Luis Alberto Lucho Herrera, ganador de La Vuelta a España en 1987.

Luis Alberto "Lucho" Herrera, ganador de La Vuelta a España en 1987. EFE

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Los paramilitares contratados por el campeón de La Vuelta Lucho Herrera "degollaron y descuartizaron" a sus 4 víctimas

El colombiano, que ganó la carrera de ciclismo más importante de España, permanece investigado por la Fiscalía de su país.

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La última vez que Andrés Rodríguez Torres vio a su tío Diuviseldo Torres, tenía 13 años y comía con él en la sala de su casa cuando dos hombres llegaron a buscarle aquella tarde del 23 de octubre de 2002, en Fusagasugá, un municipio de 135.000 habitantes ubicado a 70 kilómetros de Bogotá, la capital colombiana.

– ¿Usted es Diuviseldo Torres?

– Sí, señor. ¿Para qué me necesita? — respondió el hombre

– Venimos para que nos acompañe para la investigación de un robo.

Los dos hombres, estaban vestidos con uniformes del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), de la Policía. Lo subieron a la fuerza a una van y no dejaron que Diuviseldo avisara a su familia que se lo estaban llevando. Su sobrino Andrés Rodríguez fue el único que vio cómo se lo llevaban y el último que lo vio con vida.

Desde ese día, la familia de Diuviseldo no volvió a tener noticias de él. Le buscaron en los potreros, en las fincas vecinas y en muchos sitios, pero jamás le encontraron. Ni a él, ni a Gonzalo Guerrero Jiménez, ni a Víctor Rodríguez Martínez, ni a José Rodríguez Martínez. Todos ellos vecinos y detenidos por los mismos hombres que se llevaron a Diuviseldo.

Fue hasta el 21 de abril de 2025 cuando el periodista Omar Hernández del canal Noticias Uno, de Colombia, reveló que otro vecino de los cuatro desaparecidos, el ciclista campeón de la Vuelta a España en 1987, Luis Alberto "Lucho" Herrera, podría estar detrás de la desaparición de estos de acuerdo con la declaración que hicieron Luis Fernando Gómez Flores, alias "Ojitos", y Óscar Andrés Huertas Sarmiento, alias "Menudencias", los dos hombres que se hicieron pasar por policías para llevarse a las cuatro personas.

Lucho Herrera el día que ganó La Vuelta a España en 1987.

Lucho Herrera el día que ganó La Vuelta a España en 1987. EFE

"Cuando leemos el nombre del señor Lucho Herrera, quedamos totalmente sorprendidos", dijo a Noticias Uno, Andrés Rodríguez, 22 años después de la desaparición de su tío y quien aseguró conocer al ciclista desde hace muchos años. "Él residió aquí. Él tenía la casa paterna. La vendió y aquí cerca tienen dos o tres fincas más. Él es residente de Fusagasugá", mencionó, e incluso detalló que su abuelo, el padre de Diuviseldo, trabajó para Lucho Herrera, al igual que una de sus hermanas.

Degollados y descuartizados

En su declaración, los paramilitares Luis Gómez Flores, alias "Ojitos", y Óscar Huertas Sarmiento, alias "Menudencias", dijeron que Lucho Herrera les dio 40 millones de pesos colombianos (16.000 euros de la época) para comprar armas y motocicletas, además de fotografías de los cuatro vecinos que quería que desaparecieran.

Ojitos confesó que llevaron a Lucho Herrera a reunirse con Martín Llanos, el jefe del grupo paramilitar Autodefensas Campesinas de Casanares y luego Llanos les ordenó que hicieran "lo que el señor Lucho necesitara". Luego, Ojitos y Menudencias visitaron al exciclista en su casa.

"El señor Lucho Herrera me ofrece algo de beber y me da dos sobres. En uno de ellos venían las fotos de 4 personas, que teníamos que recoger (desaparecer), dijo que eran milicianos de la guerrilla que lo iban a secuestrar y en el otro sobre había 40 millones de pesos (16.000 euros de la época) y nos dice que si queremos comprar unas pistolas y unas motocicletas. Esa gente colindaba con las fincas de él", detalló Ojitos.

Menudencias, por su parte, declaró que a las cuatro personas las mataron. "Los degollamos y luego los descuartizamos, con machete", dijo e incluso enterraron los cuerpos en una finca de Lucho Herrera. En su declaración, Ojitos detalló que "con el tiempo la misma organización se dio cuenta que no eran milicianos si no que el interés era quitarles las tierras".

El Jardinerito

Durante años fue el hombre que hacía subir a un país entero. No por retórica ni por política, sino porque, literalmente, subía montañas. Luis Alberto Herrera, Lucho para todos, el Jardinerito para los cronistas deportivos, trepaba los Alpes, los Pirineos, los Andes, con una cadencia hipnótica. Detrás, un pelotón doblado por la pendiente. Abajo, un país que lo miraba como si pudiera salvarlo de sí mismo.

Fue el primer colombiano en ganar una de las tres grandes vueltas europeas. La Vuelta a España, 1987. Lo logró con piernas flacas de campesino, con ese cuerpo que no parecía hecho para la gloria, sino para la resistencia. Mientras Colombia se desangraba, él volaba. Mientras estallaban coches bomba y se llenaban las fosas comunes, él levantaba los brazos en alto en la línea de meta. En el televisor de la cocina, en la radio de los buses, en las tiendas de barrio, Lucho Herrera era la excepción luminosa a una regla escrita con plomo y miedo.

Y después, se desvaneció. Se retiró temprano, con 32 años, cuando aún podía dar más. Dijo que no, que era suficiente. Que ya había pedaleado bastante. Volvió a Fusagasugá, su pueblo, un rincón verde a las afueras de Bogotá donde crecen orquídeas y cicatrices. Ahí se instaló con la misma discreción con la que había vivido su fama. Compró una finca. Abrió un motel. Plantó flores. Rechazó homenajes, trofeos, placas. Nada de vitrinas, nada de culto. Una foto en blanco y negro en una pared cualquiera. El resto: silencio.

Decían que era humilde. Tal vez solo era huraño. Nunca quiso ser un héroe. Tampoco supo cómo dejar de serlo. Le decían Jardinerito porque antes de ser ciclista, cuidaba plantas ornamentales. Fusagasugá es tierra de floricultores. Como muchos niños del campo, su vida comenzó cuesta arriba: colegio lejano, bicicleta prestada, diez kilómetros diarios, lluvia, barro. Fue así que aprendió a subir. No porque quisiera, sino porque no tenía opción. Esa es una lección que los colombianos conocen bien.

Lucho Herrera fue el mejor ciclista colombiano de su época

Lucho Herrera fue el mejor ciclista colombiano de su época EFE

Cuando Lucho ganó, lo hizo a su manera: sin sonreír demasiado, sin hablar de más. Callaba en las entrevistas, desaparecía en las cenas, se esfumaba en los homenajes. Lo suyo era pedalear. Lo demás lo incomodaba. Europa lo miraba como una rareza. Colombia, mientras tanto, lo celebraba como un milagro.

Secuestrado por la guerrilla

Y, sin embargo, incluso los milagros tienen sombras. En 2000, fue secuestrado por la guerrilla. Se lo llevaron de casa de su madre. Duró menos de un día retenido, pues lo liberaron rápido. En declaraciones del propio Herrera, lo trataron bien y no tuvo que pagar ningún rescate para ser liberado porque había sido "un malentendido". Un comandante de las FARC dijo hace unos años, sin embargo, que su hermano había pagado cuatro millones de pesos colombianos, unos 500.000 euros de la época.

En cualquier caso, para Lucho se acabó el ciclismo y empezó el silencio. Y ahí quedó: el campeón retirado, el campesino tranquilo, el hombre con finca y piscina, el padre de un niño pequeño, el vecino discreto. Hasta que, en 2025, dos décadas después de aquel retiro en paz, su nombre volvió a aparecer en los medios.

Pero esta vez no por una hazaña, sino por una acusación. Dos exparamilitares declararon ante la justicia que Herrera les pagó para hacer desaparecer a cuatro vecinos suyos en 2002. Dicen que entregó dos sobres: uno con dinero, otro con fotos. Que los hombres asesinados no eran guerrilleros, como se dijo entonces, sino campesinos que se negaron a vender sus tierras. Que los mataron con sevicia. Que los enterraron en su finca.

Él lo niega. Publicó un comunicado breve en el que dice no conocer a los acusadores y no haber pertenecido jamás a grupos armados. Sostiene, eso sí, que su vida ha sido honesta; primero, sobre la bicicleta; luego, sobre la tierra. No ha dado entrevistas, no ha salido en televisión y no ha explicado nada más. "Rechazo de forma enfática las imputaciones que pretenden enlodar mi nombre y mi trayectoria como ciudadano, trabajador y padre de familia", dice en su comunicado.

En Fusagasugá, a 70 kilómetros del centro de Bogotá, las flores siguen vendiéndose como hace dos décadas. El motel de Lucho sigue abierto. La estatua de bronce que lo representa con los brazos en alto sigue en la rotonda. Pero el silencio, ese que siempre fue parte de su encanto, ahora pesa distinto. Ya no es misterio. Es sospecha. Por ahora no hay sentencia. Solo declaraciones y sombras. Pero la imagen se ha agrietado. El ‘Jardinerito’ que hablaba poco ahora guarda silencio por otras razones.

Durante años, Lucho Herrera fue un símbolo. No solo de esfuerzo, también de dignidad. Una dignidad que, en un país marcado por la guerra, significaba no estar sucio. No haber matado. No haber sido cómplice. En Colombia, ser famoso y no haber tenido vínculos con paramilitares, con guerrilla o con narcos, era un acto político. Su silencio, entonces, era leído como pureza. Pero hoy, ese mismo silencio se ha vuelto insoportable. "El símbolo nacional caído", titulan los periódicos desde el país andino.

Lucho Herrera cuando fue liberado después de ser secuestrado por las FARC en el 2000

Lucho Herrera cuando fue liberado después de ser secuestrado por las FARC en el 2000 EFE

El lector español puede haber olvidado a Lucho. Puede confundirlo con algún otro ciclista latinoamericano que trepaba bien y hablaba poco. Pero en Colombia, aún era —hasta hace poco— una figura mítica. El tipo que derrotó a los europeos en su propio terreno. El que enseñó a todo un país que también se podía ganar sin matar. Y ahora, quizá, se sepa que no era cierto.

O quizá sí. En Colombia nunca se sabe del todo. Los familiares de las víctimas aseguran que llevan 22 años esperando justicia. Que no eran milicianos. Que solo eran hombres que querían quedarse con su tierra. Dicen que ahora tienen miedo. Que si Herrera pudo pagar para desaparecerlos, podría pagar para callarlos.

Él, mientras tanto, sigue ahí. Fusagasugá no lo ha echado. Algunos lo defienden. Otros bajan la voz. Él conduce despacio, como siempre. A veces levanta la mano para saludar. A veces no.