengo un ADN muy concreto en los trajes: solapas redondeadas, muy sartoriales, muy gallistas, como decimos aquí. Los forros burdeos también son un sello. La gente ya identifica un Jajuan aunque no sepa que lo es. Hay una estructura que lo delata, incluso si parece un traje de Boss o de Zegna.

P.– Esto es todo un submundo.

R.– No lo sabes tú bien. Hay gente que guarda a su sastre como si fuera un secreto de guerra. Hay mucho cabrón que no lo suelta, ¿sabes? (risas). Para que siga siendo algo exclusivo de ellos. Aunque, por lo general, la gente comparte.

P.– También se percibe un punto divertido en su propuesta.

R.– Claro. Aquí los sastres y vendedores son divertidos. Mola que sea una experiencia. Ah, y también se hacen cosas un poco locas. Hay quien te pide que le metas un forro "puta" en la chaqueta. Literalmente, eh, salen imágenes de prostitutas en el forro y la gente presume de eso en las bodas.

P.– ¿Cómo se relaciona la gente joven con la sastrería? Porque este gremio siempre ha tenido fama de añejo.

R.– Fantásticamente bien. De hecho, el traje hace 5 o 10 años evolucionó a peor: nos quitamos la corbata, se relajó todo... Pero ahora los chavales de 19 o 20 años están locos por la sastrería. Van a discotecas con americanas. Antes íbamos con sudaderas o chaquetas de cuero. Ahora quieren trajes personalizados, a medida. Si les das algo divertido, con buen corte, lo llevan encantados. Y no es broma, cada vez vendemos más trajes a gente joven. También los influencers creo que están teniendo algo que ver. Cada día nos vienen más.

P.– Pero en la calle parece que todo el mundo va igual: zapatilla, vaquero, camiseta…

R.– Justo por eso el traje rompe con esa estandarización. Y lo vemos claro: el aumento de ventas de trajes se duplica cada año. ¡Coño! Si no, no estaríamos abriendo tanta tienda. Nosotros solo vendemos trajes, camisas y corbatas. No vendemos bañadores, ni chandals, ni camisetas. Algo tiene que estar pasando, ¿no?

P.– ¿Crees que la moda está volviendo a lo clásico?

R.– Total. Vendemos 100 trajes azules por cada traje gris. Está volviendo el buen vestir de los años 70, 80, 90. Ese rollo yuppie. Vuelve con un cliente más joven, más liviano. La moda es cíclica. Mira las corbatas vintage de Hermès de hace 20 años: la gente joven mata por ellas. No te hablo de un tío de 60 años, te hablo de chavales. La generación actual va a ser la más sastrera dentro de cinco o seis años.

Detalle de las manos de una trabajadora de la sastrería mientras confecciona una de sus piezas.

Detalle de las manos de una trabajadora de la sastrería mientras confecciona una de sus piezas.

P.– Pero también se habla mucho de la "chandalización" de la moda…

R.– Claro, eso existe, pero convive con todo lo demás. Hay mercado para chandals, para sudaderas, para trajes. Los proyectos nuevos lo están haciendo bien, con ese punto canallita, juguetón. Pero piensa también en el Rey: cada vez va más encajado, da gusto verlo con traje. Y es un tío muy clásico. Esto va a más, sin duda.

P.– Lo cual les viene de perlas, ¿no?

R.– Aunque hay un auge de la sastrería, los sastres de calidad no somos tantos. Somos como jedis. Quedamos pocos, pero tenemos mucha fuerza (ríe).

P.– ¿La sastrería es también un punto de encuentro para ciertos círculos sociales?

R.– Sí, es como esos clubes exclusivos. De repente, se reúnen y conocen a determinada gente. Entre ellos se escriben. "Oye, que mola ir. Vete a mi sastre." La mayoría es prescriptora. Por ejemplo, en el fútbol. Vino Juan Iglesias a hacerse un traje para el hermano. Luego vino Diego Oconde del Villarreal, que se casaba y quería algo muy exclusivo, diseñado por él. Ahora la gente viene y pide "un Diego Oconde". Lo han visto en redes.

P.– La sastrería siempre ha estado asociada a clases altas, ¿eso ha cambiado?

R.– Siempre se ha relacionado con la sangre azul. Con la alta alcurnia. Y todavía eso sigue. Pero, como te he insistido, se ha democratizado. Históricamente volaban los nobles y los burgueses, y ahora puede volar todo el mundo.

P.– ¿Qué es lo más loco que han hecho?

R.– Hace años, por ejemplo, les hice unos trajes de neopreno, a medida, a los chavales de un grupo llamado Green Class. Todo con tela técnica, y quedaron níquel. Se puede hacer de todo, dentro de los límites de la magia, claro.