Prueba de imagen diagnóstica para el cáncer de colon.

Prueba de imagen diagnóstica para el cáncer de colon. Hospital Virgen Macarena Sevilla

Tribunas

La profesión sanitaria ante el avance imparable de la inteligencia artificial

El reto no es decidir si aceptamos la IA, sino cómo vamos a integrarla de forma que potencie lo mejor de nosotros como profesionales. 

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Estamos en los albores de una transformación sin precedentes en el sector sanitario: la integración plena de la inteligencia artificial (IA) en la práctica clínica.

Aunque durante años se hablaba de este momento como algo lejano, la realidad es que ya está aquí. Los primeros modelos de IA aplicados a la medicina han demostrado superar en rendimiento diagnóstico a profesionales humanos todavía en áreas muy concretas, como la interpretación de imágenes médicas, la detección temprana de determinados cánceres o el análisis de grandes volúmenes de datos clínicos.

Y lo más importante: su capacidad de aprendizaje y mejora es exponencial. En los próximos años, sus tasas de éxito superarán con creces las de los seres humanos.

De hecho, algunos estudios recientes, como los publicados en Nature Medicine y The Lancet Digital Health, han demostrado que algoritmos de IA alcanzan tasas de acierto diagnóstico en determinadas pruebas de imagen superiores al 95%, frente a un promedio humano del 85%-90%.

Esto nos obliga a replantearnos una cuestión fundamental. ¿Cuál será el papel del profesional sanitario en un entorno en el que la IA sabe más, procesa más rápido y se actualiza mejor?

La respuesta, a mi juicio, es clara: el ser humano será el complemento de la IA, no al revés.

La IA puede manejar miles de variables en segundos, comparar patrones en millones de casos y ofrecer un diagnóstico preciso basándose en datos objetivos.

Pero hay algo que, al menos por ahora, se le escapa: la interpretación de lo subjetivo, la lectura de matices emocionales, la intuición que surge de la experiencia y el trato humano.

Un software puede detectar una anomalía en una radiografía o no tener fallos en la interpretación de una muestra de anatomía patológica, pero no puede saber si un paciente miente por miedo, por pudor o por desconocimiento. Tampoco puede comprender que un gesto, una pausa o una palabra encubren una preocupación profunda que no aparece en los datos.

Ese será nuestro terreno. La empatía, la comunicación, la comprensión integral de la persona y el contexto. La IA nos liberará de tareas repetitivas, de cálculos complejos y de parte del esfuerzo diagnóstico, pero nos dejará un espacio donde el valor diferencial será puramente humano.

Por tanto, si aceptamos que la IA será una herramienta central en la medicina del futuro, no podemos seguir formando a nuestros médicos, enfermeras y otros profesionales con un modelo diseñado para un mundo analógico.

"La historia de la medicina demuestra que los avances tecnológicos siempre han modificado la práctica sanitaria: desde la invención del estetoscopio hasta la secuenciación genética"

Es necesario un cambio profundo que combine, por una parte, una formación digital avanzada que incluya competencias en el manejo de sistemas de IA, en el análisis de datos con conocimientos de ciberseguridad y protección de datos de Salud.

Y, por otro lado, el desarrollo de habilidades humanas que pasen por la comunicación efectiva con pacientes y familiares, el manejo de la incertidumbre, las situaciones de crisis y la toma de decisiones complejas, además de la inteligencia emocional, la empatía y la ética médica.

Este replanteamiento no es opcional. La historia de la medicina demuestra que los avances tecnológicos siempre han modificado la práctica sanitaria: desde la invención del estetoscopio hasta la secuenciación genética.

La diferencia es que ahora el cambio será más rápido y disruptivo que nunca.

El cambio será sobre la marcha, porque la IA es capaz de sacar conclusiones mientras aprende a velocidades inalcanzables para el ser humano.

Un caso inspirador de este cambio en el modelo de formación acaba de surgir en USA impulsado por Alice Walton, la mujer más rica del mundo y heredera de la fortuna Walmart.

Walton ha fundado en Bentonville (Arkansas) una universidad de Medicina con un enfoque radicalmente distinto: formar médicos que mantengan a sus pacientes sanos, en lugar de limitarse a tratarles cuando enferman.

Su programa combina:

1. Integración tecnológica: formación en salud digital, telemedicina y análisis de datos de pacientes en tiempo real.

2. Humanidades aplicadas a la medicina: psicología, filosofía, comunicación y ética.

3. Investigación y servicio comunitario: los estudiantes participan en proyectos reales que mejoran la salud local.

Este modelo pretende graduar médicos capaces de trabajar mano a mano con la tecnología, pero sin perder la visión holística de la persona. No es una idea nueva, pero pocas instituciones la habían llevado a la práctica con tanta coherencia y recursos.

Quienes dirigen las instituciones sanitarias y educativas en nuestro país no pueden caer en el inmovilismo. Argumentar que la IA reducirá la calidad asistencial o que pone en riesgo ciertas competencias profesionales ya no es suficiente.

La realidad es que la IA no viene a sustituirnos sin más. Viene a cambiar las reglas del juego. Y si no nos adaptamos, quedaremos fuera de él. Porque es cierto que la empatía y la confianza son fundamentales para la experiencia del paciente, pero la realidad es que lo que cura al final son los conocimientos y su capacidad de interpretarlos.

"Queremos que los futuros profesionales de la sanidad dominen la tecnología, pero también que cultiven la empatía, la capacidad de escucha y el pensamiento crítico"

Es decir, nuestra aportación será un complemento de lo principal. Pero si no somos capaces de adaptarnos, con el tiempo, nos quedaremos fuera.

En nuestro país, desde HM Hospitales y la Universidad Camilo José Cela, hemos decidido actuar desde ya. Lo tenemos muy claro y por eso pusimos en marcha hace tres años una iniciativa universitaria, el centro CUHMED, en el que nuestra visión es formar a los futuros profesionales para que sean socios estratégicos de la IA, no meros usuarios pasivos.

Queremos que dominen la tecnología, pero también que cultiven la empatía, la capacidad de escucha y el pensamiento crítico. Es decir, queremos que entiendan a los pacientes y que puedan hablar con ellos tanto a través del lenguaje verbal, como no verbal o paraverbal.

El objetivo final es formar profesionales que no compitan con la IA, sino que la utilicen como una extensión de sus capacidades, liberando tiempo y energía para la parte más humana y estratégica de la medicina.

Y más en un contexto en el que la falta de profesionales sanitarios, como consecuencia de una mayor demanda de las personas por el envejecimiento, la policronicidad o las oportunidades que nos otorga la prevención y el diagnóstico hipertemprano, invita a aprovechar todas las posibilidades para atender a los pacientes lo mejor que podamos y lo más pronto que lleguemos.

La irrupción de la inteligencia artificial en la medicina no es un futuro hipotético. Es una realidad en expansión y una solución real ante esa escasez que debemos incorporar a la práctica clínica lo antes posible.

Resistirse sólo retrasará lo inevitable y pondrá en riesgo nuestra capacidad de seguir ofreciendo el mejor cuidado posible. El reto no es decidir si aceptamos la IA, sino cómo vamos a integrarla de forma que potencie lo mejor de nosotros como profesionales y nos beneficie a todos para que al final la frialdad del dato se equilibre con la calidez de la palabra y el paciente reciba lo mejor de ambos mundos

La formación sanitaria debe evolucionar ya, sin excusas. Debemos preparar a nuestros estudiantes para manejar la tecnología más avanzada y, al mismo tiempo, cultivar las habilidades que ninguna máquina puede replicar: la empatía, la intuición y el compromiso humano con el paciente.

*** Juan Abarca Cidón es el presidente de HM Hospitales.