Abuín, asesino confeso de Diana Quer, durante el juicio.

Abuín, asesino confeso de Diana Quer, durante el juicio. Efe

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La perversa obsesión de 'El Chicle': buscaba a niñas en colegios y pedía "delgadas y morenas" en puticlubs

El mejor amigo de Abuín relata sus noches en los prostíbulos de la provincia y acechando menores en los institutos.

14 noviembre, 2019 04:50
Santiago de Compostela

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Hubo un murmullo entre los cronistas y los espectadores de la sala cuando el magistrado mandó pasar a declarar a Manuel Somoza, el mejor amigo de José Enrique Abuín, 'El Chicle'. Era alguien cuyo nombre no había aparecido hasta entonces. El primero fuera del núcleo familiar que se sentaba a contar lo que sabía sobre el hombre que asesinó a Diana Quer la madrugada del 22 de agosto de 2016. Y lo que este individuo sabía era más de lo que aparentaban los andares apocados con los que se dirigió a la silla de los testigos.

Manuel Somoza conoce a Abuín casi desde que eran niños. Ya eran amigos los padres de ambos. Ellos se hicieron íntimos después del instituto. Y de amigos, pasaron a compañeros de juerga, y de ahí a compinches en el marisqueo furtivo y colegas que recorrían junto las discotecas, los clubs de alterne de la provincia e incluso las puertas de los colegios a abordar "a las chavalas". A menores de edad. El Chicle siempre llegó mucho más lejos al pasarse de la raya. Y Manuel había estado allí para verlo todo. 

La fiscal Cristina Margalet dirige un interrogatorio clave a lo largo de media hora, y logra extraer frases lapidarias del hombre que mejor conocía a Abuín cuando no estaba en su casa. Somoza lo expulsa todo conforme ella profundiza más y más en la materia, y lo hace con la 'geada' y el 'seseo' que caracterizan el áspero acento gallego de quienes viven en la comarca del Barbanza, a la que pertenecen Boiro, Rianxo y A Pobra Do Caramiñal, los tres escenarios del crimen. También con ese tono monocorde de una persona que no puede engañar, y con la inocencia de quien estuvo allí y pudo verlo, de quien no tiene nada que perder, de quien tampoco se ve capaz de mentir.

"El Chicle acechaba a menores de edad a la puerta del instituto"

 -¿Trataba de acercarse a alguna joven?

-Sí.

-¿Le gustaba algún prototipo?

-Les gustaban todas, pero más le gustaban las morenas, de pelo largo.

-Delgadas, rellenitas...

-Sí, delgadas.

-Y les preguntaba el teléfono...

-Sí, el teléfono.

-Y por redes sociales...

-Sí, a alguna le escribía por Facebook.

-¿Y cómo les decía?  

-Le iba de amable. Le preguntaba cosas, que quería saber de ella. Si le gustaba el fútbol o cosas así.

Llegó con una sudadera de color rojo, con una sombra negra de varios días sin afeitar y con unas raídas zapatillas de jugar al fútbol sala. También con una calva despeluchada en la parte superior de la cabeza pero que resistía a ampliarse en los laterales del cráneo. Algo casi monacal, lo contrario a su conducta. Manuel tampoco era un santo; agachó la cabeza al admitir que también pagaba en los clubs de alterne a los que acudía con Abuín. Reconoció también, con claridad, que tenían gustos similares, pero a la vez totalmente diferentes: “Teníamos unos gustos parecidos, pero no muy parecidos”.

"Vamos a las almejas"

Somoza, en su declaración ante el juez en la sala.

Somoza, en su declaración ante el juez en la sala. Efe

Su aspecto acaso dio lugar a algún equívoco, pero sus palabras no: su testimonio resultó tan demoledor por el alto grado de conocimiento que demostró de las costumbres y de su modus operandi. Había estado allí para verle en acción, cuando salían juntos de fiesta, en las discotecas a las que iban a por "chavalas", de juerga los dos solos, al punto que fuese de la provincia. Si iban a salir, El Chicle le decía a Rosario, su mujer, que se iba con Manolo a mariscar. O le ponía como excusa (otra vez más) que se iban a robar gasoil.

"Le decía que íbamos a las almejas", apunta Somoza, desde su silla, ante el juez, las partes y el tribunal. Valeria Quer, que ha decidido entrar en la sala de vistas a escuchar a las víctimas del asesino de su hermana, a verle la cara al asesino de su hermana, a "defender el legado de su hermana", esconde los ojos bajo la bufanda que lleva anudada al cuello, se estremece, rompe a llorar por segunda vez, al escuchar el relato de las noches de caza de Abuín por la provincia de Pontevedra.  

Narró cómo eran sus noches juntos. Cómo la personalidad aparentemente dócil, de padre bueno o de tonto ingenuo, se transformaba por completo en cuanto salían de noche los dos, o él solo, en fin, o cuando ponía un pie en un club de alterne, en una discoteca o directamente en las calles cercanas, por las que merodeaba con el Alfa Romeo, el vehículo con el que perpetraba todos sus crímenes. 

- ¿Y qué hacía allí en las discotecas? ¿Cómo se dirigía a ellas? ¿Cómo le gustaban?, pregunta la fiscal.

-Era él el que quería ir. Le gustaban más jóvenes. De veintipico años. De 22 o 23. Y él tenía 38 en aquel momento. 

Niñas en los colegios; noches de puticlubs

Jose Enrique Abuin Grey, 'El Chicle', en el juicio por el asesinato de Diana Quer

Jose Enrique Abuin Grey, 'El Chicle', en el juicio por el asesinato de Diana Quer EFE

Su testimonio fue como presenciar en parte las atrocidades del acusado. Explicó que acechaba a algunas menores de edad en Facebook; sabía que escribía a alguna con cierta insistencia, y que en las discotecas siempre era él quien tomaba la iniciativa. En aquel entonces, contó Somoza, El Chicle llevaba años casado, y era ya padre de una hija. 

Unas filas más atrás, mezclada entre el público, una de las hermanas de José Enrique Abuín oía todo lo que se estaba diciendo allí de su hermano. María fue la primera a la que llamó el juez, y la primera y la única en negarse a declarar. Permaneció en ese lugar toda la sesión, escuchando a Somoza, un tipo al que también ella conocía, relatar las visitas de él y su hermano a los prostíbulos gallegos de media Galicia. 

-¿Iban juntos a algún otro sitio?

-Sí, a casas de alterne. En Santiago, Vigo, Pontevedra...

Ambos contratan en tales lugares los servicios privados de las prostitutas. Somoza, aunque agacha la cabeza y entorna la mirada medio con vergüenza, no tiene ningún problema en reconocerlo. Tampoco que 'El Chicle', quien asiste a la sesión visiblemente nervioso, sin parar de moverse, escribiendo notas a su abogada una y otra vez, negando una y otra vez con la cabeza a todo lo que escucha, había adquirido con el tiempo otra afición, que era la de ir a acechar a niñas menores a la puerta de los colegios de la zona. Niñas no mucho más mayores de lo que es ahora su hija. 

Iba siempre subido en su Alfa Romeo gris, el mismo que empleó la noche en que asesinó a Diana. El mismo con el que trató de secuestrar a la joven de Boiro el 25 de diciembre de 2017. El mismo en el que una madrugada anterior había invitado a subir a otras chicas, insistiendo, mientras todas lo rechazaban.

-¿Iban a alguno en especial?

-A cualquiera. Pasaba por ellas, miraba para las chavalas y les llamaba: "Guapas, tías buenas".  También les decía morena. Ellas a veces le contestaban, y otras no. 

Y así, el testimonio de su mejor amigo diluyó la imagen edulcorada que él mismo se había encargado de dibujar la jornada anterior. Hasta desveló cómo El Chicle llegó a obsesionarse por su hermana pequeña. También lo que narraron sus víctimas, y las mujeres de Boiro que lograron zafarse de su obsesión sirvió, para hacerle claudicar y provocar que emergiese a la superficie de la sala del juzgado la verdadera cara de Abuín: la de un tipo obsesionado con las mujeres jóvenes, delgadas y morenas. Dispuesto a conseguirlo todo fuera al precio que fuera.

El pozo de la nave de Asados

El Chicle llevó a su compinche en una ocasión al pozo de la nave de Asados.

El Chicle llevó a su compinche en una ocasión al pozo de la nave de Asados. EL ESPAÑOL

Como eran buenos amigos, lo hacían todo juntos. También ir a robar el gasoil de los camiones. Y por eso Somoza conocía perfectamente el arsenal que Abuín llevaba en su maletero. Sabía que tenía bridas, y el lugar exacto (un lateral, bajo una tapa) en el que las colocaba. Sabía que llevaba siempre una palanqueta, un hierro con el que forzar los depósitos. Y quizá por esa confianza que tenían juntos, Abuín, el fanfarrón, le dijo en una ocasión si quería ver un pozo. Y le llevó a ver el pozo de la vieja nave cercana a la casa de sus padres.

Fueron para allí durante el invierno anterior a que aquel lugar, repleto de "muebles, mesitas, mesillas, colchones", se convirtiera, durante 500 días, en la tumba de Diana. Es decir, que Abuín no se topó con la nave de casualidad. Tampoco con el pozo. Sabía que allí se podían esconder cosas. Sabía que era un lugar seguro. 

-Sí, fuimos dos veces. A coger muebles. 

-¿Entraron con normalidad?

-Forzó una puerta. 

-¿Sabía la que tenía que forzar?

-Sí. 

-¿Le dijo si había entrado antes en esa nave?

-Sí, él había trabajado allí. Y fuimos por la tarde, y me mostró un pozo que había en el sótano. 

-¿Y por qué se lo enseñó?

-Simplemente me dijo que si quería ver un pozo.