Manuel Hedilla sentado a la mesa de su despacho.

Manuel Hedilla sentado a la mesa de su despacho. EE

Reportajes Dictadura

Hedilla llamaría a Abascal “nuevo galán derechón”: 50 años de la muerte del líder obrero de Falange

Norberto Pico, líder de FE de las JONS, dice que “si hay algún partido con el podríamos entendernos, ese es Podemos”.

4 febrero, 2020 03:56

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Manuel Hedilla (Cantabria, 18 de julio de 1902-Madrid, 4 de febrero de 1970) representa ese obrerismo de la derecha que Vox dice aglutinar entre sus votantes. Sin embargo, la Falange Auténtica, que se atribuye hoy el legado de Hedilla, desprecia al partido de Abascal, al que califica de “nuevo galán de la derechona”.

Juan Ramón Sánchez Carballido, secretario nacional de Acción Política de FA, escribía en su blog: “El José Antonio que creen admirar nunca, jamás, encarnó al Santiago Abascal de su época. Fue, muy al contrario, el peligroso oponente que se les interpuso. El hombre que, nacido en el seno de la sociedad más rancia y conservadora, optó por la intemperie”.

En esa misma línea se ha pronunciado Norberto Pico, líder de FE de las JONS: “Vox no es más que el PP vestido de verde”. Y, por si no quedara claro el carácter social de Falange, remata: “Si hay algún partido con el que podríamos entendernos, ese es Podemos”.

Pico asegura que en FE disponen de “datos empíricos que demuestran esa diversidad sociolaboral”, en referencia a los obreros enmarcados en la derecha. Sin embargo, precisa que “a los de Abascal aún les faltan datos estadísticos que lo corroboren”. Y concede que “hay que tener en cuenta el posible atractivo que el mensaje proteccionista y antiglobalización puede tener entre los trabajadores”.

Historiadores de todo signo consultados por este diario han coincidido en señalar la distancia entre Vox y Falange, pese a que Abascal haya recurrido a frases como la del ideólogo Ramiro Ledesma: “Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria”.

Para empezar, el contexto mundial y las circunstancias españolas no tienen nada que ver con las de entonces (nazismo y comunismo en sus momentos álgidos). Y, además, la Falange original, y Hedilla en particular, era anticapitalista, antisistema y contraria a la utilización de las instituciones para alcanzar el poder.

Hubiera sido inimaginable una Falange siguiendo el sistema parlamentario como Vox -con sus 52 diputados-, cuando la formación de José Antonio sólo obtuvo uno por Cádiz y en alianza con los monárquicos. El mismo Hedilla retiró su candidatura al enterarse de que la compartiría con la derecha conservadora.

Vox más cerca de La CEDA

A este respecto, Gabriel Tortella, autor de Capitalismo y revolución (Gadir, 2017), sostiene que “si vamos a comparar a Vox con un partido de los años 1930, yo lo veo más cerca de la CEDA de Gil-Robles”.

Este martes se cumplen 50 años de la muerte de Manuel Hedilla, efemérides que pasará sin pena ni gloria. No es de extrañar. Porque el sucesor de José Antonio Primo de Rivera es uno de esos personajes que no acaban de encajar en ninguna organización y acaban traspapelados en la historia.

Manuel Hedilla Larrey fue el segundo y último Jefe Nacional de Falange Española de las JONS.

Manuel Hedilla Larrey fue el segundo y último Jefe Nacional de Falange Española de las JONS. Fundación Francisco Franco

Sus correligionarios falangistas, en su mayoría abogados y señoritos de Madrid, le tachaban de analfabeto, obrerista y provinciano. Su retórica revolucionaria y anticapitalista chirriaba también a los militares sublevados en 1936.

El mismo Franco le llegó a condenar a muerte, la misma condena que le hubiera impuesto el bando enemigo de haberlo capturado, como el propio José Antonio Primo de Rivera o a Ramiro Ledesma, un ensayista, filósofo y político español clave en la articulación intelectual del fascismo en España.

Hijo de una familia burguesa, Hedilla pasó muchos apuros económicos tras la prematura muerte de su padre. Apenas pudo acabar los estudios primarios y viajó con su madre por varias provincias intentando ganarse la vida con los más diversos trabajos.

Aunque acabaría asentándose como mecánico naval, fue en la fábrica lechera RAM, en Santander, donde dio rienda suelta a sus inquietudes sindicales. En 1933 le llegaron noticias de la reciente fundación de un partido con ideas revolucionarias y parafernalia marcial: la Falange. Quedó fascinado. Se afilió y comenzó su fulgurante carrera política.

Tras ser jefe local y provincial, conoció en 1935 a José Antonio. Se caen bien, confraternizan. En la primavera de 1936, tras la ilegalización de Falange y la detención de sus principales líderes, incluido Primo de Rivera, Hedilla sustituye a 'el ausente'. Una carambola que le pone al frente de un partido que, gracias al victimismo, ha pasado de ser muy residual a disponer de 240.000 militantes bien pertrechados, convirtiéndose así en un actor decisivo en la contienda.

Siguiendo instrucciones de José Antonio, con quien Hedilla se veía a menudo en la cárcel, conspiró con el general Mola para convencer a los militares de la necesidad de un golpe contra la República. El 18 de julio, vivió la sublevación en La Coruña. Allí contribuyó de forma decisiva a la toma de la ciudad y a la subsiguiente represión.

“Derechistas peores que los rojos”

Sin embargo, no tardará en sorprender e irritar a sus compañeros con un discurso, inaudito entonces, contra la represión en la retaguardia y en defensa de la naturaleza proletaria y sindicalista del movimiento falangista.

Donde más claras quedan expuestas sus ideas es en su discurso de Navidad del 36: “Impedid con toda energía que nadie sacie odios personales y que nadie castigue o humille, a quien por hambre o desesperación haya votado a las izquierdas. Todos sabemos que en muchos pueblos hay derechistas peores que los rojos [...] que ninguna de las mejoras sociales conseguidas por los obreros queden sobre el papel sin surtir efectos y se conviertan en realidad”.

En abril de 1937, se produjeron unos sucesos que determinarían definitivamente la trayectoria de Hedilla y de la propia Falange. Las disputas por el poder en el partido entre camisas viejas –partidarios de los fundamentos originales- y camisas nuevas –recién llegados al calor de la sublevación militar- desembocaron en violentos enfrentamientos en Salamanca, entonces capital del bando sublevado.

Santiago Abacal, líder nacional de VOX, durante una intervención en el Congreso de los Diputados.

Santiago Abacal, líder nacional de VOX, durante una intervención en el Congreso de los Diputados. EFE

En un tiroteo, resultaron muertos un íntimo amigo de Hedilla y un guardaespaldas de Sancho Dávila, su rival y primo de José Antonio. Dávila acaba siendo detenido acusado de organizar un complot contra la dirección de Falange. Aclaradas las cosas por vía tan expeditiva, se celebró el consejo nacional de Falange. Hedilla resultó elegido jefe nacional, con diez votos a favor, cuatro en contra y muchas abstenciones.

Franco bendijo al nuevo líder con un abrazo ante miles de falangistas en el balcón del palacio del Obispo de Salamanca. Sin embargo, el gesto fraternal acabó siendo interpretado como una muestra de sumisión de la Falange al futuro dictador.

Aquel abrazo sólo hizo allanar el camino al decreto de unificación, lo que suponía la agrupación de todos los partidos del bando nacional en un partido único y la muerte virtual de la Falange tal y como como la concebía Hedilla.

El enfrentamiento con Franco

Franco nombró un consejo de dirección del partido unificado. A Hedilla sólo le reservó una secretaría general, uno entre los cinco puestos que ocuparían los falangistas. Una afrenta que no arredra al falangista, dispuesto a dar batalla. Llega incluso a enviar una circular a las delegaciones locales del partido para que sólo acepten órdenes de la dirección nacional de FE. Al mismo tiempo, envía un emisario a Franco declinando el nombramiento como miembro del consejo.

Las cosas se ponían mal para Hedilla. Hasta el punto de que tanto el representante del Partido Nazi en España —Hans Kröger— como del Partido Fascista italiano —Guglielmo Danzi— le ofrecieron salvoconductos para que huyera y se refugiara en Alemania o Italia. Los rechazó pese a que sabía cuál sería su destino.

Acaba siendo detenido por rebelión, sometido a una farsa de consejo de guerra y condenado a dos penas de muerte. Una, como culpable del asesinato de los dos falangistas en Salamanca, y, la otra, por indisciplina, subversión del Estado nacional y –de ahí la farsa- relación con el socialista Indalecio Prieto, junto al que se le acusa de pretender el asesinato de Franco.

Tres meses más tarde se le conmuta las condenas a muerte por cadena perpetua. Eran muchos los seguidores que aún le veían como líder legítimo de Falange, así que Franco se quitó el peligro del medio, primero con cuatro años en la cárcel de Las Palmas, y después con cinco de confinado en Mallorca.

Ya no volvería a la vida pública hasta finales de los 60, cuando primero militó en un grupúsculo falangista radical y después fundó su propio partido, el Frente Nacional de Alianza Libre (FNAL). Pero dos años después murió y cayó en el olvido, salvo para sus escasos seguidores de la Falange Auténtica.

“Dignidad y coherencia”

En palabras del historiador Fernando García de Cortázar, Hedilla “encarnaba la dignidad y la coherencia de quien podía haber sido altísima jerarquía del partido único, frente a la tentación poderosa del pragmatismo sin principios”.

El historiador Fernando García de Cortázar.

El historiador Fernando García de Cortázar. EFE

Es difícil saber qué hubiera ocurrido de haberse convertido Hedilla en líder del partido unificado y cómo hubiera afectado al poder absoluto de Franco. Probablemente, hubiera imitado al partido nazi, al que admiraba incluso más que al fascista. Sus simpatías le llevaron a un fiero antisemitismo.

En agosto de 1936 llegó a proclamar: “Camarada, tienes la obligación de perseguir y destruir al judaísmo, a la masonería y al separatismo... Polonia tiene la peor de las desgracias... viven allí tres millones de judíos, y si ya un judío es abominable, ese número debe producir miasmas fétidas en el aire militar y católico de Polonia”.

No son pocos los que le achacan serias carencias como líder político. Ricardo de la Cierva, historiador franquista, llegó a tacharle de “oscuro dirigente de provincia”. El también falangista Dionisio Ridruejo recordaría años después que “no pasaba de discreto y él lo sabía mejor que nadie”. Hasta la propia prensa fascista italiana consideraba que estaba más cualificado “para recibir órdenes que para darlas”.

Stanley G. Payne es más condescendiente. Le define como “honesto, taciturno y algo lento de palabras”. Hugh Thomas fue más condescendiente. “Tenía dotes políticas -escribió el historiador británico-, pero carecía de tacto. En una ocasión hizo esperar a Serrano Suñer en su antesala, cosa realmente imprudente. También causó enojo su intervención a favor de personas que, sin ella, habrían sido fusiladas (…) El embajador italiano trató de utilizarlo para limitar la represión”.

En esta visión poliédrica del personaje no se pueden olvidar las campañas de sus partidarios que contribuyeron de forma decisiva a mitificar su figura. El escritor falangista Ernesto Giménez-Caballero publicó un artículo calificándolo de “claro, viril, tenaz y rudo”. Y el periodista y escritor falangista Víctor de la Serna, probablemente el mayor propagandista de Hedilla, escribió textos con títulos tan elocuentes como Hedilla, 120 a la hora.

El populismo se fragua con campañas como esta y con personajes como Hedilla, que sabía utilizarlo para encender a las masas. A su rival en Falange, Sancho Dávila, probablemente le hizo más daño este reproche de Hedilla que el hecho de que el montañés hubiera entrado a tiros en sus casa: “Un jefe de Falange –escribió- no debe vivir como un virrey ni tener en su despacho (…) alfombras y lámparas con cuyo coste se equiparían varias centurias y comería un año una familia de un camarada que está en el frente”.

Es casi seguro que Hedilla no militaría hoy en Vox, según los expertos, pero de lo que no cabe duda es de que en tiempos de populismo, como lo son estos y lo fueron aquellos, sus ideas hubieran encontrado un resquicio por el que introducirse.