El influencer conservador estadounidense Charlie Kirk.

El influencer conservador estadounidense Charlie Kirk. Reuters

Tribunas

El pecado de Charlie Kirk era hablar

La libertad de expresión vive sus momentos más críticos. De Charlie Kirk lo que molestaba era, precisamente, su disposición a debatir respetuosamente con quienes no opinaban como él.

Publicada
Actualizada

Parece cada vez más claro que el mundo se está convirtiendo en un lodazal.

Quienes prestan atención y se preocupan por la actualidad estarán comprobando que la vida empieza a parecer una sucesión de estados de ánimo con resultado incierto. Rabia, miedo, cobardía, envidia y, por supuesto, maldades de todo tipo.

Es por esto por lo que uno aprende que dedicar tiempo y atención a quienes prodigan la buena acción seguramente sea lo que verdaderamente merece la pena pues así, y solamente así, uno puede contribuir mínimamente a mejorar la vida en sociedad y que esta no resulte un infierno.

Cierto es que a veces no es suficiente y todos parecemos condenados a la ciénaga.

Este muchacho de treinta y un años, Charlie Kirk, al que ha asesinado (muy probablemente) el fanatismo izquierdista estadounidense en un campus universitario hacía no sólo lo que le gustaba, sino algo tan importante en una sociedad abierta como hablar, contrastar pareceres y debatir.

Valorando como pocos la libertad de expresión en sus horas más bajas, ejercía, desde luego, la buena acción. Con un talento innegable, pues sus dotes oratorias eran propias de un Demóstenes.

Charlie Kirk con una gorra de apoyo a Donald Trump.

Charlie Kirk con una gorra de apoyo a Donald Trump. Reuters

No sé si comparto todas las opiniones de Kirk. Muchas sí. Pero resulta que, además, era de esas personas que sabían que los hombres somos lo que somos en gran medida por nuestro carácter, pero felices o infelices por nuestras acciones.

Y esto tiene importancia.

Quiero decir con esto que él sabía de la importancia del correcto o adecuado funcionamiento del mercado de la opinión pública. Y, por supuesto, diferenciaba entre honrados y malvados en dicho mercado.

A los segundos intentaba exponerlos y neutralizarlos con la palabra, los hechos y el debate.

Pero nada más.

He seguido estos años sus intervenciones y creo, sinceramente, que era un hombre honrado y también piadoso. Pero en este mundo actual, los de su condición parecen condenados. A diario vemos que viven expuestos y entre amenazas de todo tipo.

Charlie Kirk no solamente tenía unas dotes extraordinarias para el debate. Tenía una extraordinaria habilidad para centrar las cuestiones y no perderse en confusiones o divagaciones.

Se le reconocía también por la armonía que había en su vida. Esa estabilidad familiar, su compromiso con la verdad, su disposición a escuchar opiniones contrarias y a que le convencieran de lo contrario que él pensaba.

En él concurría todo lo que detestan las nuevas sectas triunfantes, esas que no hacen más que acusar de odio y polarización a cualquier voz disidente o a quien, como Charlie Kirk, sabe ponerles frente al espejo.

Estas habilidades y cualidades, que se resumen en su capacidad de persuasión, le han condenado a una muerte temprana.

Y no es de extrañar, pues los malvados de este mundo se obsesionan precisamente con los de su condición. Con aquellos que hacen uso de su libertad e independencia, que son las virtudes que los primeros detestan.

Por eso les observan, persiguen y denigran hasta tal punto que, a los ojos de legiones de bárbaros, quedan deshumanizados, comprometiendo así hasta su vida.

Ayer asesinaron a un hombre bueno y valiente. Alguien que parecía consciente de que en la vida llega un momento en el que hay que combatir aquello que infunde temor, asumiendo una responsabilidad para evitar males mayores.

Su país, que amaba profundamente, cayó hace tiempo en una deriva delirante que decidió afrontar aun a riesgo de asumir daños. Incluido el peor de todos esos daños.

Estos años, Charlie Kirk no se guardó nada. Defendió su opinión y su verdad. Nunca creyó que hubiera preguntas que no se pudieran hacer ni datos que se debieran esconder.

Su coraje y su talento, que era deslumbrante, han sido la causa de su muerte a manos de un desalmado que, con certeza, será uno de esos que odiaba la verdad y quienes la pronuncian.

*** Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho administrativo de la Universidad de Granada.