El candidato a la presidencia de Brasil Lula da Silva.

El candidato a la presidencia de Brasil Lula da Silva. Reuters

LA TRIBUNA

Lula resucita, pero Bolsonaro sobrevive

El expresidente más popular ha sido capaz de restaurar su capital político e imponerse a un Bolsonaro cuyo legado, aunque haya perdido, queda implantado social e institucionalmente en Brasil.

3 octubre, 2022 08:58

Brasil ha votado este domingo. Si bien Lula da Silva ha conseguido una votación acorde a su imagen de favorito, resulta insuficiente para esquivar la segunda vuelta. En cuatro semanas los electores volverán a las urnas y hasta entonces la polarizada y dura campaña seguirá. 

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una imagen de archivo.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una imagen de archivo. EFE

De hecho, a pesar de la ventaja de cinco puntos de Lula sobre Jair Bolsonaro, este último ha mostrado una fortaleza mucho mayor de la esperada. No sólo con lo votos alcanzados -un 43%-, sino con su capacidad de llevar al poder a los suyos. Su grupo parlamentario será mayoritario en el Congreso, entra fuerte en el Senado y consigue la gobernación de algunos de los estados más importantes: Río de Janeiro, Distrito Federal y Paraná. Aunque Bolsonaro pierda ha dejado atado su legado en buena parte de las instituciones. 

La campaña ha estado marcada por un fuerte llamado al voto útil para aupar a Lula, a la que se han unido numerosas figuras de la vida pública e incluso ex-bolsonaristas. La llamada a votar por Lula eliminó tácticamente de la competición a otros candidatos como Ciro Gómez, aunque destaca el 4% de los votos de la candidata Simone Tebet y abre una puerta a considerar una ampliación del espacio dominado por las dos hiperfiguras políticas.

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Bolsonaro ha apelado a los que siempre le han hecho fuerte: hombres blancos de clase media, a los estados del suroeste y, cada vez con mayor fuerza, al voto religioso, especialmente el evangélico, una fuerza nada desdeñable y creciente que se alinea fácilmente a través de poderosos pastores que tienen una gran influencia sobre sus comunidades.                                                                

En 2020 el 20,2% de la población se declaraba evangélica, y si las tendencias continúan, remplazará al catolicismo como religión dominante para 2032. Acercarse a este colectivo es una de las principales estrategias electorales, porque sus preferencias políticas además son claras. 

"Ser uno de los políticos más populares del mundo no es suficiente para unir un país roto"

Lula destaca su capacidad para “resucitar” después de su caída y la del PT (Partido a los trabajadores) por cuenta de los escándalos de corrupción y de los amaños judiciales que le llevaron injustamente a la cárcel por veinte meses. El que fuera el presidente más popular a la salida de su mandato ha sido capaz de restaurar su capital político con un intenso trabajo de campaña personal. Pero ser uno de los políticos más populares del mundo no es suficiente para unir un país roto. 

Lula resucita, pero Bolsonaro sobrevive contra viento y marea, y sobre todo contra los procesos de impeachment y causas judiciales que se abren en su contra. En 2018 ganó con un 55% de los votos. Y, a pesar de su nefasta gestión de la pandemia, que dejó 686.000 muertos, resiste para una segunda vuelta en 2022. 

Llama la atención el caso de Bolsonaro como prototipo de la ultraderecha exitosa electoralmente, exmilitar y político con una larga y mediocre carrera legislativa que en un corto tiempo se convierte en una figura pop. Un cierto tipo de icono contracultural que destacó por romper las formas con su estrategia de choque y desdén de lo políticamente correcto. La cultura pop gana elecciones, y el caso brasileño es uno de los más paradigmáticos, pues sus dos candidatos juegan fuertemente en este escenario. Quizás el único en el que se puede competir con Lula. 

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De hecho, poco se menciona cómo el peso de la imagen de Lula y su popularidad lo convierten en candidato indispensable, muy a pesar de su edad y sus dos mandatos previos. La potencia de la figura debilita la emergencia de sucesores en sus filas y desafía a un electorado al que le pide confianza, casi, como un cheque en blanco. 

Sin embargo, será Bolsonaro quien mejor aproveche las redes sociales para su campaña. En 2018 despuntó a través de videos en los que su afilada lengua le daba una explicación, y un culpable evidente, a los males del país. En 2022 la estrategia sigue viva. Abiertamente xenófobo, misógino y negacionista del cambio climático, tuvo una gran acogida entre electores que no necesitan comprar la totalidad de su discurso. Les vale con que coincida con una parte de sus preocupaciones o prioridades.

"Si bien la figura de Lula fue restaurada, el caso Lava Jato sigue alimentando el discurso de sus opositores y empaña su gran logro: sacar de la pobreza a millones de personas"

Esto hace que justifiquen aquello en lo que no coinciden con el candidato apelando justamente a las mismas limitaciones de las redes “se le saca de contexto”, “es por la campaña”, “ya se moderará”. Pero lo cierto es que si en algo ha sido coherente Bolsonaro, ha sido en no moderarse. Eso le ha hecho perder apoyos en el centro derecha, que lo creía débil y manipulable. Y se ha dado de bruces con la fortaleza de su proyecto personal y la estrecha lealtad de su grupo cercano, entre ellos sus hijos, miembros del gobierno y de figuras como la ministra de Familia, uno de sus principales activos en la promoción del voto conservador. De allí la llamada al voto útil por Lula de algunos de estos sectores.

A Lula por su parte le pesa la corrupción. Si bien su figura fue restaurada, el caso Lava Jato sigue alimentando el discurso de sus opositores y empaña su gran logro: sacar de la pobreza a millones de personas. 

Pero, el mayor alimento del voto bolsonarista esta en las profundas brechas que dividen a la sociedad brasileña entre sí. Brasil es el país más desigual de América Latina. La desigualdad no es solo una cuestión de renta, es una ruptura que viene abriéndose durante décadas. Así, el otro, el conciudadano, inmigrante, indígena, negro, joven pobre, o LGTBIQ es visto como peligroso, abusador de las ventajas del Estado, desestabilizador de la familia, obstáculo del desarrollo. Una suerte de traslación de la idea del enemigo interno al grupo social. 

De la desconfianza al odio, a la búsqueda de una revancha y a la justificación de una defensa excepcional contra la amenaza, bien con una ley que desarticule los privilegios “percibidos” del otro, bien con un arma en casa para defender a los suyos, bien poniendo en cuestión la democracia. No importa que ese otro peligroso sea la mayoría. 

Aunque aun falte una segunda vuelta electoral, en la que Lula pueda imponerse consiguiendo el voto de los indecisos y abstencionistas, el legado bolsonarista se queda implantado social e institucionalmente. Eso será un problema adicional para un posible gobierno lleno de desafíos internos y externos. 

*** Érika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.

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