Clos Gómez y Medina Cantalejo.

Clos Gómez y Medina Cantalejo. RFEF

Tribunas LA TRIBUNA

¿Dónde estaba la prensa cuando los árbitros demostraron que no son imparciales?

A fin de proteger su arbitrariedad, los árbitros han convertido las reglas del juego en un magma informe de criterios vagos y, a pesar de efímeros, mutables.

Publicada

En el principio fue la imparcialidad.

Abstenerse es el deber de apartarse del ejercicio de las funciones que tiene todo funcionario a quien corresponde intervenir en un asunto respecto del que se encuentra incurso en alguna circunstancia que pueda comprometer la objetividad de sus decisiones.

Es el reflejo especular del derecho de todas las personas a ser tratadas imparcialmente por quien ejerce sobre ellas cualquier clase de autoridad. Volveremos.

1. Funcionarios gremiales

En España existe un colectivo de veinte sujetos designados por su propio gremio, que, sin ejercer funciones públicas, tienen atribuida autoridad y con decisiones inapelables determinan el destino de millones de euros.

Por eso, o vaya usted a saber por qué, si atendemos a la calidad de su desempeño, están retribuidos regiamente. El que menos, gana cuatro veces más que un presidente del Gobierno. En salario/hora, puede que hasta cien o doscientas veces más.

2. Factores de infelicidad

Más relevante aún. Las decisiones de estos privilegiados (que nadie puede revocar, que no tienen que explicar y de las que no responden frente a terceros) encierran el poder casi místico de alterar el bienestar emocional de millones de personas.

En el carrusel de emociones al que esclaviza ser hincha de un equipo de fútbol, todo aficionado pronto aprende a distinguir entre malestares.

Es leve el que le provoca la goleada del rival que fue mejor sobre el campo. Un disgusto que enseguida extinguen el ánimo de la próxima revancha y la ilusión inherente al fanatismo.

Cualitativamente distinta, más dañina, es la indignación que le causa la decisión arbitral injusta. La arbitrariedad que impide competir en igualdad de armas al equipo que le apasiona (a los suyos, en suma, por el proceso de identificación simbólica que implica la pasión por el fútbol), atormenta y causa aflicción en todo caso. Gane o pierda. Es el sufrimiento causado por las vejaciones del tirano.

Y si la victoria erguida sobre la injusticia sofoca después la amargura, la derrota arbitraria alimenta el ardor del resentimiento, emoción negativa, perdurable por naturaleza y fuente de infelicidad.

de burgos bengoetxea

de burgos bengoetxea El árbitro De Burgos Bengoetxea.

3. Lo que no puede ser peor

La calidad del desempeño de estos veinte sujetos es, salvo excepciones, pésima.

Pero hay que inventar un adjetivo que signifique peor que lo que no puede ser peor para calificar con justicia el desempeño de la dirigencia gremial que los selecciona, promociona y ampara en sus iniquidades, porque todavía es de menos calidad.

A fin de proteger su arbitrariedad, han convertido las reglas del juego en un magma informe de criterios vagos y, a pesar de efímeros, mutables, que ni futbolistas ni futboleros comprenden y que ha convertido el arbitraje (y en esto hay que reconocerles la eficacia, pues seguramente era lo que pretendían) en una técnica de aplicación y resultados impredecibles.

4. El ruido del silencio

Esta orgía de desprecio de la tipicidad y exaltación de la incertidumbre conviene, es cierto, a un par de plumillas de cuarto nivel, con su talento, el que sea, arrendado al Comité Arbitral, en su periódica labor de escarnecer a las víctimas de las injusticias arbitrales.

A los ojos de las cada día más indignadas opiniones pública y profesional arrojan puñados del puré en que han convertido las reglas del juego que antaño fueron nítidas, para justificar el doble acierto de que la misma acción que fue penalti a las 16:00 no lo fuera a las 20:00.

"La insólita praxis de dispensar al decisor de explicar sus decisiones controvertidas es la que les ha forzado a servirse de portavoces oficiosos asalariados. El sistema no soporta el silencio"

Una práctica inmoral, por lo que supone de afrentar a sus víctimas, en lugar de pedirles perdón, a la que está consagrado el gremio, ya digo que por delegación, bajo la poco edificante dirigencia de Medina Cantalejo.

La insólita praxis de dispensar al decisor de explicar sus decisiones controvertidas es la que les ha forzado a servirse de portavoces oficiosos asalariados. El sistema no soporta el silencio.

Necesitan hacer ruido para neutralizar el ruido que causan sus "desaciertos".

"Desaciertos", digo, si desacertado fuera el árbitro que en veinte minutos saca a un equipo del partido con media docena de faltas no señaladas y un par de fueras de banda cambiadas de sentido. La indignación y el sufrimiento por la vejación que sufre el aficionado no los padece menos el futbolista porque sea profesional. Los verdaderos ejercicios de intención depurada no precisan de una sola jugada de esas que las seudotertulias llaman "polémica".

Y la guinda: Roja directa, por protestar.

5. El espectáculo del Viernes de Dolores

Más que ninguna otra cosa, mucho más que la impunidad en que les educó uno que estuvo diecisiete años (diecisiete, oiga) a sueldo del club que más se preocupa de protegerles (y hasta de ponerles coach del hotel al estadio), es esa extravagante praxis de no dar explicaciones lo que ha alimentado la cultura de soberbia y endiosamiento que les hace ahora inasumible que sus conductas profesionales, tan excelentemente retribuidas y que tanta afectación patrimonial y moral causan, puedan ser objeto de crítica.

Esto nos trae directamente al insólito espectáculo del viernes. Dos árbitros que al día siguiente arbitrarán (porque la arbitrarán, reforzándoles en la cultura de la impunidad con esta decisión impresentable en una sociedad en la que imperan la ética y el Derecho) la final de un campeonato, se vacían ante la prensa con las afrentas familiares padecidas por causa que atribuyen a uno de los dos clubes que la van a disputar, y entre lágrimas y arrebatos de cólera, expresan su indignación contra él y su ánimo de desquite.

Y, volviendo al principio, como prometimos, ni uno sólo de los periodistas presentes en la sala preguntó:

"Ahora que han destruido ante la opinión pública mundial cualquier apariencia de imparcialidad ¿van ustedes a cumplir con su deber de abstención?".

Para mí, ese silencio fue el verdadero espectáculo.

*** Manuel Matamoros es abogado y secretario de Primavera Blanca.