La historia más bonita no siempre se puede contar

La historia más bonita no siempre se puede contar

Opinión

La historia más bonita no siempre se puede contar

Las historias más bonitas —las de verdad— no necesitan escapar a la luz. Son como esos amaneceres perfectos que nadie fotografía porque no hace falta

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Hay historias que nacen para quedarse en el silencio. No porque sean irrelevantes, no porque carezcan de grandeza o épica, sino porque contarlas sería profanarlas. Hay cosas que simplemente no caben en las palabras, porque las palabras, por muy bien que las elijas, siempre serán insuficientes. Inténtalo, si quieres. Te invito. Pero antes de abrir la boca o coger el bolígrafo, piensa: ¿estás seguro de que no vas a traicionar lo que intentas narrar?

Las historias más bonitas —las de verdad— no necesitan escapar a la luz. Son como esos amaneceres perfectos que nadie fotografía porque no hace falta. Solo se viven. Y quien estuvo ahí lo sabe, con una certeza íntima que no necesita likes, aplausos ni editoriales.

Pero claro, vivimos tiempos de exposición. Todo el mundo cree que tiene algo que decir, que su vida es digna de ser contada, que su pequeño drama o su fugaz momento de gloria merece inmortalidad en 280 caracteres o en un vídeo cutre con música de fondo. Es mentira. Lo importante casi nunca es lo que se grita; es lo que se calla.

Piensa en ello. En los abrazos que dieron la vuelta al mundo sin salir del salón de casa. En las miradas que se dijeron más cosas que cualquier poema. En los gestos que salvaron una amistad, una vida, una causa. Las historias más bonitas son las que se quedan en los márgenes, entre bastidores, lejos de los focos y los micrófonos. No porque sean menos importantes, sino porque son demasiado grandes para caber en algo tan pequeño como un relato.

Y no me vengas con romanticismos baratos. No todas esas historias son felices. Algunas son terribles, otras están llenas de derrotas, pérdidas y silencios que duelen como cuchillos. Pero incluso esas son hermosas, porque son reales, y porque los que las vivieron decidieron que no necesitaban compartirlas con el mundo para que fueran auténticas.

Así que la próxima vez que te tienten las ganas de contar tu gran historia, piénsalo dos veces. A lo mejor no es tuya para contársela a nadie. A lo mejor la verdadera belleza está en que solo tú y los que la vivieron sepan que existió. Y eso, amigo mío, no es un fracaso. Es respeto. Es dignidad. Es, en el fondo, lo que distingue a las grandes historias de las demás.

Y cuando alguien te pregunte por ellas, solo sonríe. Porque la historia más bonita no siempre se puede contar. Ni falta que hace