Un partidario de Hamás quema una bandera israelí en Salé, Marruecos.

Un partidario de Hamás quema una bandera israelí en Salé, Marruecos. EFE

LA TRIBUNA

Por qué Marruecos es una mala inversión para Israel

Marruecos es imprevisible en sus maniobras políticas internacionales, posee un fuerte sentimiento propalestino y vive un auge de los Hermanos Musulmanes. 

24 octubre, 2023 02:09

"Cuando inviertes en los barrios más pobres y peligrosos de África, a menudo pones en riesgo tu capital y no recuperas la inversión".

Así describía el sudafricano Winston Sterzel la política de inversiones de Pekín en el continente negro. Una frase que podemos extrapolar al caso de las relaciones entre Marruecos e Israel, que pasan por momentos de tensión tras las inmensas manifestaciones propalestinas vividas en el país magrebí. 

Ya en la guerra de Yom Kipur de 1973, Marruecos envió 11.000 soldados para invadir Israel. A saber, un regimiento acorazado, destinado a Siria, y una brigada de infantería, destinada a Egipto. También se había comprometido un escuadrón de cazas F-5, pero un golpe de Estado de los pilotos contra Hassan II imposibilitó su despliegue. 

Protestas antijudías en Rabat, Marruecos.

Protestas antijudías en Rabat, Marruecos. EFE

Los judíos marroquíes que habitaban Marruecos en la década de 1950 llegaron a constituir una comunidad de 200.000 almas. En estos momentos, apenas son 2.500, poco más del 1% de la cantidad de hace 70 años. 

Esto está íntimamente ligado a la fundación del Estado de Israel, la independencia de Marruecos y el antisemitismo imperante en los países árabes que se volcaron en el apoyo a Palestina tras la Nakba.

El pueblo marroquí (como cualquier pueblo árabe) siempre se ha sentido ligado a la lucha de Palestina. En palabras de Hasán II, dichas al general egipcio Saad el-Shazly en vísperas de la guerra de 1973, "las Fuerzas Armadas de Marruecos están a tu entera disposición, y todos y cada uno de los ciudadanos de Marruecos estarán felices de ver a nuestras fuerzas combatir por la causa árabe". 

"Marruecos utilizó miles de inmigrantes para asaltar Ceuta en uno de los chantajes migratorios más burdos de la historia"

Estos hechos permiten comprender que, si bien en Marruecos nadie protestó contra la decisión real de suscribir los Acuerdos de Abraham, la población del país nunca ha querido caminar junto a Tel Aviv. De ahí que se escuchen cánticos propalestinos en las gradas de los estadios de fútbol.

A lo anterior se suma la poca fiabilidad que demuestra Rabat en la consecución de sus objetivos de política exterior, utilizando miles de inmigrantes para asaltar Ceuta en uno de los chantajes migratorios más burdos de la historia.

También, incumpliendo toda clase de acuerdos, como los alcanzados con España en materia migratoria y de fronteras. O, incluso, enfrentándose a Alemania, Estados Unidos y Francia, y exigiendo a la Comisión Europea que manipule al Tribunal de Justicia de la UE para que se admita la explotación de las aguas en disputa del Sáhara Occidental.

Las criticables maniobras de Marruecos alcanzan incluso a Suecia, cuya compañía Ikea vio como, en 2016, las autoridades de Rabat retrasaban durante meses los permisos de apertura (con todas las instalaciones ya construidas) debido a la posición del gobierno sueco respecto al Sáhara Occidental.

"Marruecos es un cliente poco interesante, pues, al contrario que Argelia, no posee grandes fuentes de recursos naturales"

Incluso el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se ha quejado de que ningún otro país le ha dedicado faltas de respeto y ataques tan flagrantes como los de la diplomacia marroquí. 

Por si la falta de coherencia fuera poca, Marruecos es un cliente con pocos posibles, pues, al contrario que Argelia, no posee grandes fuentes de recursos naturales.

De hecho, Marruecos chantajea con la migración a España y la UE para poder sufragar sus costosos programas policiales y de lucha contra la inmigración. Y ni siquiera así es capaz de controlar la inmigración ilegal que penetra en su país, en una muestra más de la falta de solidez de su Estado. 

De hecho, el muro del Sáhara Occidental y la carrera de armamentos que Rabat sostiene con Argel se ha podido pagar gracias a la generosidad de las monarquías del Golfo.

En otras palabras, incluso si Marruecos pudiera parecer un cliente atractivo para la industria israelí, no lo es, ya que depende de la limosna que le entreguen terceros. Hoy podrán pagar porque los saudíes han decidido donar un puñado de millones.

Pero mañana, Dios sabe.

Peor aún. El sistema de partidos marroquí ha visto la ganancia de poder de los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo, o del movimiento Justicia y Caridad, el primero contra el que el Majzén (el "gobierno en la sombra" de Marruecos) tuvo que maniobrar antes de que su popularidad amenazara a la monarquía, pues se trata de un satélite de los Hermanos Musulmanes que habría rechazado de plano cualquier acuerdo con el Estado judío.

Por si todo esto fuera poco, cabe añadir que Marruecos no controla ninguna posición geoestratégica (pues las islas Canarias y el estrecho de Gibraltar están en manos españolas). Ni siquiera es un país puramente árabe a ojos del resto de árabes, ya que su dialecto es incomprensible fuera del Magreb debido a su mezcla con el francés, así como a la presencia de bereberes, rifeños y otros grupos étnicos ajenos a la arabidad de sus vecinos. 

Para finalizar, la inestabilidad de la corona alauí es notable. Mohamed VI pasa sus días a caballo de sus lujosas propiedades de Francia y Gabón, mientras en palacio se cocina a fuego lento la rivalidad entre Moulay Hassan y la familia política de su madre, a la vez que la presencia de los hermanos Azaitar solivianta a las élites majzenianas.

Marruecos no es un buen barrio en el que invertir. Es imprevisible en sus maniobras políticas internacionales, posee un fuerte sentimiento propalestino, vive un auge de los Hermanos Musulmanes y, además, su Estado ni siquiera es capaz de sufragar por sí mismo los gastos en armamento o en materia de control migratorio, por lo que ni siquiera es un buen cliente a largo plazo.

Lo más recomendable para Israel sería evitar arriesgar capital político y económico en un Estado que, a la postre, ni ofrece mucho, ni garantiza seguridad.

*** Yago Rodríguez es analista militar y geopolítico, y director de The Political Room.

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