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El momento más crítico del día es cuando los funcionarios de prisiones deben preparar la 'bajada' de los presos de cada uno de los 14 módulos que hay en la cárcel de Puerto III. Esto sucede todos los días a las 8:30 de la mañana, de lunes a domingo.

La bajada consiste en sacar a los presos de sus celdas para llevarlos al comedor a desayunar. Para ello, deben descender por unas escaleras y caminar en fila hasta el lugar donde les sirven la comida.

Mientras se juntan y avanzan unos detrás de otros, entre los internos surgen empujones, golpes y, en el peor de los casos, apuñalamientos. Los funcionarios deben evitar eso a toda costa. Incluso aunque arriesguen sus propias vidas.

Ángel Luiz Perea, funcionario de Puerto III y responsable de CSIF Cádiz.

Ángel Luiz Perea, funcionario de Puerto III y responsable de CSIF Cádiz. Cedida

Ángel Luis Perea es responsable de prisiones de la Central Sindical Independiente y de Funcionarios de Cádiz (CSIF). Trabaja en Puerto III, la cárcel más peligrosa de España para él y todo el que se dedica a vigilar a los internos de esta prisión. Según cifras oficiales de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, los guardias de este centro sufrieron 42 agresiones en 2024. Una cantidad superior a las 27 de las que fueron víctimas en 2023.

En España, los funcionarios de prisiones reciben en promedio una agresión cada 17 horas y 24 minutos. Las cifras indican que el año pasado se produjeron 508 y, en 2023, fueron 504. Aunque Ángel Luis y otros de sus compañeros no se fían de estos registros. "Esas son las muy graves, porque hay agresiones que no se contabilizan", detalla.

Las agresiones que no causen daños, como un empujón leve, un golpe que no deje marca o una amenaza con una navaja son consideradas leves. "Una amenaza como tipo 'te voy a matar cuando te vea por la calle' o 'sé donde tienes el colegio de tus niños y sé donde vives, sé de tu familia y sé de tus coches', no quedan reflejadas", explica.

Cada vez que reciben una agresión, los funcionarios hacen un parte y lo comunican a la jefatura de servicios. Luego, este pasa a la subdirección del centro y se le envía a la Secretaría, adscrita al Ministerio del Interior. Ahí es donde se encargan de las cifras.

La prisión más conflictiva

A pesar de la manipulación de estas cifras, Puerto III está a la cabeza de las prisiones de todo el país y figura como la más conflictiva. Uno de los funcionarios de prisiones que fue agredido el año pasado se llama 'Iván' (nombre ficticio). Trabaja en el área de aislamiento y pide no revelar su verdadera identidad.

Ese día, él estaba junto a otro compañero cacheando a un interno. Este se molestó cuando vio que los guardias tocaban sus cosas personales. "Se abalanzó sobre nosotros y a mí me lanzó un puñetazo que me levantó del suelo. Me golpeé con una puerta", detalla Iván.

A los funcionarios no les dejan llevar armas, gomas o esposas.

A los funcionarios no les dejan llevar armas, gomas o esposas. Cedida

El interno intentó escapar del módulo, pero no pudo porque los rastrillos [verjas o puertas de hierro que defienden la entrada a de un establecimiento penal] estaban cerrados. Otros funcionarios lo llevaron de vuelta a su celda, mientras Iván y su compañero fueron trasladados a urgencias. "Uno solo pudo contra dos de nosotros. A mí me dejó una lesión de por vida en la rodilla y sé que ya no me voy a recuperar", explica este funcionario de 48 años.

Las agresiones como la que sufrió Iván suceden todo el tiempo en Puerto III, asegura 'Gustavo', otro funcionario de la prisión con más de 10 años como guardia en esta cárcel. "Estamos trabajando con el desecho de la sociedad, con la cloaca. Con todo aquello que la sociedad no quiere".

Los funcionarios como Ángel Luis, Iván y Gustavo están todo el día expuestos a puñetazos, cabezazos, patadas, mordiscos, puñaladas, empujones y amenazas. Muchos acaban en el hospital. Hace sólo unas semanas, uno de ellos recibió un codazo en el ojo que casi le desprende la retina.

Los funcionarios no pueden ni defenderse. "Todo el mundo cree que portamos armas o que vamos con defensa de gomas o con esposas, con táser o algún tipo de medios para repeler una agresión, pero no nos dejan portarlas". Estos elementos sólo pueden usarlos cuando hay un incidente.

"Yo al patio entro con mi polito y mi pantalón, y lo único que llevo es un bolígrafo y un walkie para alertar de un incidente", confiesa Ángel Luis.

Enfermedades mentales

Además de peligrosa, Puerto III tiene una de las mayores ratios de presos por extensión y número de funcionarios. Hay 1.300 internos, pese a que tiene capacidad para 1.000. Está ubicada en el kilómetro 6 de la Carretera Jerez-Rota (Cádiz), en el puerto de Santa María. Por sus celdas han pasado desde narcotraficantes como' El Doro', 'El Tapaera' o 'El Patrón'; políticos corruptos como el exalcalde de Jeréz, Pedro Pacheco, y hasta presos de ETA.

En cada módulo hay entre 80 y 120 internos, y apenas cinco funcionarios para controlarlos a todos. Sin armas. Ángel Luis indica que hace falta personal porque se trata de una macroprisión. En total, puede haber unos 200 funcionarios, indica Gustavo, pero como están repartidos por turnos, "son unos 70 los que están trabajando a la vez".

Hay presos que provocan incendios en sus celdas. Este es un colchón quemado en Puerto III.

Hay presos que provocan incendios en sus celdas. Este es un colchón quemado en Puerto III. Cedida

"A veces se queda un funcionario solo en un módulo con ciento y algo de internos", dice Ángel Luis. Eso crea un clima de inseguridad entre él y sus compañeros.

También hay internos con enfermedades mentales. "El 95%, y no es por exagerar, tienen patologías mentales. Y muchas de ellas son gravísimas", indica Gustavo. Su compañero Ángel Luis coincide. Hay presos que padecen de "ansiedad, esquizofrenia y bipolaridad".

Estos son los que provocan la mayoría de los altercados que ocurren en la prisión, detalla Ángel Luis. En 2020, un hombre con patología mental se cortó el pene porque su mujer no quiso tener relaciones sexuales con él durante un vis a vis.

"Cuanta más concentración de personas, más aumenta la tensión y conflictividad, y más con las personas con estos tipos de patologías", señala Ángel Luis. La única atención psiquiátrica que reciben los internos es la que les brinda el Sistema Andaluz de Salud (SAS), una vez al mes.

Estas personas no solamente atentan contra los funcionarios; también lo hacen contra sus propias vidas. "Aquí se toman lejía si la tienen a mano. Llevamos mucha gente al hospital porque se han comido dos o tres pilas", dice Gustavo.

Algunos no se toman la medicación y trapichean con ella porque son psicotrópicos. Simulan que se la toman y la guardan debajo de sus lenguas. Luego la venden por tabaco, coca-cola o un porro de marihuana. Incluso la metadona, que es un analgésico líquido, se lo toman para luego vomitarlo y vendérselo a otros presos en un vaso de plástico.

Reclaman soluciones

Ser funcionario de prisiones no es considerado una profesión "de riesgo", y tampoco son calificados como 'agentes de la autoridad' como la Policía Nacional o la Guardia Civil. Es algo que tanto Ángel Luis como sus compañeros llevan años reclamándole al Gobierno.

"Está parado en el Congreso porque los dos partidos políticos más grandes del país no se ponen de acuerdo". Para ellos, un cambio en esa dirección resulta vital, ya que cuando son agredidos por los internos no se considera que haya sido una agresión a la autoridad en ejercicio de sus funciones.

Esto impide que los internos sean condenados y, por tanto, las agresiones se resuelven con una sanción por delito leve. Es decir, uno o dos días en aislamiento. Además, la mayoría de los internos son insolventes y no pueden indemnizar a los funcionarios afectados. "La agresión les sale gratis", reclama el responsable de prisiones de CSIF-Cádiz, Ángel Luis Perea.

Si los funcionarios fuesen reconocidos como autoridad, la administración podría indemnizarlos y la abogacía del Estado estaría a su disposición. El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha prometido resolver este problema.

"Yo lo que quiero son soluciones. Me da igual el gobierno que sea", exige Ángel Luis.

Del recuento a la cena

Antes de la bajada, el día empieza en Puerto III haciendo un recuento de prisioneros. Ángel Luis explica que los funcionarios recorren celda por celda para verificar que todos estén en su sitio. Esto por si alguien se ha fugado durante la noche o ha sucedido algo peor. "Hay que ver que están todos vivos, que no ha habido un suceso por la noche".

Una vez realizado el recuento, se abren las celdas y los presos bajan por las escaleras. Luego son dirigidos hacia el comedor para esperar el reparto del desayuno, y los guardias están pendientes de que no haya incidentes. Este procedimiento se repite todos los días en cada uno de los módulos.

A las 9:00 de la mañana empieza otro de los momentos críticos para los funcionarios: las actividades. "Ahí es donde se producen los altercados", indica Ángel Luis.

Los internos hacen actividades educativas, terapéuticas o deportivas en prisión. Para ello tienen un gimnasio, un campo de fútbol, piscina para el verano, una sala de televisión y otros espacios. Algunos juegan al parchís o simplemente conversan entre ellos. Una mala mirada o un mal comentario puede provocar una pelea.

Los funcionarios permanecen atentos porque algún interno puede sacar un "pincho carcelario", que son objetos de madera, plástico e incluso metal que utilizan como puñales.

A los bolígrafos, los presos le queman la punta y les insertan una cuchilla de máquina de afeitar desechable. También usan el cepillo de dientes. El mango lo afilan contra el suelo hasta que le van dando forma de punta. "Lo usan para su defensa o para atacar a otras personas", incide Ángel Luis.

Los módulos más conflictivos son el 1, 4, 5, 6, 8 y 15. Luego están los módulos en los que no suceden muchas incidencias, como el de mujeres, el número 13.

También hay un módulo mixto, el 9. En este, el mayor problema es el de "embarazos no deseados" por algunos presos varones que sostienen relaciones sexuales a escondidas con las internas.

Los presos también rompen cristales de las ventanas de sus celdas.

Los presos también rompen cristales de las ventanas de sus celdas. Cedida

Los presos permanecen en sus actividades hasta las 13:00, cuando todos son llevados al comedor para el almuerzo. Una hora después, los devuelven a sus celdas para descansar hasta las 16:30. A esa hora tienen permitido hacer deporte o estar en el patio hasta las 19:30, hora de la cena.

En el área de aislamiento, donde trabaja Iván, los días son distintos. Este módulo tiene capacidad para 70 internos y, actualmente hay 27, pero ninguno se relaciona con el otro. "Es como una prisión que está dentro de la misma prisión", explica el funcionario. Los presos permanecen en sus celdas y tienen derecho a tres horas de patio.

Eso no quiere decir que allí no se produzcan agresiones como en los otros módulos. De hecho, Iván ha recibido tantas que ya perdió la cuenta, pero sí se acuerda de las más grave.

Ocurrió hace unos años durante una pelea entre dos internos. Iván y otro compañero fueron a separarlos y en ese momento, uno de ellos le lanzó un golpe en la cara. Iván cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con una pared. "Me provocó un pequeño derrame y necesité una baja de siete meses".

En todos los módulos, a las 20:00 de la tarde se cierran las celdas de los internos y no vuelven a salir hasta la bajada de las 8:30 de la mañana del siguiente día. La rutina se repite todos los días.

Drogas

Algo que se encuentra en toda la prisión son las drogas. Gustavo asegura que hacen lo que pueden para evitar el trapicheo y la entrada de estupefacientes, pero hay mucha que se cuela. "A lo mejor hay un funcionario que se le va la cabeza, pero la mayoría entra por hombres que se la introducen en el ano o mujeres que se la esconden en la vagina", cuenta.

Gustavo recuerda el caso de un interno que se fue por un día de permiso y luego regresó con droga envuelta en un preservativo y metida en el recto. Al hombre lo aislaron en una celda mientras un juez autorizaba hacerle una placa.

Drones llegan a los predios de la prisión para introducir droga o móviles.

Drones llegan a los predios de la prisión para introducir droga o móviles. Cedida

Mientras llegaba la autorización, el interno debía defecar en una papelera para comprobar que no traía droga introducida en sus intestinos. "Después de varias horas le dieron ganas. Le vimos hacer caca en la papelera, sacar la droga y volvérsela a comer", relata.

Ángel Luis también conoce casos de personas que ingresan con drogas al penal. "No se puede estar haciendo una placa radiológica todo el tiempo a los internos", señala. Para ello, hay una unidad canina y los perros olfatean tanto a presos como a los familiares que los visitan. Algunos de estos llevan estupefacientes y se las entregan a los internos en los vis a vis.

Incluso, hay drones que introducen drogas y móviles en la prisión, ya que no hay un sistema de inhibición de estos aparatos. "Estamos cansados de decirlo. El día en que recibamos de algún narco un arma de fuego introducida mediante un dron vamos a tener un serio problema".