El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, habla por su teléfono móvil.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, habla por su teléfono móvil. Reuters

LA TRIBUNA

Nos puede la guasa

La forma española de explicar y entender la vida política pasa habitualmente por la comicidad, pero eventos como el espionaje al presidente tienen una gravedad que no debería ser motivo de bromas.

18 julio, 2022 01:56

A los españoles nos puede la guasa. Es nuestra forma de medida y valoración de los hechos y no hay nada en nuestra historia que haya destacado sin haberse calculado, principalmente, en términos de valor cómico.

A Cervantes lo salvó la historia por su acierto burlesco en la interpretación de la caballería, no por sus novelas ejemplares. La broma es lo que mejor explica nuestra idiosincrasia y lo que da personalidad a nuestras expresiones artísticas, particularmente al cine.

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños.

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Europa Press

La producción española ha hecho caja y prestigio con obras como Bienvenido mister Marshall, El verdugo, La escopeta nacional o Mujeres al borde de un ataque de nervios. Los dramas profundos y solemnes se han visto con desconfianza, se ha captado en ellos una intención aleccionadora y una presuntuosa voluntad de conmovernos que siempre se ha juzgado sospechosa.

La comicidad es la forma más rotunda de condenar, ya sean los libros de caballerías, la pena de muerte o la corrupción. No es casual que la saga de Torrente haya sido la más taquillera del cine español, como La Venganza de Don Mendo ha sido la obra teatral más representada o Luces de Bohemia el esperpento más celebrado. Los españoles entendemos y comprendemos la vida a partir de la risión que nos causa, que es una forma de comunicarse más divertida que la severa didáctica y, sobre todo, es idóneo para descalificar al adversario.

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Un buen chiste es más eficaz que una tesis doctoral y, sobre todo, es más comprensible. A su vez, resulta más ameno.

Por eso, la forma de explicar y entender la vida política pasa habitualmente por la guasa. Sobre los gráficos detallados y los concienzudos análisis se impone el meme florido, la columna irónica y la cáustica comparación.

Así, cuando el ministro Bolaños tuvo la impúdica idea de contarnos las escuchas al teléfono del presidente del Gobierno, la sociedad española buscó los elementos cómicos de la ocasión. No eran pocos. Se habló de que nada de lo que hubieran escuchado los espías fuera cierto, que sólo encontrarían selfies o que lo llevaba siempre en modo avión. Cualquiera de estas gracias caricaturizan al personaje, que es percibido desde hace tiempo como falso, vanidoso y altivo.

"Se permitió que saqueasen los secretos que alberga el equipo informático que guarda el presidente en su bolsillo, y sin que nadie asumiese responsabilidades"

Pero las consecuencias de las escuchas al presidente no son fáciles de caricaturizar. Se contaron en el delicado momento en el que se conocían las que se habían realizado con autorización judicial a los líderes de la sedición catalana, y para compensar el efecto que aquellas pudieran causar. Pero, en este caso, no se ajustaban a la legalidad ni a los efectos que pudieran tener las realizadas por el CNI.

Calculo que no son pocos los matrimonios que no superarían una revelación de secretos como la que le han robado a Pedro Sánchez. Eso, contando con que la mayoría de matrimonios son más sinceros que el presidente. Por esa razón, que alguien robase 2,6 gigas de información a Sánchez no puede ser nada bueno.

Sin embargo, se permitió que saqueasen los secretos que alberga el equipo informático que guarda el presidente en su bolsillo. Y se hizo sin que nadie asumiese responsabilidades.

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Pasado un tiempo, empezamos a intuir las consecuencias del espionaje. Sus efectos han sido muy lesivos para nuestra imagen exterior, para la confianza en nuestros servicios de inteligencia y, como hemos visto, para la estabilidad de nuestros acuerdos económicos y diplomáticos.

2,6 gigas de información confidencial es algo demoledor. No por la falsedad del personaje que los custodiaba tan malamente. Sino porque cabe pensar que, precisamente, lo que han robado no son sus mentiras sino sus verdades, que son algo vedado a los españoles y que parecen haber caído en manos de algún Gobierno extranjero. La gravedad del caso ha quedado oculta, en esta ocasión, por la guasa con la que se interpretó en un primer momento y que, ahora, se revela grave y trascendente.

"La mayor importancia del caso no está en la debilidad de los controles, sino en que adversarios a los intereses de España disponen de información que compromete al presidente"

La mayor importancia del caso no está en la debilidad de los controles o en su insuficiencia, que son asuntos internos. La magnitud está en que adversarios a los intereses de España disponen de información que compromete al presidente hasta un punto que pudo hacer variar la geopolítica española de los últimos cincuenta años respecto del Sáhara. La indolencia con la que Pedro Sánchez se ha referido a la tragedia perpetrada en la valla de Melilla al tiempo que felicitaba al Gobierno de Marruecos es otro de los inexplicables gestos del Presidente del Gobierno.

El chantaje es una forma de extorsión para obligar a hacer algo que se sabe injusto o inconveniente y que de otro modo no se realizaría. No sé si hay alguna actividad profesional que pudiera soportar la filtración de 2,6 gigas de información, pero apuesto a que esa no es la del presidente del Gobierno, del que se exige una absoluta pulcritud en su vida personal y, como él se titula en Twitter, como representante gubernamental de España.

En esta ocasión, la guasa que hizo tomar a chirigota las escuchas de Pegasus y las consecuencias que estas tuvieran ha resultado insuficiente. Pero nos queda la otra “guasa”, la que en el argot taurino sirve para designar a los toros descastados que atacan aviesos, miden a su adversario y cabecean en su embestida con un enorme peligro, porque han reconocido al hombre que se esconde tras el capote que usa como señuelo.


*** Javier de Andrés es exdiputado general de Álava y exdelegado del Gobierno en el País Vasco.

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