Mark Rutte y Donald Trump.

Mark Rutte y Donald Trump. Brian Snyder Reuters

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Rutte hizo bien “besando el trasero” de Trump

En España, el debate sobre asuntos estratégicos lo despachamos a golpe de invocar un quimérico “ejército europeo” que resolverá mágicamente todos los desafíos.

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Sí, ya lo sé. Es lamentable ver ese ejercicio de adulación y produce sonrojo verlo publicado.

Y aun peor. Es un reflejo, otro más, de lo frágiles que son los pilares sobre los que se asienta hoy la Alianza Atlántica.

Pero la alternativa, es decir un hipotético fracaso de la cumbre de la OTAN en La Haya, era una opción infinitamente peor. Así que si la divisa que cotiza en estos tiempos es la adulación, el secretario general hizo lo que tenía que hacer.

Aquí la cuestión es si se entiende o no la gravedad de la crisis geopolítica que afronta Europa. Varios de nuestros aliados en la OTAN, la mayor parte de ellos miembros a su vez de la Unión Europea, enfrentan una amenaza existencial potencialmente inminente.

Existencial, porque el apetito estratégico de Rusia, potencia nuclear explícita y agresivamente revisionista, va más allá de Ucrania.

Inminente, por cuanto el ataque, dependiendo de la escala y el alcance, podría producirse en cualquier momento.

Mark Rutte, el secretario general de la OTAN, en La Haya.

Mark Rutte, el secretario general de la OTAN, en La Haya. Claudia Greco Reuters

Que se produzca este verano, en una década o nunca dependerá, por encima de cualquier otra variable, de la capacidad de disuadir a Rusia. Y la realidad es que hoy día el único actor capaz de generar esa disuasión es Estados Unidos.

Sin Estados Unidos, el artículo 5, la cláusula de respuesta solidaria de la Alianza, es papel mojado. Así que al secgen (secyén en el argot) le toca tragarse el orgullo y hacer lo que sea para que Trump no opte por una retirada brusca de Europa.

Porque si se produce una retirada del grueso de las tropas de estadounidenses de territorio europeo, varios miembros de la OTAN y de la UE estarán gravemente expuestos a una hipotética agresión rusa.

Esa era la cuestión en La Haya y de ahí la importancia de que Trump volara de vuelta sonriente y complacido.

Los Estados bálticos, indefendibles desde el punto de vista militar, representan el caso más vulnerable y preocupante.

Pero no son, en absoluto, los únicos expuestos. Los escandinavos, Polonia, Alemania y otros contemplan el panorama con mucha inquietud.

De ahí la dificultad para convencerlos de las bondades de la posición española. Más aún si viene acompañada de lecciones extemporáneas sobre el Estado del bienestar.

La retirada de efectivos estadounidenses puede producirse pese al acuerdo alcanzado en La Haya. Así que el peligro seguirá sobrevolando Europa los próximos meses.

Y si se produce, por mucho que Washington insistiera en la vigencia de la disuasión extendida, la credibilidad de su paraguas nuclear quedaría seriamente erosionada. Y con ella su efecto disuasorio.

Dada la personalidad impetuosa de Trump y, tan relevante o más, la disparidad de visiones e intereses entre las dos orillas del Atlántico, la OTAN se sostendrá sobre un frágil e incierto equilibrio. Y será así hasta que se produzca una verdadera refundación del vínculo transatlántico adaptado a las realidades estratégicas actuales.

Así que a corto e incluso medio plazo, el peligro de que Europa acabe en el peor de los mundos posibles, es decir, sin el paraguas de seguridad que proporciona Estados Unidos y sin una defensa europea creíble más allá del papel resulta muy real.

Europa, pues, necesita ganar tiempo con Estados Unidos y rearmarse a toda costa. Esa es la única vía para disuadir a Rusia y alejar el espectro de la guerra que sobrevuela el continente. Europa está abocada a tiempos complicados y potencialmente convulsos socialmente por los costes de un rearme imperativo, pero de difícil digestión.

Y por si fuera poco, aunque ese rearme se produzca, con toda probabilidad, persistirá irresuelta la cuestión nuclear.

Porque, conviene no llevarse a engaño, el arsenal franco-británico, por separado, combinado o en cualquier euro-formulación, por imaginativa que sea, no resolverá el problema disuasorio satisfactoriamente.  

En cualquier caso, asuntos arcanos y ajenos a nuestra conversación pública. En España el debate sobre asuntos estratégicos lo despachamos a golpe de invocar un quimérico “ejército europeo” que resolverá mágicamente todos los desafíos. Los de índole presupuestaria, pero también los relativos a nuestras cuitas políticas domésticas. 

Invocar el tótem del “ejército europeo” nos permite delegar de nuevo los asuntos estratégicos a Bruselas y seguir enfrascados en lo nuestro, que son grandes cuestiones tales como resolver los problemas que aquejan a la humanidad o construir una confederación ibérica de microestados conectados por carriles-bici.

Eso son los debates que pueden permitirse quienes viven felizmente ajenos a cualquier amenaza.

Ajenos a la realidad.

*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.