El representante del Frente Polisario en España, Abdalá Al Arabi, junto a delegados del PP en el Congreso Nacional del partido del pasado 6 de julio.

El representante del Frente Polisario en España, Abdalá Al Arabi, junto a delegados del PP en el Congreso Nacional del partido del pasado 6 de julio. Partido Popular

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La babucha marroquí golpea la cara del PP

En lugar de encogerse de hombros ante las críticas de Marruecos por la invitación a su Congreso del Frente Polisario, el PP debería abrazar estas provocaciones y convertirlas en combustible electoral.

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Pocas cosas en política exterior española despiertan tanto bochorno como la costumbre de ciertos gobiernos marroquíes de dictar lo que se puede o no se puede hacer en Madrid.

Pero lo que ha ocurrido con la participación del delegado del Frente Polisario en el Congreso Nacional del Partido Popular de hace dos semanas supera el ridículo habitual.

Rabat ha montado en cólera, ha activado a sus peones propagandísticos y ha lanzado una ofensiva diplomática porque el partido de Feijóo osó invitar a un saharaui a un acto político.

Así, sin despeinarse, algún iluminado del majzén cree muy inteligente presionar abierta y burdamente a un partido político para no sólo imponer la lista de invitados, sino también para condicionar su hipotética política exterior dentro de dos años.

Todo comenzó cuando el PP celebró su XXI Congreso en Madrid e incluyó entre los invitados al representante del Frente Polisario en España, Abdalá Al Arabi.

El gesto fue discreto, simbólico, sin carga de política exterior, pues se trata de un mero evento de partido sin mayor importancia de la que le están construyendo.

Reunión de Sánchez con Mohamed VI en Rabat en la que apareció la bandera española bocabajo.

Reunión de Sánchez con Mohamed VI en Rabat en la que apareció la bandera española bocabajo.

Arremeter como un elefante en una cacharrería de una forma tan burda sólo puede deberse a la decisión torpe (tuerta) de algún elemento de las élites marroquíes con escaso olfato (y peor conocimiento) sobre cómo avanzar los objetivos de política exterior marroquí.

La reacción fue inmediata y desproporcionada. Los medios marroquíes más afines (es decir, todos los que cuentan) se lanzaron en tromba a insultar al PP: lo llamaron "hostil", "hipócrita", "enemigo de Marruecos". El Partido Istiqlal, aliado del rey Mohamed VI en su estrategia, envió incluso una carta de protesta.

Pero lo más sonrojante fue la reactivación (sí, en pleno 2025) de un Comité por la Liberación de Ceuta y Melilla, como si estuviéramos en 1956 y no en el siglo XXI. La prensa afín al majzén aplaudió el regreso del inefable Yahya Yahya, una reliquia del oportunismo norteafricano, como si su retórica decimonónica fuese hoy geoestrategia.

Mientras tanto, desde el Ministerio de Asuntos Exteriores español, la consigna fue la del avestruz: mirar al suelo y repetir que "las relaciones están en su mejor momento histórico".

En Melilla, en cambio, lo que se cerraban eran las aduanas. Curiosa fórmula de "mejor momento histórico". Es curioso cómo a medida que el colchón de intereses se engrosa a rebufo de los intercambios comerciales, las crisis políticas no han hecho más que arreciar en el último lustro.

La campaña de intimidación marroquí revela dos cosas.

Primero, que Rabat sigue sin entender los matices de la política española.

Y segundo, que el Partido Popular aún no ha aprendido a sacar rédito electoral de estas torpezas ajenas. Si Marruecos se empeña en comportarse como un censor neocolonial, ¿por qué no exponerlo abiertamente?

"Sólo en Andalucía, Cataluña, Murcia y Canarias, donde la presión marroquí se siente, un discurso firme frente a Rabat puede movilizar decenas de miles de votos"

En lugar de encogerse de hombros, el PP debería abrazar este tipo de provocaciones y convertirlas en combustible electoral.

¿Quieren los votantes españoles que Rabat decida quién entra a un acto político en Madrid? ¿A quién se invita y a quién no?

El mensaje es sencillo: "Si Marruecos se indigna, es que algo estamos haciendo bien".

Convertir la presión externa en un acto de dignidad nacional no sólo es legítimo: es inteligente y quizás necesario. No conozco un caso de presiones similares de China a uno de los partidos de Estados Unidos.

Y los votos están ahí. Sólo en Andalucía, Cataluña, Murcia y Canarias, donde la cuestión del Sáhara y la presión marroquí se sienten, un discurso firme frente a Rabat puede movilizar fácilmente a decenas de miles de votantes.

Añádase a eso el creciente hartazgo entre las bases del centroderecha ante hechos como el de la infame cena con la bandera española bocabajo.

Así que la próxima vez que un agitador marroquí se rasgue las vestiduras, el PP haría bien en grabar un spot y agradecerle el favor.

Por cierto, entre la base de votantes del PSOE, este asunto también es divisivo. Así que puede ser usado para poner en evidencia las incoherencias del actual ejecutivo.

Pero claro, para que esta estrategia tenga coherencia, se necesita algo más que rédito electoral. Se necesita un gobierno con dignidad.

¿Puede el Ministerio de Asuntos Exteriores español plantar cara a este tipo de chantajes blandos?

¿O seguirá Albares recitando el mantra de "las relaciones históricas" mientras se cierran aduanas, se expulsa a periodistas españoles del Sáhara, y se forman "comités de liberación" para Ceuta y Melilla?

*** Yago Rodríguez es analista militar y geopolítico, y director de The Political Room.