Fábrica de de los Geran-2, la versión mejorada de los drones iraníes Shahed, con los que actualmente lanzan sus ofensivas a Ucrania
Guerra ‘low cost’: la capacidad de infligir daño a bajo coste
El uso masivo de drones Shahed, baratos y sofisticados, ha convertido la guerra en Europa en un desafío tecnológico y económico que desborda las defensas tradicionales.
El conflicto en el flanco oriental de Europa ha revelado un fenómeno que redefine la guerra moderna: los drones de bajo coste, representados por el Shahed (o Geran-2). Lo que podría parecer un simple avance tecnológico es, en realidad, un cambio de paradigma que cuestiona cómo concebimos la defensa, la estrategia y el equilibrio de poder en Europa y la OTAN.
La capacidad de infligir daño a bajo coste, con dispositivos producidos en serie y de manera casi industrial, introduce una dinámica de amenaza que hasta hace pocos años parecía propia de escenarios futuristas o de conflictos asimétricos lejanos.
Rusia ha convertido al Shahed en un instrumento de guerra industrial. Tras adquirir una primera partida de drones iraníes, desarrolló su propia versión y construyó una fábrica al este de Moscú, lejos del alcance de Ucrania, con la intención de producir más de 6.000 drones al año.
Para ello, ha concentrado mano de obra especializada y, a través de empresas pantalla, ha conseguido componentes de China, Corea del Norte, Europa e incluso Estados Unidos. Esta estrategia muestra cómo la capacidad de innovación y adaptación industrial puede traducirse en ventaja estratégica, incluso en un escenario de sanciones y bloqueo internacional.
El coste unitario de un Shahed —entre 40.000 y 50.000 euros— frente a los millones que cuesta un misil tierra-aire o un dron occidental como el Predator o el Reaper es un elemento clave.
Esta relación coste-beneficio convierte la defensa tradicional en un desafío económico: el Stinger, el misil tierra-aire más barato, cuesta entre 10 y 20 veces más que un Shahed , y la relación misil-dron abatido rara vez es de uno a uno. En la práctica, la defensa ante oleadas masivas de drones se vuelve insostenible, y Europa no puede ignorar esta dinámica.
El coste unitario de un Shahed —entre 40.000 y 50.000 euros— frente a los millones que cuesta un misil tierra-aire o un dron occidental como el Predator o el Reaper es un elemento clave.
Rusia no solo ha optimizado el coste, sino también la táctica: los Shahed vuelan ahora a media altura, alrededor de 2.500 metros, evitando sistemas de defensa de baja cota y obligando al uso de misiles más caros. Además, combinan navegación autónoma basada en sensores inerciales con el uso de tarjetas 5G y aplicaciones como Telegram, prescindiendo de GNSS y contrarrestando interferencias electrónicas. Cada uno de estos elementos aumenta la complejidad para los defensores y refuerza la ventaja estratégica del atacante.
Europa enfrenta un dilema evidente. Por normativa y cultura industrial, nuestros drones se desarrollan con fines de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, no para infligir daño directo. Pero, ¿cómo protegemos nuestros valores y regulaciones sin quedarnos vulnerables a un adversario que no respeta estas restricciones?
La pregunta que debemos hacernos no es si podemos replicar drones kamikaze de bajo coste, sino cómo adaptamos nuestra estrategia, nuestras doctrinas y nuestra innovación tecnológica para responder eficazmente a esta amenaza sin perder nuestra ventaja moral y tecnológica. Las decisiones que tomemos hoy marcarán no solo la seguridad de nuestras fronteras, sino también el rumbo de la innovación militar europea en la próxima década.
El análisis del despliegue de los Shahed muestra que la defensa tradicional, basada en misiles y cazas, tiene límites claros. La saturación de sistemas de defensa y la dispersión de ataques hacen que las oleadas masivas puedan penetrar incluso en escenarios muy protegidos.
Por ello, la respuesta europea no puede ser únicamente reactiva: necesita anticipación, innovación y coordinación industrial y militar. Esto incluye guerra electrónica, sistemas de interferencia avanzados y, más allá de la tecnología, modelos operativos que prioricen eficiencia y escalabilidad frente a amenazas económicas de bajo coste.
Además, la proliferación de estos drones evidencia que la guerra moderna no es solo cuestión de potencia de fuego: combina elementos económicos, tecnológicos y estratégicos. La capacidad de infligir daño a bajo coste introduce un desequilibrio que puede ser más determinante que la superioridad en armamento pesado.
Por ello, la respuesta europea no puede ser únicamente reactiva: necesita anticipación, innovación y coordinación industrial y militar.
Europa y la OTAN deben entender que la defensa ya no depende solo de recursos financieros o misiles de última generación, sino de cómo integramos nuevas capacidades con reglas de juego diferentes, en un entorno donde los enjambres de drones pueden alterar el curso de un conflicto.
En definitiva, los Shahed y otros drones de bajo coste no son solo un problema técnico: son un espejo que refleja nuestras debilidades estratégicas y nuestras oportunidades de innovación. Europa debe entender que la guerra low cost ha llegado, y que ignorarla implica asumir riesgos que no podemos permitirnos.
La respuesta requiere imaginación, colaboración industrial, inversión en tecnologías disruptivas y, sobre todo, una revisión crítica de nuestras doctrinas. Solo así podremos mantener nuestra seguridad y competitividad frente a un escenario en el que el poder se mide no por el tamaño del presupuesto, sino por la capacidad de hacer más con menos.
*** Miguel Tejeiro, es director de Innovación de TRC