El dictador socialista Nicolás Maduro.

El dictador socialista Nicolás Maduro. Reuters

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Venezuela pasa de "problema" a "riesgo geopolítico"

No hace falta imaginar guerras ni escenarios apocalípticos. Basta comprender un hecho simple. Estados Unidos ya no ve a Venezuela como un problema político, sino como un riesgo hemisférico.

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La nueva Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Estados Unidos no es un simple informe escrito para quedar bien en un archivo.

Es un documento que respira intención.

Uno que abandona la cortesía y vuelve a la lógica que siempre ha gobernado a las superpotencias: lo que ocurra cerca importa más que lo que ocurra lejos.

El texto habla de un Corolario Trump para la doctrina Monroe, aunque el nombre es casi anecdótico. No estamos ante la resurrección romántica de una idea del siglo XIX, sino ante algo mucho más práctico.

Se acabó el juego de fingir que América Latina es una región manejada con becas de cooperación y discursos sobre gobernanza. Washington vuelve a mirarla como un espacio que afecta directamente su seguridad, su economía y su estabilidad interna.

Y la sombra de Venezuela aparece una y otra vez. La descripción de amenazas está trazada con tal precisión que parece dibujada desde Caracas.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de Estado, Marco Rubio.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de Estado, Marco Rubio. Reuters

Hablan de actores externos instalados en puertos, minas, telecomunicaciones y corredores marítimos.

Hablan de estructuras criminales utilizadas como herramientas políticas.

Hablan de la penetración de potencias adversarias en el Caribe y la costa norte suramericana.

Esa lista, sin querer queriendo, es un retrato.

Luego aparece la frase más significativa del documento: Estados Unidos se reserva la posibilidad de realizar despliegues puntuales contra organizaciones criminales, con uso de fuerza letal si es necesario.

Ya no es postureo, sino doctrina.

Durante años, la política estadounidense hacia Venezuela estuvo atrapada en clichés administrados desde La Habana, Moscú y parte de la élite académica estadounidense.

Que Venezuela era una bomba social a punto de estallar.

Que cualquier movimiento podría desatar una guerra civil.

Que la estabilidad dependía del capricho del régimen.

Ese relato (tan bien empaquetado que engañó incluso a gente seria) nunca tuvo respaldo en la realidad.

Venezuela no es un país tribal ni sectario. Es un país occidental, urbano, católico, agotado y empobrecido. Ahí no está el riesgo.

El riesgo está en lo que el documento describe como un territorio capturado por intereses que trascienden al propio régimen. Un país que dejó de funcionar como Estado y empezó a funcionar como plataforma para redes de narcotráfico, inteligencia extranjera, minería ilegal y grupos armados que operan al margen de cualquier noción de soberanía.

Plataforma que coincide, para mala suerte del hemisferio, con rutas aéreas, marítimas y terrestres que conectan a todo el continente.

Es ahí donde encaja la parte económica de la Estrategia, que habla sin adornos. Washington anuncia que dejará de mirar pasivamente cómo otras potencias consolidan posiciones en puertos, corredores logísticos, centrales energéticas, zonas de extracción y redes de comunicación en la región.

A partir de ahora, lo que se construya o se venda en el hemisferio tendrá otra lectura. Ya no bastará la rentabilidad. Importará la procedencia, la intención y el impacto estratégico.

Es una forma elegante de decir que China, Rusia e Irán ya no podrán moverse con la comodidad con la que lo han hecho.

Donald Trump y Xi Jinping, durante su último encuentro en Corea del Sur.

Donald Trump y Xi Jinping, durante su último encuentro en Corea del Sur. Evelyn Hockstein Reuters

Para Europa, y en especial para España, esta realidad implica un reajuste.

América Latina ha sido durante décadas un espacio emocional, político y económico, pero rara vez estratégico.

Ahora deja de ser un paisaje y pasa a ser tablero.

Y cuando Estados Unidos decide que un tablero es vital, los demás jugadores deben comprender que las reglas han cambiado. Las decisiones que antes dependían de Madrid o Bruselas se verán ahora condicionadas por un clima distinto.

No por capricho, sino porque el hemisferio es un ecosistema. Lo que ocurre en un lado termina afectando a todos.

Lo que viene no requiere imaginación. Estados Unidos no habla de intervenciones al viejo estilo, pero sí de presión diplomática sostenida, de cerco financiero, de exigencia a gobiernos vecinos, de vigilancia sobre actores extranjeros y de operaciones puntuales que impidan que el crimen organizado actúe como representante de potencias adversarias.

Venezuela, con su mezcla de colapso institucional y alianzas inconvenientes, está demasiado expuesta para pasar inadvertida.

La Estrategia describe un movimiento de sentido común. El país que se sabe superpotencia vuelve a cuidar su alrededor.

Y ahí, quiera o no, Venezuela ocupa un lugar que siempre termina siendo central. No por su capacidad, ni por su peso económico, sino por lo que ha permitido que se instale dentro de sus fronteras. Y por las consecuencias que eso tiene para el continente entero.

No hace falta imaginar guerras ni escenarios apocalípticos. Basta comprender un hecho simple. Estados Unidos ya no ve a Venezuela como un problema político, sino como un riesgo hemisférico.

El peligro no está en lo que pueda pasar si el régimen cae. El peligro está en lo que seguirá pasando si el régimen no cae.

*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.