
Elon Musk, actual propietario de X (anteriormente Twitter).
¿Controlará Elon Musk nuestros cerebros?
Las plataformas ya saben qué nos gusta, conocen nuestros secretos más privados y preferencias ocultas. Y aún quieren más.
Ahora que hemos consentido que nos roben datos y hurten nuestra intimidad a cambio de aplicaciones en el móvil, algunos científicos conscientes de los riesgos advierten que los amos de la tecnología desean entrar en nuestro cerebro más de lo que logra X con sus algoritmos.
Las plataformas ya saben qué nos gusta, conocen nuestros secretos más privados y preferencias ocultas. Y aún quieren más.
Tipos como Elon Musk intentan condicionar nuestro voto (los alemanes e ingleses ya lo están sintiendo), remplazarnos por robots y ganar un montón de dinero a nuestra costa. Nada nuevo bajo el sol, lo de siempre, pero a base de microchips y tácticas de psicología cognitiva.
Tan previsible era todo esto que la Constitución desde ¡1978! señala los riesgos de la informática y exige su limitación mediante Ley.
Hace medio siglo ya había atisbos de que quien dominara estas herramientas podría manipular las sociedades. Hoy, su evolución acelerada permite hacerlo en modos estremecedores, ¿hasta controlar las mentes?
Esto va a ser más difícil porque la gente tiene mucho lío en la cabeza, entre follones familiares, tareas laborales y series de ficción cada vez más enrevesadas. Apuesto a que nuestra profunda irracionalidad nos salvará de la invasión tecnológica. Quien intente leer los pensamientos de un hombre de mediana edad un lunes por la tarde metido en el atasco, se intoxicará y no comprenderá casi nada.
"Aunque se ignore, somos titulares de neuroderechos: la identidad personal, el libre albedrío, la privacidad mental o la protección frente a los sesgos"
Si pasa a observar una mujer multitarea, le resultará imposible seguir su lista de actividades a lo largo de la semana: hacer casi todo el trabajo, cuidar de sus mayores y menores, escuchar las penas de las amigas, aguantar a la pareja.
Esa mujer y ese hombre no lo saben aún (quizás), pero son titulares de neuroderechos: la identidad personal, el libre albedrío, la privacidad mental, el acceso equitativo a las tecnologías de mejora y la protección frente a los sesgos.
¿Son derechos auténticos? En realidad, se sacrifican cada día como tantos otros valores en las redes sociales y la economía de mercado. Allí ofrecemos nuestra imagen sin ningún reparo, nos dejamos condicionar con manipulación psicológica, las diferencias de ingresos importan (bastante) y la inteligencia artificial discrimina porque está diseñada para hacerlo.
El debate sobre el libre albedrío lo han zanjado filósofos y neurocientíficos sin contemplaciones, pero en España apenas nos hemos enterado. La identidad personal desaparece en la estadística y la privacidad mental se esfuma por los teléfonos.
El acceso equitativo a las tecnologías de mejora cerebral parece una utopía irrealizable, al menos en las primeras versiones (y luego vendrán las premium). Después de los ensayos en conejillos de indias y humanos voluntarios incentivados, se aplicarán a enfermos neurológicos. Y, una vez se compruebe que funcionan y se corrijan sus defectos, serán servidas a los millonarios.
Para el resto de la población, estas tecnologías pueden convertirse en dispositivos de control mental, de manipulación y orientación en la línea que sus dominadores prefieran.
Los objetivos económicos e ideológicos de Elon Musk merecen un mayor estado de alerta. Escuchemos lo que sobre los neuroderechos plantea un madrileño admirable (Rafael Yuste) plenamente decidido a proteger nuestras mentes. Con la misma tozudez que expresan las Reglas y consejos sobre investigación científica de Santiago Ramón y Cajal, ejemplo de perseverancia imprescindible para situarnos en la contemporánea lucha por el cerebro y nuestros derechos.
*** Ricardo Rivero es catedrático de Derecho administrativo en la Universidad de Salamanca.